lunes, 29 de mayo de 2006

Feria del libro

Feria del libro 2006Como todos los años desde hace un lustro, ayer cumplí con la tradición de visitar la Feria del Libro de Madrid, de nuevo situada en el parque del Retiro. Y como todos estos años, salí de allí con la impresión de haber perdido una mañana de domingo. Cuando llego a casa y veo lo que hay en la bolsa, siempre me pregunto si ha merecido la pena sufrir tan horrible jornada matutina de calor, sudores y empujones para adquirir libros que podía haber conseguido por el mismo precio, con el mismo descuento, en alguna gran superficie o incluso en la librería de toda la vida. Locales que me habrían proporcionado, además, una mayor seguridad en la adquisición de los productos. Porque vamos a ver:
a) No te llevas el libro que tú escoges, ya que no se puede alterar el contenido de la mesa expositora, así que el vendedor se apresta "amablemente" a introducir en la bolsa de compra algún ejemplar de los que hay escondidos debajo; ejemplar que luego puedes revisar, sí, pero ya a varios metros del puesto. En la librería esa molestia no existe: libro que agarras, libro que te llevas.
b) No te dan tíquet de compra, con lo que si al llegar a casa te encuentras con la desagradable sorpresa de constatar que, bien el libro tiene algún desperfecto en el que no reparaste, o bien ya lo tenías, olvidado en alguna caja (¿no os ha pasado nunca?; a mí varias veces), has de volver al tenderete e intentar demostrar que no eres un mentirosillo, que realmente compraste el libro allí.
Por lo tanto, ¿qué es lo que me empuja anualmente a recorrer el Retiro por estas fechas? Supongo (y espero) que tiene que ver más con una suerte de visita imaginaria a los Santos Lugares que con un repelente esnobismo de lector (que lo hay). Un ejercicio de friquismo como otro cualquiera, vamos.
Me da que en realidad se trata de eso, de un raro acceso de romanticismo en tiempos de dictadura material, porque ¿de qué otro modo podría denominarse el esperar media hora bajo un sol de justicia para que Antonio Gala (sustitúyase por quien se quiera) te ponga un garabato en un libro?
He visto la luz: el año próximo no vuelvo.
Creo.

miércoles, 24 de mayo de 2006

J. G. Ballard. Guía del usuario para el nuevo milenio

Guía del usuario para el nuevo milenio
Lo malo de ser un bibliómano es que se corre el riesgo de acabar sin espacio libre en casa y con un agujero en los bolsillos; lo bueno, que el noble arte de atesorar libros impide quedarse sin opciones cuando uno sufre ese terrible síndrome denominado "apatía del lector", porque siempre hay donde escoger. Dado que necesitaba un reposo de tanta ficción, me he ido directo al estante donde coloco los ensayos y he rescatado este recopilatorio de James Graham Ballard.
Nacido en Sanghai en 1930, de padres británicos, J. G. Ballard es una de las figuras indiscutibles de las letras inglesas y un foco de influencia para escritores de toda condición, detalle sorprendente si se tiene en cuenta que su principal campo de acción ha sido y es el género de ciencia ficción. Por este libro de ensayos y reseñas desfilan los temas y vivencias que influyeron tanto en su visión personal como en las principales claves de su literatura. En él, Ballard ofrece, entre abundantes detalles autobiográficos, un nutrido repertorio de opiniones sobre cine, pintura, ciencia y literatura, y una valoración de las biografías de unos cuantos personajes tan dispares como famosos. El paso de las páginas ayuda al lector a ir descubriendo, poco a poco, los lugares de origen de su concepción del mundo y las artes y a asomarse a la esencia de sus obsesiones literarias, lo que permite aventurar evidentes conexiones entre las lecturas del autor y sus creaciones posteriores. De ese modo, se puede entrever a Henry Miller en la sexualidad explícita de Crash; a Joseph Conrad en la denominada "serie de las catástrofes naturales"; a Joyce y Burroughs en el centro de su experimentación narrativa, e incluso reconocer el surrealismo pictórico de Dalí, Ernst o Magritte -apoyado en Freud, Jung y demás estudiosos del inconsciente- como sustrato principal del corpus ideológico de sus narraciones.
Muchos de los trabajos aquí presentes pertenecen a la época en que escribió para la revista New Worlds, situada entonces en medio de la vorágine del movimiento new wave, y resultan notablemente valiosos, porque en ellos Ballard opina sobre la realidad de la ciencia ficción tal como él la veía entonces, a finales de los 60, y se aventura a señalar hacia dónde debería encaminarse el género para no desaparecer disuelto en la nada. James Graham BallardAsí, opina que la cf debería encaminarse sin miedo hacia la exploración del mundo interior, ese espacio intangible y cerrado que él ha tratado de iluminar a través de todas sus novelas. El tiempo transcurrido permite valorar su ejercicio prospectivo y determinar si tuvo razón o se equivocó, tal como ya le ocurriera a Kingsley Amis, según el propio Ballard, en aquella época.
El libro es complaciente también con los fanáticos de los consejos. O con los coleccionistas de listados, como se prefiera. Ballard coloca sus listas de recomendaciones sobre pintura, cine y literatura al lado de numerosos comentarios sobre Brando, Elvis, Einstein, Hirohito y otras celebridades. Para el final guarda un hermoso regalo, el artículo más extenso del libro, una escueta narración de las vivencias infantiles que conformaron el argumento de El imperio del sol, quizás su novela más popular, un broche de oro que concluye de forma maravillosa el libro.
Sin duda, la mayor validez de esta colección de escritos se encuentra en la posibilidad que ofrece al lector de acceder a los recuerdos e interioridades de uno de los mejores escritores que haya dado el género de ciencia ficción, en poder conocer de primera mano los impulsos y el acervo literario y humano que han inspirado una obra tan compleja como genial.

domingo, 14 de mayo de 2006

De críticos y prejuicios

Pregúntale al polvo
La digresión es el pan de cada día del internauta. Te pones a buscar información sobre algo definido y acabas por los cerros de Ubeda, que te pueden pillar cerca o bastante lejos. Esta vez ha sido un desvío de los pequeñitos. Buscando datos sobre el estreno de "Pregúntale al viento", versión cinematográfica de la magnífica novela de John Fante Pregúntale al polvo, he encontrado una crítica del libro un pelín prejuiciosa. Pertenece al suplemento cultural del diario argentino Clarín, y tiene ya unos añitos, pero sirve para ejemplificar a la perfección un riesgo que corre todo crítico que no esté alerta, una suerte de fobia vírica. O sea, cuando un estilo, subgénero o corriente no gustan al reseñador y éste ve pervertido su buen jucio de forma que se lanza a desprestigiar todo aquello que se les acerque por considerarlo infectado. Y además, ésto es lo más triste, a hacerlo de forma poco elegante. No importa la calidad individual del libro, sino la del grupo en el que está inscrito. Mal asunto.
En este caso, al crítico no le interesa el porqué de la preeminencia de una u otra novela (Pregúntale al polvo o Espera a la primavera, Bandini), sino lograr la glorificación de una a costa de la humillación de la otra. Explota la notoria diferencia entre las dos y, sobre todo, la filiación (posterior) de una de ellas a una determinada corriente. Espera a la primavera, Bandini (que por cierto, también fue llevada a la gran pantalla) es un relato de preadolescencia que cuenta con un corte lineal clásico, mientras que Pregúntale al polvo es una montaña rusaEspera a la primavera, Bandini en la que pasado y presente se alternan inteligentemente dentro de una misma línea narrativa. Lo que Fante logra de ese modo es dotar a su protagonista, Arturo Bandini, de una voz dubitativa, inconstante, menos adolescente pero tan personal como la del Holden Caulfield salingeriano. Temáticamente son también muy diferentes, y ahí radica el quid de la cuestión.
Al crítico le ofende Bukowski (cuyo estilo literario llega a calificar de estúpido), y por extensión todo lo que huela a realismo sucio, precisamente la corriente que, se intuye, inaugura para más inri esta obra de Fante. El resultado de perder la perspectiva es que acaba realizando una crítica del conjunto, de la corriente que tanto le disgusta, y no de la unidad, del libro en sí. No le interesa señalar sus defectos, sino cargarse la novela; no ser riguroso, sino mordaz. Y eso es darse más protagonismo a sí mismo que al libro. Un buen crítico nunca debería colocarse por encima de la obra que critica.

sábado, 13 de mayo de 2006

Un comienzo



El 13 es un día perfecto para iniciar nuevos proyectos, especialmente si no eres supersticioso. Así pues, vamos con ello.