sábado, 17 de junio de 2006

Ideas concurrentes

En un capítulo de su excelente Manual de técnicas narrativas, Enrique Páez recomienda a los principiantes el uso de lo que él denomina "plagio creativo". No, no sugiere imitar lo que dio fama al negro literario de Ana Rosa Quintana o al mismísimo Jorge Bucay (eso son plagios a secas), sino un remedio para la crisis creativa que consiste en realizar una versión propia de ideas o argumentos previos de otros autores, tal como, por ejemplo, hizo Joyce al basar su Ulises en la Odisea de Homero. Aunque Páez lo propone como método contra la falta de inspiración, a mí me parece un ejercicio bastante arriesgado. Si anuncias el referente, ya puedes ir mejorando el original, porque si no, la crítica se lanzará a por ti sin piedad; si no lo haces, reza para que no lo descubran, porque por mucha calidad que tenga lo que has escrito, bastará el chivatazo de un opinador para desvirtuar toda tu obra.
Es curioso que la posmodernidad haya provocado un aluvión de "plagios creativos" (pastiches, intertextualidades y demás clonaciones de éxito) y que, paralelamente, haya promovido el rechazo cualitativo a ese concepto. Por poner un ejemplo paradigmático, el argumento recurrente —ya casi un chascarrillo— en cualquier foro en el que se opine sobre la estupenda novela de Carlos Ruíz Zafón, la archiconocida La sombra del viento, suele ser de este tipo: "Sí, está bien, pero no es nada original". Y tal idea se ha extendido como un meme en el que ya no importa el Arthur C. Clarkecontenido (si les preguntas, el 90% no sabe decirte de dónde copia), sino el enunciado. La originalidad cotiza al alza, así que me voy a permitir llevarle la contraria a mi admirado Páez, exclusivamente en este punto.
Mi amigo Ben, de quien ya les hablé, ha vuelto a las andadas con la ciencia ficción (qué le vamos a hacer, renunciar a la patria es muy difícil), y charlando sobre este tema rememoraba ayer, ante una copita de un Cariñena excelente , uno de los casos más famosos de similitudes en ese género literario. Arthur C. Clarke, seguramente el escritor vivo más famoso de la ciencia ficción mundial, es todo un experto en esto de los plagios creativos (aunque él gusta más de llamarlos "coincidencias"). La más conocida, a la que se refiere precisamente mi amigo Ben, se inicia en 1978, fecha en la que sale al mercado su novela Fuentes del paraíso. El argumento pivota sobre la creación de un ingenio tecnológico denominado ascensor espacial, elemento muy utilizado posteriormente dentro de la ciencia ficción dura*. En 1979, el también británico Charles Sheffield publicaba La telaraña entre los mundos, libro que incluía un hermoso ascensor espacial en su argumento. Pero como suele suceder, las cosas no son siempre lo que parecen. El libro de Sheffield llevaba un año terminado en espera de publicación, y llegó a pasar por las manos de sir Arthur, que dijo sorprenderse mucho porque explotaba la misma idea que él estaba trabajando en esos mismos momentos para su propia novela. Casualidades de la vida, sin duda.
Muchos casos son sospechosos, y unos pocos hasta descarados, pero también es cierto que la mayoría de las veces las similitudes provienen de un contexto y una época La historia de tu vidacompartidos por los autores, atentos observadores de su tiempo. El caso más reciente que recuerdo relaciona a tres magníficos libros: una antología de relatos, una novela y, podríamos decir, un híbrido de ambas categorías. La idea que se repite aborda la equivalencia entre las leyes físicas y los sentimientos humanos, entre la teoría científica que mueve al mundo y las acciones que realizamos diariamente.
El primero de ellos fue escrito por Ted Chiang. El norteamericano es una anomalía literaria, un escritor que se ha dedicado al cuento en exclusiva, sometiéndo su obra a un marcado espaciamiento temporal. Gracias a eso, los lectores tuvimos la suerte de disfrutar de todas sus narraciones** en un libro imprescindible titulado La historia de tu vida. Entre los ocho relatos que componen la antología se encuentra "Dividido entre cero", publicado en 1991. En sus páginas, una científico descubre un error en las matemáticas que las invalida. Mientras ella se encierra para pelearse con las ecuaciones y salvar las ciencias exactas, pilar inamovible de su existencia, su marido trata de Las partículas elementalescuadrar las ecuaciones de su vida marital, abocada al caos. El error torna la aritmética en inconsistente, tal como es nuestra vida: macro y microcosmos se entremezclan y alimentan uno del otro.
Michel Houellebecq trabaja ese concepto a través de la particular visión de la realidad que acaba adquiriendo Michel, también científico y coprotagonista de la magistral Las partículas elementales (1998). Mientras que su hermanastro Bruno consagra su vida a la búsqueda del placer sexual, Michel renuncia a todo tipo de hedonismo. Retirado como un monje y tras una vida de observación que contrasta fuertemente con la experimentada por Bruno, alcanza una epifanía que le permite abstraer del comportamiento humano unas leyes científicas totalitarias que a la postre producirán una nueva Humanidad. La novela del galo es famosa por su enconada crítica a los componentes del Mayo francés, a los descendientes del hippismo y a los herederos de todo movimiento contracultural posteriormente aburguesados, pero su carácter de género tampoco es despreciable.
Finalmente, Escritos fantasma (1999), obra del británico David Mitchell, incluye entre las muchas historias que lo conforman un último ejemplo de esa relación entre realidad científica y humana. En "Clear Island", un cuento con escenario fordiano (propio del Escritos fantasmadirector de cine, no del extraordinario cuentista), la protagonista es una doctora en física que, acosada por una agresiva multinacional, se refugia en su isla natal irlandesa. Durante la larga espera, la interpretación de lo que ve es una suma de paisajes (humanos y naturales) y ciencia; en su cabeza, las relaciones entre los familiares rostros parecen seguir las leyes de la física. Al igual que Michel en Las partículas elementales, al final todo repercutirá en un cambio para la Humanidad, aunque no del mismo signo. Relato venido al caso aparte, el libro de Mitchell es un maravilloso compendio de sutiles encuentros y dispares paisajes que serviría como guía del mundo actual globalizado para cualquier forastero que se acercara ignorante hasta nuestra extraña y pequeña tierra. Todos los cuentos están unidos por un fino hilo que los engarza y los convoca en el último de ellos, que también es el primero.
Volviendo a la propuesta de Páez, se puede apreciar gracias a este ejemplo tripartito que una misma idea, en manos experimentadas, puede dar frutos diversos, tan diferentes como las prodigiosas mentes de los autores de este trío de libros altamente recomendables. Tres lecturas que recomiendo encarecidamente para devorar bajo la sombra durante este caluroso verano.




* Aquella que especula, busca la verosimilitud y construye sus tramas basándose en las ciencias duras (física, química, matemáticas, astronomía...).
** Se puede leer un cuento hipercorto aparecido posteriormente en la revista Nature aquí.

miércoles, 7 de junio de 2006

Kazuo Ishiguro. Nunca me abandones

Los que se marchan de Omelas"Los que se marchan de Omelas" es uno de los mejores cuentos de Ursula K. Le Guin. Escrito en 1973, fue inspirado a partes iguales por la obra de Fedor Dostoievski y las teorías pragmatistas de William James. La ciudad de Omelas, radiante urbe donde el esplendor y la maravilla armonizan con la alegría de sus gentes, es poco menos que la ciudad soñada. Sólo cuenta con una imperfección: un niño encerrado en el pequeño y hediondo cuarto de un oscuro sótano es el precio a pagar por la felicidad del resto de la población. Si es liberado, el bienestar general desaparece, de modo que los acomodados ciudadanos han aprendido a acallar sus conciencias.
La popularidad alcanzada por esta parábola proviene sin duda de su potente carga alegórica. Cualquiera puede encontrar una correspondencia directa con la realidad general y con pequeñas situaciones propias. Medir el sufrimiento del niño y el bienestar del resto, y someter ambos valores a la objetividad de la balanza es quizás el ejercicio más difícil, especialmente en este presente nuestro en el que la capacidad de comprender al otro, de entrar en su mente para obtener un punto de vista libre de prejuicios, cotiza a la baja. Kazuo Ishiguro (1954) logra acercarnos un sufrimiento semejante al reencarnado en ese niño en su novela Nunca me abandones, historia cuya premisa principal procede del género de ciencia ficción.

A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, o tienen clases de arte donde sus profesoras se dedican a estimular su creatividad. Es un mundo hermético, donde los pupilos no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene a llevarse las obras más interesantes de los adolescentes, quizá para una galería de arte, o un museo. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham y también fueron un triángulo amoroso. Y ahora, Kathy K. se permite recordar cómo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. En Hailsham todo es una representación donde los jóvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son más que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.


Por si se lo están preguntando, la correspondencia de fondo con el relato de Le Guin procede del carácter sacrificial de los protagonistas, en este caso clones mantenidos en la ignorancia cuyo destino es servir como repuestos de órganos para los individuos originales y asegurar el bienestar de la sociedad. La novela muestra el despertar a la vida sentimental de sus personajes, su crecimiento como personas, la toma de conciencia de su condición y su intento desesperado de escapar del ineludible final. No por medio de la rebelión, sino a través de los posibles resquicios de la realidadNunca me abandones diseñada en la que fueron educados. Y es que si algo sobresale en la novela es el concepto de resignación. Kathy, Ruth, Tommy y todos sus congéneres están dirigidos desde su infancia hacia la aceptación, y no cabe en ellos el recurso a la violencia ni la rebeldía.
Ishiguro conduce la narración de una forma tan certera, elegante y sensible que al lector no le deja otra opción que la de seguir, en silencio, el triste sino de unos personajes que alcanzan las últimas páginas dotados de una gran carga emotiva. Hay momentos realmente grandes en ese recorrido desesperado hacia la salvación, como el que describe la terrible visita a Madame y la señorita Emily, donde todo se revela. Hay metáforas desoladoras, como aquella que muestra un barco encallado en la marisma, solitario, fuera de lugar, sin un mar que lo meza. O, especialmente, la que cierra el libro, que se lee con los ojos anegados en lágrimas, pues en ella se hace sólida una sensación que crece en los últimos capítulos y que es a su vez evidencia de que en algún punto, de alguna forma, el autor ha logrado realizar el milagro de la transposición narrativa, tan perseguida por los buenos literatos. Y es que las lágrimas finales que derrama el lector no son producidas por el destino de los personajes, sino por el suyo propio. La lucha sin esperanza que se representa en las páginas de la novela es en realidad la nuestra ante la ineludibilidad de la muerte. Nunca me abandones nos habla de la imposibilidad de salvación, tanto para los explotados como para todos nosotros.

sábado, 3 de junio de 2006

No Name City

Tengo un amigo completamente enganchado al género de la ciencia ficción desde que era un niño (*). Me dijo hace poco que andaba estos días con una extraña sensación encima, la de aquél que se percata de que sobra en un guateque. Le pregunté interesado, y me hizo partícipe de sus cuitas. Como muchos otros lectores de su generación, mi amigo (llamémosle Ben) vivió sus primeros años de La juerga de un billón de añosaficionado a la cf en soledad. En la década de los 80 y principios de los 90, no era un género muy bien tratado en este país. Sólo un par de revistas y alguna editorial peleona se esforzaban por cubrir el escaso cupo existente. Por eso, Ben explotó de alegría cuando el crecimiento de la Red inició un proceso de conocimiento y acercamiento entre los aficionados. Pasó de náufrago en una isla a ciudadano de una comunidad que, gracias a la potenciación producida por el medio, comenzó a crecer y crecer, hasta rebasar los límites predichos por las expectativas más audaces.
Aquellos primeros años entre listas de correo, grupos de noticias, iniciativas editoriales, kedadas y demás actividades, fueron tan intensos como felices. Se batalló por mejoras, se inspeccionaron y anexionaron nuevos territorios y todo fue creciendo y creciendo. La ciencia ficción española era una fiesta, y Ben se sentía colocado, en su doble acepción, en el centro mismo del fenómeno. Luego ocurrió lo inesperado, la unión a la causa de una fuerza imparable. El cine lanzó una ofensiva devastadora con su versión de "El señor de los anillos" y con la segunda trilogía de "Star Wars" y convirtió de golpe a la nueva generación de tiernos infantes en vainas hambrientas de género fantástico.
Y luego, claro, vino el asunto Da Vinci, un fenómeno que linda el género, e incluso a veces lo remeda, y que ha producido una mayor venta de libros afines en todo el mundo.
Todo ello ha revertido en el período actual de sobrealimentación y saturación, años en los que han convivido más de tres revistas temáticas en las librerías, meses en los que la cantidad de novedades no pueden ser contadas ni empleando todas las falanges del cuerpo. Saldos, estafas, hundimientos, renacimientos. Y todas las editoriales grandes (Roca y Alianza Editorial se acaban de unir al jolgorio) extienden uno de sus numerosos tentáculos para tantear las nuevas posibilidades comerciales de lo que antes fue veneno para sus arcas.
Le digo a Ben que si la situación es tan boyante no veo dónde está el problema. Me dice que el problema es personal, que se siente desplazado, que la evolución de todo esto le ha sobrepasado. Que, no sabe por qué, ha perdido el interés. Empieza a sospechar que lo que le hizo disfrutar tanto no fue el fin, sino los medios. Ya nadie envía mensajes a las listas de correo, ya no hay kedadas y ha perdido el contacto con mucha de aquella gente. Ahora entra en la nueva realidad, en los foros web, y ya no es lo mismo. Ya no compra ni una décima parte de los libros que aparecen, e incluso la ciencia ficción no le proporciona la misma ilusión que antes, porque ya no es ciencia ficción. Piensa que se hace mayor.
Paparruchas, le he dicho.
Ben no ha cambiado, lo que le pasa es que tiene el síndrome de la estrella errante. Al igual que Lee Marvin (porque el de la historia era el mismísimo Lee Marvin y no un personaje imaginado), se implicó en la construcción de la ciudad sin nombre, la vio crecer y la amó, hasta que se corrió la voz y llegaron rostros nuevos con nuevas inquietudes, y el fenómeno de la sobreexplotación la tornó en otra cosa.
Esta mañana le he llamado para quedar y aconsejarle, delante de una cerveza, que busque nuevos horizontes, que recupere la pasión por otros lugares. Me ha dicho que no podía venir, que había quedado con la gente de un foro de novela negra que encontró hace poco en Internet. Está leyendo todo Chandler y Hammet, y según me dice, no puede dejarlo.

Abandonando No Name City



(*) Esto no me parece nada raro, sino más bien lo contrario; la ciencia ficción es un género al que uno raras veces se aficiona de adulto.


jueves, 1 de junio de 2006

Alessandro Baricco. Novecento

Novecento
Este fin de semana concluye en el teatro Galileo la representación de Novecento, obra inspirada en el texto de Alessandro Baricco, del cual el mismo autor confesaba no saber en qué categoría ubicarlo, si monólogo teatral o, simplemente, "relato para leer en voz alta". Giuseppe Tornatore realizó la versión cinematográfica, "La leyenda del pianista en el océano", incidiendo sobre todo en su carácter lírico y en el poder metafórico del argumento, y apoyándose en una excelente banda sonora compuesta por Ennio Morricone.
El libro pertenece al grupo de lo que yo denomino "lecturas de viaje" y en el que incluyo a toda aquella obra que por su brevedad puede ser consumida en apenas una o dos horas, justo lo que tarda un viaje corto o una larga espera. No es una rareza en Baricco, un autor que aun sabiendo moverse en distancias largas (Tierras de cristal, Océano mar), alcanzó la popularidad principalmente por su novela corta Seda, una exquisita y delicada esencia presentada en frasco pequeño. Como aquélla, Novecento produce una sensación de alegoría continua, la convicción de que existen varios niveles de lectura. Es, principalmente, una novela que muestra la soledad a través de la resignación, el rechazo a ampliar horizontes mediante la supresión del deseo, el conformismo con lo que se tiene y el autoconvencimiento de que se es feliz así. Lo que retiene a Novecento, el mejor pianista del mundo, que nace y pasa toda su vida en un barco sin bajar nunca a tierra, es un sentimiento nada exclusivo: el miedo a luchar por lo que se quiere y perder. El Virginian es todo su universo, que está compuesto a su vez por muchos otros, por los de todos aquellos que le cuentan sus propias vivencias.
Novecento es un voyeur, un espectador del mundo que no se atreve a vivirlo.