domingo, 1 de octubre de 2006

La aceptación de los géneros literarios. I

Homínidos
Hablando con Ben sobre la calidad y el reconocimiento general del que gozan algunos géneros literarios en contraposición a la mala prensa que reciben otros, ha surgido (cómo no) el tema de la ciencia ficción. Conozco el asunto. Llevo muchos años asistiendo a las quejas de los aficionados, y si bien es cierto que muchas obras de frontera de ese género poseen una calidad literaria innegable, opino que mucha de la culpa proviene de la propia naturaleza de la cf.
Mientras que otras categorías como la novela romántica, la del oeste o la de aventuras sólo han de luchar contra el gusto individual o las fobias propias de cada persona por la temática que tratan, la cf ha de sumar también una dificultad semántica y descriptiva que muchas veces hace incomprensible la lectura. Algo que llega incluso a impedir la comprensión de lo que se trata de narrar.
Por ejemplo, así comienza Homínidos, de Robert J. Sawyer:

PRIMER DÍA
VIERNES, 2 DE AGOSTO
148/103/24

La negrura era absoluta.
Contemplándola se hallaba Louise Benoit, de veintiocho años, una escultural posdoctorada de Montreal con una cabellera de hirsuto pelo castaño recogida, como se exigía allí, en una redecilla. Hacía su guardia en una abarrotada sala de control, enterrada dos kilómetros («una milla y cuagto», como explicaba a veces a los visitantes americanos con aquel acento francés que les encantaba) bajo la superficie de la Tierra.
La sala de control estaba junto a la cubierta situada sobre la enorme caverna oscura que albergaba el Observatorio de Neutrinos de Sudbury. Suspendida en el centro de la caverna se hallaba la esfera acrílica más grande del mundo, de doce metros («casi cuagenta pies») de diámetro. La esfera contenía mil cien toneladas de agua pesada cedida por la Atomic Energy of Canada Limited.
Envolviendo aquel globo transparente había una disposición geodésica de vigas de acero inoxidable, que sostenían 9.600 tubos multiplicadores, cada uno alojado en una parábola reflectante y apuntando hacia la esfera. Todo esto (el agua pesada, el globo acrílico que la contenía y la concha geodésica envolvente) estaba alojado en una caverna en forma de cañón de diez pisos de altura, excavada a partir de la roca norita adyacente. Y esa gargantuesca cueva estaba llena casi hasta arriba con agua regular ultrapura.
Louise sabía que los dos kilómetros de roca canadiense que había encima protegían el agua pesada de los rayos cósmicos. Y la concha de agua regular absorbía la radiación de fondo natural de las pequeñas cantidades de uranio y torio de las rocas cercanas, impidiendo que alcanzara también el agua pesada. De hecho, nada podía penetrar en el agua pesada excepto los neutrinos, aquellas infinitésimas partículas subatómicas que eran el tema de la investigación de Louise.
Billones de neutrinos atravesaban la Tierra cada segundo; de hecho, un neutrino podía atravesar un bloque de plomo de un año luz de grosor con sólo un cincuenta por ciento de probabilidades de golpear algo. Con todo, del Sol surgían neutrinos con una profusión tan enorme que ocasionalmente se producían colisiones... y el agua pesada era un blanco ideal para esas colisiones. Los nucleos de hidrógeno del agua pesada contenían un protón (el componente normal de un núcleo de hidrógeno) además de un neutrón. Y cuando un neutrino chocaba contra un neutrón, el neutrón se descomponía, liberando un nuevo protón, un electrón y un destello de luz que podía ser detectado por los tubos fotomultiplicadores. Al principio...


Difícil, ¿verdad? A más de uno le vendrán a la memoria los tiempos de instituto, ya que parece el enunciado de un problema de física. Y no es ningún ejemplo rebuscado. Se trata de la novela ganadora del premio Hugo (el más popular de la ciencia ficción mundial) en el año 2003. Por mucha afición que tenga a los asuntos de índole científica, el lector que intente abordar su lectura en busca de los tradicionales valores novelísticos se va a encontrar con un obstaculo argumental en su comienzo difícilmente superable, con lo que las ganas de profundizar en el resto de componentes narrativos se van a ver enormemente mermadas.
La principal tara con que carga la literatura de género reside en la posibilidad de exceder la frontera de sensibilidad del lector, su límite de tolerancia hacia la característica que convierte a esa categoría temática en lo que es. La sobredosis de color rosa en la novela romántica, de acción en el western o de irrealidad en la fantasía pueden empujar al lector a exclamar, según cada caso, "¡demasiado ñoña! ¡demasiados tiros! ¡demasiado fantástico!". Una correcta dosificación de esos ingredientes puede evitar la huída del lector y darle la posibilidad de valorar las cualidades literarias de la novela. La ciencia ficción, en su vertiente más científica, impone mayores dificultades a su propuesta especulativa, exige al lector general que no sólo renuncie a sus prejuicios, sino también al entendimiento. En mi opinión, esa es la principal causa de la fama negativa que arrastra ese maravilloso género.

2 comentarios:

  1. creo que la trilogia que incluye el título que mencionas, es uno de las mejores que he leido desde hace muchos años, su comprensión sólo requiere un poco de apertura de mente y algo de curiosidad. Creo que una cierta rigurosidad científica no es sinónimo de ladrillo infumable, y lo dice alguien que no tiene un doctorado en fisica ni nada semejante. Hecharle la culpa a que no son tan facilones como puede ser Eragon, por poner un ejemplo, creo que es un recurso demasiado fácil.

    Un saludo
    Fernando Díez

    ResponderEliminar
  2. Conste que en mi opinión la cf más "auténtica" es la dura. Más allá de hablar de su calidad, me refería a la dificultad que impone al lector poco interesado en la ciencia para entrar en ella. Este comienzo de libro es un ejemplo perfecto, porque además luego uno se encuentra con una historia bastante menos "hard" de lo que promete.
    En todo caso, tienes una crítica más completa en las entradas de enero.

    ResponderEliminar