domingo, 30 de septiembre de 2007

Alfred Bester. El hombre demolido y Las estrellas mi destino

Hoy se cumplen 20 años de la muerte de uno de los escritores más importantes que haya dado el género de ciencia ficción a lo largo de su historia. Su obra fue tan escasa como crucial, su influencia en gran parte de los autores posteriores, innegable. Como homenaje, reproduzco aquí un pequeño artículo dedicado a sus dos obras maestras.




ALFRED BESTER: UN MITO EN DOS NOVELAS

En 1987, el mismo año de su muerte, Alfred Bester recibía el título de Gran Maestro con el que la Science Fiction and Fantasy Writers of America premia, generalmente en su ocaso, la carrera de quien ha tenido una influencia decisiva en la evolución del género de ciencia ficción. Si históricamente la concesión del premio ha podido estar alguna vez sujeta a polémicas debido al dudoso merecimiento del homenajeado, esta ocasión, sin duda, no ha pasado a la posteridad como una de ellas. Y es que Alfred Bester ya era considerado un maestro desde la lejana década de los 50. Culpables de ello, dos novelas irrepetibles de una modernidad absoluta por las que no ha pasado el tiempo, y en las cuales, profundizando un poco, se descubren más puntos en común de los que aparecen a simple vista. El hombre demolido y Las estrellas mi destino constituyen el triunfo definitivo de un mismo esquema aplicado a dos historias diferentes.

COMIENZA LA DEMOLICIÓN

El hombre demolido cuenta con el significativo honor de ser la primera novela ganadora del premio Hugo, un hecho notable si se tiene en cuenta la calidad de las obras publicadas en aquella época, obras del calibre de Limbo, de Wolfe, Mercaderes del espacio, de Pohl y Kornbluth o Fahrenheit 451, de Bradbury; de la magnificencia de Ciudad, de Simak o El fin de la infancia, de Clarke. La razón de su victoria hay que buscarla en un estilo innovador, un original argumento y, sin duda, ese sello propio, obsesivo y perverso, con el que Bester construye sus obras. En este auténtico thriller de ciencia ficción lo importante no es el imposible crimen, que conocemos desde el principio, sino la lucha entre dos personas obsesionadas con sus respectivos papeles; policía y asesino, perseguidor y perseguido. Dos compulsiones diferentes pero complementarias; un hombre acosado por su propio fantasma, con el más depravado de los crímenes en mente, y otro, consciente de su imperfección interior, al que la persecución del criminal ofrece el acto definitivo de autoafirmación.
Ben Reich, una de las personas más ricas del Sistema Solar, decide asesinar a su rival financiero espoleado por el hecho de que en la sociedad del siglo XXIV eso constituye un crimen casi imposible. Desde hace un siglo, los aún escasos telépatas terrestres, conocidos como Espers, se encargan de asegurar el cumplimiento de la ley, echando un vistazo a los pensamientos del criminal antes de que se produzca el delito. Reich utilizará todos los medios a su alcance para cometer el crimen y tratar de salir impune. Soborno, chantaje, asesinato, coacción; toda práctica criminal al alcance de un cerebro obsesionado con una idea y con un ser que le atormenta: el Hombre sin Rostro.
Lincoln Powell, el telépata encargado de desenmascarar su crimen, luchará con todas sus fuerzas contra el hombre que puede suponer el fin de la organización telépata y de la sociedad humana tal como es. Con la principal testigo desaparecida, hija del asesinado presidente de empresas D'Courtney, Powell acosará a todos los personajes a quienes Reich ha logrado corromper hasta crear un cerco en torno al criminal del que difícilmente podrá escapar. Sin embargo, sólo una última acción desesperada, con riesgo de su propia vida, logrará poner en jaque al asesino. El final, de evidente fundamento freudiano, es quizá el punto menos brillante de la novela, debido más a un cierto apresuramiento que a su contenido.
Una base importante de la novela es el tratamiento de la mente desde varios aspectos. Los focos de estudio van desde la telepatía, cuyo concepto marca a la sociedad descrita y al grupo de telépatas en concreto, a la batalla que en el plano intelectual mantienen los dos protagonistas, y también a la más que evidente locura del personaje principal, Ben Reich, con quien el lector realiza un viaje sin retorno a los infiernos. Bester, quien confesaba que para él lo importante en un escritor es, al margen de estilos y técnicas, ser uno mismo, apoya con su intensa manera de contar las cosas esta historia de crímenes y oscuros anhelos. El truco con el que el magnate trata de mantener sus pensamientos inaccesibles a su perseguidor es otro claro ejemplo de lo hondo que cala su innovador estilo; aun después de terminar la lectura, el repetitivo estribillo "Tensión, compresión y empieza la disensión" persigue al lector de igual manera que al protagonista de la novela. La figura del Hombre sin Rostro, siempre escondida en el fondo de la trama, es una presencia indefinida que impone su misterio con inquietud a lo largo de todo el libro.
Sin duda El hombre demolido es un libro importante, de los que perduran en la memoria largo tiempo. Una novela que, adelantándose en más de una década a la New Wave, antepone el estudio de los efectos al del hecho en sí, interesándose más en los telépatas que en la telepatía, en los sentimientos de los personajes que en la maravilla tecnológica o física, quedando ésta como una mera excusa. No en vano, Bester llegaría a afirmar más tarde que odiaba el hard, la ciencia ficción dura, por fijarse menos en las personas que en los fenómenos.

LA OBSESIÓN DE UN TIGRE

Pero si esta obra ganó para Bester la popularidad, se puede decir que la novela que le concedió mayor prestigio y por la que pasaría a la posteridad llegó tres años más tarde. En 1956 veía la luz una obra de calidad incontestable, que desde su publicación iría creciendo más y más hasta constar en todas las listas de las mejores novelas de ciencia ficción de todos los tiempos. Conocida también como Tigre, tigre, la aparición de Las estrellas mi destino marcó sin duda el cénit del escritor, a mitad de una de las décadas más influyentes (si no la que más) en toda la historia del género.
Una lacerante obsesión vuelve a cobrar protagonismo en la novela, pero en esta ocasión su origen no se encuentra oculto en la mente de su dueño. Aquí la raíz del mal no proviene de la ambición ni del subconsciente, sino de un hecho bien conocido desde las primeras páginas de la novela. El sustento de la oscura pulsión interna que empuja al personaje principal es algo tan antiguo y primitivo como la venganza.
Gully Foyle, un anónimo don nadie que lleva varios meses luchando por sobrevivir encerrado en el interior de un pequeño armario, entre los restos de una nave espacial destruida, sufre una metamorfosis interior al ser abandonado a su suerte por el Vorga, otra nave que podía haberle rescatado, pero que pasó de largo. Tras un juramento de fuertes reminiscencias mitológicas, Foyle se convertirá en la persona más peligrosa y buscada del Sistema Solar. En posesión de un secreto cuyo poder él mismo desconoce, su obsesión por la venganza le llevará a transmutarse en un auténtico tigre salvaje, en actitud y apariencia, que no dudará en utilizar cuantos medios criminales encuentre a su alcance para satisfacer el oscuro deseo que le consume: acabar con la vida de los que le abandonaron.
Para situar las aventuras de este Edmundo Dantés del futuro, Bester crea una sociedad que los mismos Dumas o Dickens encontrarían familiar. Personajes sórdidos, prisiones tenebrosas, aristócratas de excesiva pomposidad, fiestas versallescas y alta política marcan, junto con la cuasi mágica capacidad del jaunteo, la personalidad de un siglo XXV que Bester califica al comienzo de la narración como Edad de Oro. El artificio fantástico de la novela -la capacidad de teleportación a voluntad o jaunteo-, es de nuevo más importante por sus efectos sobre la sociedad que como disciplina de estudio. No se explica: es así y punto. Lo que al autor le interesa no son las causas, sino las consecuencias y cómo éstas pueden afectar no sólo al protagonista del libro, sino también a todas las personas que pueblan su universo.
Con un ritmo infatigable que obliga a leerla de una sentada, la novela realiza un estudio irreprochable de las emociones que mueven a un hombre y le obligan a convertirse, primero en villano y finalmente en héroe. Cuenta también con una característica fundamental que la acaba de distanciar cualitativamente de su predecesora: un impresionante final repleto de emoción que logra traspasar el aspecto de novela negra para acomodarse definitivamente en el estante de la auténtica ciencia ficción. Al término de su vendetta, Gully Foyle pasa de simple Conde de Montecristo vengador a liberador y guía de la Humanidad. En el final de su viaje, el tigre renuncia a su condición para convertirse en algo distinto, pero esta vez de manera voluntaria, actitud que define su grandeza. Foyle, al igual que el Gosseyn de El mundo de los No-A, de Alfred E. Van Vogt, ve cómo sus poderes le acercan a una divinidad inesperada que le exige una gran responsabilidad.
Aunque en Las estrellas mi destino asistimos a violaciones, robos, asesinatos en masa y otro tipo de excesos, la impresión final es menos violenta que en El hombre demolido, quizá por ser los motivos de Gully Foyle más cercanos y comprensibles (los motivos, quede claro) que los del infame Ben Reich. Pero seguramente, junto con las lógicas diferencias argumentales, constituye ésta una de las pocas variaciones entre las dos obras, ya que tanto esquema como decorado tienen un gran parecido.

EL TIGRE DEMOLIDO

Comenzando por los detalles, no es muy difícil darse cuenta de la similitud que ofrecen dos figuras irreales, escondidas siempre en el fondo de la narración y que, siendo parte integrante de los propios protagonistas, despiertan el más profundo temor en ellos. Aunque uno es real y el otro un símbolo, el Hombre Ardiente y el Hombre sin Rostro representan la misma cara de la moneda: el miedo a lo desconocido, a la oscuridad interior que todos llevamos dentro. En el reverso de esa misma moneda se encuentra la obsesión lacerante que, como una irrefrenable fuerza insana, mueve a los dos personajes en un universo cuyos paisajes son los mismos. El escenario -siglo arriba, siglo abajo-, es en ambos casos un Sistema Solar habitado en su mayor parte, a cuyos mundos han de viajar Foyle y Reich para dar rienda suelta a sus primarias pasiones a la vez que huyen de sus clarividentes perseguidores, llámense estos Lincoln Powell, Saul Dagenhaim o Y'ang Yeovil. Los todopoderosos magnates -el resabiado Presteign de Presteign, el difunto D'Courtney o el propio Reich- pasan de las carnavalescas fiestas aristocráticas a dar muestras de la ambición más desmedida en apenas un suspiro. Las gigantescas corporaciones, más poderosas que muchos gobiernos, mantienen una lucha sin cuartel por hacerse con el dominio de todo, respondiendo a la megalomanía de sus propietarios. Todo ello treinta años antes de la aparición del movimiento cyberpunk.
Bajo el mismo signo, no sólo los protagonistas se encuentran con su sosia en este juego de espejos que son las dos novelas. En ambas existe un personaje secundario de gran relevancia al que Bester salva de la repetición otorgándole patrones significativamente contrarios. Barbara D'Courtney y Olivia Presteign nacen de la misma base, pero su personalidad es muy distinta; la pusilanimidad de la primera choca de frente con la decidida maldad de la segunda, un ser de engañosa inocencia. Y sin embargo, debido a sendos enamoramientos, la influencia de las dos es decisiva; diferentes caminos para un mismo objetivo. Y, para finalizar con los detalles menores, incluso el repetitivo estribillo de la primera novela tiene su reflejo en el "Localización. Elevación. Situación" de la segunda, buscando siempre la fijación de una idea en la cabeza.
Muchas son las similitudes, como se puede comprobar, pero no acaban aquí, en el esquema argumental y en la trama, sino que encuentran su culminación en la verdadera idea que subyace en ambas historias, la conclusión definitiva. Los protagonistas de las dos novelas no son en realidad mas que mesías transformadores del mundo, fenómenos capaces de llevar a cabo el logro de lanzar a la Humanidad hacia delante, dándole un empujón hasta el siguiente paso evolutivo. Incluso aquí vuelve el autor a rizar el rizo. Si su intento apuesta por el fracaso en su primera novela, en la siguiente lo hace por el más rotundo triunfo, logrando que el resultado de ambas sea espectacular. Porque si El hombre demolido, el primer premio Hugo jamás concedido, es una magnífica novela, Las estrellas mi destino es sin duda una obra maestra y una de las mejores creaciones de ciencia-ficción jamás dadas en el medio escrito.
Alfred Bester continuó escribiendo después de un paréntesis de casi veinte años, pero ni sus obras posteriores ni sus comienzos en el mundo del cómic, la radio y la TV son recordados como estos dos diamantes de la ciencia ficción de mediados de los 50. El reconocimiento dentro del género es unánime, y mucho son los que, de una forma u otra, han homenajeado tanto a la obra como al escritor. En una de las mejores series televisivas surgidas en los últimos años, Babylon5, se puede descubrir a cierto personaje apellidado Bester, el cual comparte las habilidades de los protagonistas de quizás la más famosa novela de telépatas.
Aquel lector que desee conocer el lugar del que provienen las obras fundamentales de la ciencia ficción, o que, sencillamente, busque ese algo misterioso que la ha convertido en el género literario más fascinante de todos, que eche un vistazo a las primeras páginas de estos dos libros. Sólo a las dos o tres primeras páginas, no hace falta más. Lo demás vendrá por sí mismo.

La versión original de este artículo fue publicada en Bibliópolis, crítica en la red.

viernes, 28 de septiembre de 2007

William Blake. El tigre

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?


Extraído de "A media voz".

martes, 25 de septiembre de 2007

Albert Sánchez Piñol. La piel fría


La diferencia cuantitativa entre ficción y no ficción dentro del género en España siempre ha sido notable. Llegados estos tiempos de avalancha, en los que la ficción fantástica se ha multiplicado por 20 en nuestras librerías, el desequilibrio se ha multiplicado hasta adquirir dimensiones escandalosas. Por ello, el segundo volumen de Jabberwock, anuario de ensayo fantástico no puede ser considerado mas que como una rara flor en el desierto.
En estos momentos de sobreabundancia ficcional no hay, sin embargo, revistas, ensayos o proyectos editoriales (en papel) que aporten un estudio serio sobre el fenómeno actual, sobre la nueva realidad de una literatura que ni en los sueños más febriles de sus aficionados prometía alcanzar cotas de presencia semejantes. Es éste, por tanto, un libro que, como aficionado a todo lo que rodea a la creación literaria, se me antoja imprescindible. Consta de seis ensayos, una entrevista y dieciseis críticas de libros. Críticas, para que se hagan una idea, de extensión semejante a la que pueden leer a continuación, perteneciente al anterior y primer volumen de Jabberwock:




La piel fría



Mario Vargas Llosa, quien ha publicado recientemente un ensayo sobre Los miserables titulado "La tentación de lo imposible", afirma que la principal virtud de la obra maestra de Víctor Hugo se encuentra en la enorme calidad que contienen ambas vertientes de su doble naturaleza, que la afamada novela “igual sirve al lector adolescente que se entretiene con la anécdota que al lector estricto que busca un trasfondo más filosófico”. Es el primer mandamiento de la buena literatura. La cantidad de niveles de lectura debe ir unida a una calidad que haga posible el disfrute de la obra desde todas las perspectivas de abordaje. Esa riqueza común a cada uno de los elementos de su carácter poliédrico es, precisamente, lo que acredita en primera instancia a La piel fría como una obra importante, que tiene todas las posibilidades de sobrevivir al tiempo y no caer en el olvido. La primera novela del barcelonés Albert Sánchez Piñol (1965) seduce por la calidad que atesora tanto en el haz como en el envés de la metáfora, un estudio de la psique humana en su encuentro con lo diferente travestido de aventura extraordinaria, adornado con ropajes decimonónicos y tintes terroríficos.
Como si se tratara de una clásica novela de aventuras, La piel fría secuestra la imaginación del lector y la lleva en volandas hacia lejanas latitudes, donde el entorno marino se confabula con los sentimientos de extrañeza y soledad generados tanto por la ausencia de civilización como por el encuentro con la descarnada naturaleza. Piñol retrocede literariamente en el tiempo hasta situarse en senderos que hoyaron Robert L. Stevenson, Daniel Defoe o Joseph Conrad, y completa el recorrido atajando por caminos más oscuros, propios de H. P. Lovecraft y William H. Hodgson. El resultado que arroja ese ejercicio retrospectivo coloca al lector en un escenario minimalista, una pequeña isla situada en los mares del atlántico sur, a escasa distancia de la invisible línea de los hielos. Hasta allí llega el innominado protagonista, un antiguo activista del IRA, tránsfuga social debido a un pasado insatisfactorio, para desempeñar el puesto de oficial atmosférico. El primer día descubre que su única compañía en la isla la constituyen un extravagante personaje de improbable nombre que habita el faro, Batís Caffó, y una horda de amenazantes criaturas marinas de aspecto humanoide, especie a la que posteriormente bautizará como citauca. Obligados a asociarse, los dos humanos acabarán uniendo fuerzas para repeler noche tras noche el asedio al faro e idear la forma de aniquilar a los atacantes. El protagonista descubrirá que su enajenado compañero de armas guarda un tesoro oculto, una hembra de aquella extraña especie, con la que mantiene una particular relación.
Con escasos elementos en juego, el autor elabora un divertimento sobresaliente, de claustrofóbico disfrute. Todos los puntos geográficos de la isla, internos y externos, son visitados por ambos humanos a la busca de los recursos para la supervivencia en un arpegio ascendente que culmina con una aterradora conclusión. Un remate cabalmente pesimista, que da sentido al carácter circular de la narración y que debido al mensaje implícito en su desarrollo no podría haber tenido otro signo. Como dice el autor, si el final fuera feliz, “en vez de una novela sería un sermón”. Del protagonista conocemos su pasado; de su antagonista, inicialmente sólo su presente, esos aspectos físico y mental desaliñados que recuerdan al furibundo Ben Gunn de La isla del tesoro. Es el desconocido pasado de su embrutecido compañero el que se repetirá en la peripecia vital del protagonista durante el año que pasa en la isla, un periodo de tiempo marcado por la mutua defensa contra lo desconocido, el enemigo común. Es precisamente ese bifrontismo de personajes el que hace posible que el desarrollo lineal de la historia se convierta en una metáfora cíclica que analiza los mecanismos internos del miedo y el proceso de regresión a los orígenes, a los deseos y temores atávicos que desembocan en la actitud irracional, en la demonización de lo diferente. En este caso, las mudas y ajenas criaturas humanoides, emparentadas por su aspecto físico con aquellos blasfemos seres que abandonaron los fondos marinos para recorrer las calles del Innsmouth lovecraftiano.
Los géneros de aventuras, misterio y terror conforman el aspecto externo de esta fascinante novela, pero no son sus más importantes bazas. La reflexión moral que proponen sus páginas, fundamentada en la riqueza interior de los personajes y su enfrentamiento contra todo, constituye el principal principio activo del libro. Enfrentamiento con el entorno, el adversario humano, la amenaza inhumana y, principalmente, consigo mismos. De los débitos contraídos por Piñol en la creación de La piel fría, el principal es, sin duda, con Joseph Conrad y su obra más trascendente, El corazón de las tinieblas, que se ha convertido en un referente imprescindible para la narración moderna. Tanto el cine (marcado por "Apocalypse Now", el magistral filme de Francis Ford Coppola) como la literatura, se han acercado repetidas veces a ella. En el género de la ciencia ficción -al que esta novela pertenece en la misma medida que los horrores cósmicos de Lovecraft- se han producido acercamientos de renombre, notables en muchos aspectos.
En Regreso a Belzagor, Robert Silverberg radicalizaba el viaje de Marlow hacia el interior del continente africano, convirtiendo la búsqueda de Kurtz (quien en la obra de Silverberg luce el mismo nombre) en una experiencia iniciática culminada por la transformación espiritual y física del protagonista. El británico James G. Ballard invertía el proceso en El mundo sumergido, atrayendo al trasunto de Kurtz hacia el protagonista, quien finalmente huía por voluntad propia hacia las tinieblas del pasado, en busca de la perdida esencia de lo primigenio. La importancia de la jungla como metáfora de la oscuridad humana es fielmente reproducida en ambas novelas. Piñol, sin embargo, decide prescindir de ella y crear un decorado desnudo, haciendo hincapié en la árida soledad del entorno y en la indefensión del hombre aislado. En La piel fría, la jungla está representada por los citauca, el desconocido enemigo que en su condición de extraño profundizará en el alma de ambos hombres hasta la misma esencia de sus terrores, deseos y emociones. Hasta ese pasado violento que el hombre occidental cree, en la seguridad de su hogar, haber enterrado y eliminado para siempre.
En la obra de Piñol, Marlow no vuelve a la civilización. Se queda con Kurtz, y por tanto, acaba convirtiéndose en él. Para el escritor catalán, nuestra raíz es la misma, tenemos el mismo origen, y en situaciones de aislamiento y peligro echamos mano de recursos idénticos, siempre movidos por el miedo, que es superior a nuestra capacidad moral. En el interior, el hombre continúa siendo un ser primitivo, racial. El miedo siempre conduce a la violencia y busca anular las señas de identidad que puedan emparentar a la amenaza con nosotros mismos. Es la “animalización” del enemigo a la que alude incansablemente el autor. En la novela, el protagonista cree contar con un mayor sentido moral que Batís, pero al final de la narración, la suma de detalles revela una realidad diferente. Cuando todo concluye, actúa igual que lo hizo su predecesor, evidenciando el relativismo de todo comportamiento humano. Y ese es otro de los puntos más satisfactorios que pueden encontrarse en esta novela, el respeto a la inteligencia del lector, pues más allá de los pensamientos del antiguo activista, toda una serie de detalles esparcidos por la novela adquieren al final un sentido demoledor, que ha de sumar quien lee y que varía la concepción que se pudiera tener anteriormente sobre el primer inquilino de la isla. El secreto del odio de Batís queda al descubierto, de forma maestra, en el espectacular giro contratextual de su catártica declaración final: “El amor, el amor…”.
Hacia ese mismo punto viaja el protagonista. En un principio, empujado por el miedo, mata, viola y destruye. Sólo cuando encuentra la evidente familiaridad en el enemigo es capaz de retomar su conciencia. Cuando pone nombre a la mascota le concede una identidad, y esto la transforma en Aneris a sus ojos. Eso le permite acceder al milagro de la alteridad, el miedo desaparece y su capacidad moral retorna. El encuentro submarino con los niños citauca y surelación especial con uno de ellos opera el milagro, remarcado por el escritor con la primera nevada en la isla, que altera el paisaje tornándolo blanco. “Como si fuera un lastre penoso, me sentía libre del horror. Ni yo mismo tenía conciencia del peso que había supuesto el miedo persistente y sistemático”. Y sin embargo, su conversión en Batís es inevitable. Cuando llega la verdad, siempre es tarde, y hay otros intereses que dificultan el diálogo. Sólo queda, pues, la cuestión de la honestidad consigo mismo, de la que careció Batís. El autor prefiere ser fiel a la historia que narra, y la cierra dignamente, sin importarle el pesimismo que destila así su creación.
La piel fría es, pues, una historia de autoconocimiento y desencanto. Su protagonista huye de la civilización desengañado por la hipocresía y la violencia que conforman la sociedad del hombre, por la imposibilidad para crear un estado de convivencia estable. Decepcionado, en suma con la naturaleza humana. Se refugia en la soledad de la lejanía y sobrevive a un año de penurias en el que descubre que todo aquello de lo que huía habita en su interior, pues son características inmanentes al ser humano. La irreflexión, la violencia, el deseo de lo ajeno y los bajos instintos son discípulos del miedo. Y todos ellos habitan en nosotros. No se puede huir de uno mismo. La única salida posible, como descubre el protagonista, pasa por la superación de lo que nos atemoriza. Desgraciadamente para él, cuando llega a esa conclusión, todo está perdido.
¿Cómo logra Piñol aunar con éxito amenidad y reflexión moral? Por medio de un estilo ágil, sencillo a la lectura, en el que predominan las frases cortas, que exportan correlativamente acción y carga de profundidad. Un estilo rico en metáforas significadas sobre proposiciones antípodas que brillan por el contraste de su construcción. “Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos. Por la misma razón, pues, podríamos creer que nunca estaremos absolutamente cerca de aquellos a quienes amamos” es la paradigmática declaración de principios que abre la novela. Piñol se permite, anecdóticamente, hacer incluso un pequeño juego nominal con sus personajes, los citauca, Aneris o el mismo Batís Caffó, quizás queriendo señalar una cierta separación entre ellos y el protagonista principal, cuyo nombre nunca es mencionado, artificio que por otra parte facilita la identificación del lector.
Esta novela refrenda el buen momento de la literatura de corte fantástico en todo el mundo, ya que está siendo un éxito tanto de crítica como de ventas. A pesar de que a Piñol le disgusta la etiqueta de best seller que le han otorgado a su novela, las cifras son impresionantes, inauditas para el género en nuestro país. En diciembre llevaba 22 ediciones en catalán (70.000 ejemplares) del original La pell freda, y 7 de la correspondiente en español. También había vendido los derechos de publicación en diversos idiomas a 25 editoriales repartidas por todo el mundo. Ha obtenido una de las ayudas económicas que concede el Institut Ramón Llull para la traducción de obras en catalán a otros idiomas, y le han otorgado el premio Ojo Crítico de Narrativa que concede RNE. Su enorme calidad sigue impulsando a esta novela hacia cotas cada vez mayores. Es llamativo que se trate de la opera prima del autor, quien antes de su publicación sólo tenía editados un libro de cuentos, Les edats d’or, y un ensayo sobre ocho dictadores africanos titulado Pallassos i monstres. Lo que sí es cierto es que no ha hecho más que empezar. Pronto aparecerá su nueva novela. Continuación de ésta, puede considerarse incluida dentro de una trilogía temática. Situada en el Congo, también cuenta con monstruos, pero esta vez son blancos y salen de la tierra. Piñol es, sin duda, la gran esperanza blanca de nuestro género fantástico.




Crítica publicada originalmente en Jabberwock 1, anuario de ensayo fantástico.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El estado de la ciencia ficción, en Hélice

Ya está disponible el quinto número de la revista de literatura fantástica Hélice. La extensa y siempre interesante sección de críticas literarias se completa en esta ocasión con un artículo dedicado a la obra de Juan Ramón Biedma. Como novedad, la revista incluye una nueva sección que entiendo tendrá una cierta continuidad. En ella, Fidel Insúa extracta el contenido de una mesa coloquio virtual en la que los invitados departen, basándose en una serie de preguntas previas, acerca del estado de la ciencia ficción en la actualidad. Escritores y expertos, y un infiltrado aquí presente, dan su opinión sobre cuáles son las claves actuales del género.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Bruce Sterling. Mirrorshades, una antología ciberpunk

Si el nacimiento del ciberpunk como corriente literaria fue responsabilidad del escritor William Gibson, la fuerza impulsora del movimiento como fenómeno activo provino de Bruce Sterling, el gran visionario que propaló y asentó las bases de aquella pequeña revolución. El fue quien lo ayudó a autodefinirse, el motor que imprimió potencia al ciberpunk con sus reivindicaciones, sus artículos, sus libros y, sobre todo, su visión de largo alcance. De entre sus obras proselitistas, la que conseguió una mayor repercusión fue una antología de cuentos ideada como golpe de efecto en la que, de forma arbitraria, Sterling reunía una serie de relatos de diversa autoría, piezas breves cuyos nexos de unión con lo que se comenzaba a admitir popularmente como ciberpunk no eran sólo dudosos, sino también, en algunos casos, completamente inexistentes. Mirrorshades, the Ciberpunk Anthology fue, antes que nada, un deliberado intento de eludir corsés y extender el alcance de la entonces recién nacida criatura, un plan que casaba muy bien con su esencia postmoderna.
Publicada originalmente en 1986, no vería su aparición en nuestro país hasta 12 años más tarde. Sorprendentemente, la editorial Siruela decidía realizar un significativo cambio en el título al trocar, sin razón aparente, el artículo determinado en indeterminado y presentar la obra como Mirrorshades, una antología ciberpunk. Curiosidades al margen, su publicación cubrió uno de esos inexcusables huecos que de vez en cuando salen a la luz en nuestro mundo editorial. El libro reúne una docena de cuentos de distinta procedencia entre los que se incluyen un par de colaboraciones del mismo Sterling con otros autores, así como un prólogo en el que se apresta a sentar cátedra y enunciar las afinidades y algunos de los temas en los que se asienta el ciberpunk. Aunque el resultado material ha sido a la postre el deseado, pues a partir de su publicación tanto el número de prosélitos como de disensiones ha convertido al fenómeno ciberpunk en una realidad indiscutible, el cualitativo fue más bien dudoso, ya que la desigualdad de los cuentos ha acabado negando a Mirrorshades una posición de mayor afecto dentro del género.
Los relatos que componen la antología habían ido apareciendo entre los años 1981 y 1986 en distintas publicaciones del medio, especialmente en la revista Omni, donde vieron la luz cinco de las piezas allí contenidas. Dirigida por Ellen Datlow, Omni fue uno de los puntales del género, pues por sus páginas se fueron sucediendo las creaciones de todos y cada uno de los que luego serían los grandes nombres del ciberpunk. La antología se abre, de forma magistral, con el primer cuento que publicara William Gibson, en 1981, titulado “El continuo de Gernsback”. Más que un cuento, la joya de Gibson era una declaración de intenciones ideal para abrir la antología, un grito de guerra encubierto que proponía abandonar las viejas formas del género para buscar otras nuevas, más imperfectas, no tan limpias, pero seguramente por ello más acordes con la realidad.
El protagonista del cuento se ve encerrado en un “fantasma semiótico” a gran escala. Por momentos, se sumerge en un continuo en el que se ha hecho realidad la ciencia ficción pulp que inundaba las revistas en los tiempos de Hugo Gernsback, con sus ciudades blancas y sus personajes de insultante pureza moral. El final determina que es preferible el caos actual, este presente repleto de pequeños horrores y vicios, que la perfección y la pureza aria. Un cuento marcadamente punk pero carente del elemento cibernético, tal como ocurre con gran parte de las piezas de esta antología, un hecho deliberado con el que el antologista contribuiría a colocar las semillas de la indefinición en el naciente subgénero.
Sterling intenta dar sentido definitorio al ciberpunk agrandando su concepto. Contra todos aquellos que lo proponen como un simple escenario donde diversificar tramas y repetir esquemas, o más específicamente, una “estética” conformada por un conjunto de ítems reconocibles, él sugiere lo contrario: todo aquello que utilice cualquiera de los elementos que Gibson popularizó en Neuromante (drogas, informática, caos social, monopolios globalizadores, underground urbano, implantes cibernéticos, hard boiled futurista…), aunque sea uno solo de ellos, puede ser considerado ciberpunk. Todos los relatos aquí contenidos cuentan con al menos uno de esos elementos, y todos esos elementos están a su vez representados. Excepto uno. Curiosamente, la más decisiva creación de Gibson, lo que el lector popular ha considerado desde 1985 condición sine qua non del buen ciberpunk: el ciberespacio. Aquí no aparecen mundos virtuales ni enganches neuronales a la Red. Es todo lo demás lo que se ve representado en sus distintas formas.
“Los chicos de la calle 400”, de Marc Laidlaw, es una apocalíptica historia de bandas urbanas unidas por la supervivencia; “Solsticio”, de James Patrick Kelly, apuesta por los alucinógenos y la genética por medio de un elaborado lirismo; “Petra”, de Greg Bear, fantasía postapocalíptica de carácter medieval, es una alegoría acorde con estos tiempos de descreimiento; “Hasta que nos despierten voces humanas”, de Lewis Shiner, incide en las posibilidades de la nueva tecnología genética para el ser humano, tecnología, por supuesto, en manos de grandes multinacionales; “Estrella roja, órbita invernal”, de Gibson y Sterling, falto de sobriedad, alude al fantasma tecnológico y político de la vieja Unión Soviética; “Mozart con gafas de espejo”, de Sterling y Shiner, traspone la expoliación de recursos de los tiempos modernos al siglo XVI con un marcado tono ucrónico.
Al lado de estas muestras de ciberpunk tangencial se encuentran relatos más cercanos a la corriente canónica, aunque de calidad dispar. En el extremo menos interesante, “Ojos de serpiente”, de Tom Maddox, se sumerge en la carnalidad contenida en la simbiosis entre elementos cibernéticos y orgánicos, mientras que en “Rock On”, Pat Cadigan se pregunta qué será del Rock & Roll en un futuro tecnológico rendido al mercantilismo. En la zona contraria, dos de los mejores cuentos responden al patrón ciberpunk más popular. “Zona libre”, de John Shirley, transcurre en el mundo de su trilogía Eclipse, y en él se puede encontrar casi toda la parafernalia del subgénero, Rock & Roll, drogas y violencia urbana en un escenario producto de una crisis económica mundial provocada por un acto de terrorismo informático. “Stone vive”, de Paul di Filippo, comienza como un viaje por la marginalidad urbana, por el submundo de las ciudades, y termina con su protagonista en la cresta de la ola, al mando de una multinacional poderosa (1). Por último, desmarcándose incluso de esa afinidad cogida por los pelos, “Cuentos de Houdini”, de Rudy Rucker, uno de los más fervientes defensores del movimiento, es con mucho el cuento más alejado de las tesis ciberpunk, una humorada sobre la capacidad de escape de Houdini en una extraña ucronía.
La intención de Sterling de dotar de una cierta vastedad temática a su antología le condujo (con alguna excepción) a no escoger los relatos más relevantes de los autores con que contaba, sino más bien a aquellos que mejor se amoldaron a su forma de entender el nuevo género. No están, por ejemplo, los otros grandes cuentos de Gibson ("Quemando Cromo" o "Johnny Mnemonic"), o incluso los suyos propios pertenecientes a la serie Formador/Mecanicista. Su presencia podría haber sumado calidad, aunque seguramente también habría restado variedad al mensaje. El hecho es que, aunque cualitativamente resultan más valiosas antologías como Quemando Cromo, de William Gibson, o la arriba sugerida Crystal Express, del mismo Sterling, Mirrorshades ha acabado siendo mucho más importante debido a su instrumentalización y a su fuerte carga ideológica.
En conjunto, la colección proyecta una visión global de los muchos aspectos que el ciberpunk trata y se caracteriza especialmente por mostrar una notable pluralidad de ideas. Más de dos décadas después, se puede afirmar que Mirrorshades ha cumplido su propósito como obra tanto exponencial como seminal en cuanto a lo que supuso como materia de diversificación para futuros escritores ciberpunks. Se ha convertido, sin duda, en una de las obras más importantes que haya dado la ciencia ficción para sí misma, uno de esos libros que agudizan (2) un cambio de rumbo en el género. En ese orden de cosas, es ineludible la comparación con una compilación que representó otro gran evento en la cf contemporánea, su predecesora en cuanto a ambición y tendenciosidad: Visiones peligrosas. La antología encargada por Harlan Ellison también sirvió en su día como catalizador y propulsor de un revolucionario movimiento interno en la cf, la New Wave. Si bien es cierto que ambas obras corren parejas en cuanto a la irregular calidad de los elementos que las componen, quizás sea tiempo ya de evaluar cuál de las dos ha propiciado una mayor influencia posterior. Aunque pudiera parecer bastante obvio, yo no me apresuraría en despreciar el efecto producido por la corriente ciberpunk, no sólo como núcleo del near future actual, sino incluso en la literatura de corte general



(1) Resumen que, 20 años después, podría también valer como sinopsis de Leyes de mercado, la estupenda novela de Richard Morgan.
(2) Mirrorshades encauza algo ya iniciado, no lo crea. El origen de ese cambio se lo debemos, esencialmente, a la novela Neuromante, de William Gibson.




Reseña publicada anteriormente en el nº3 de la revista de literatura fantástica Hélice.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Al fin, La carretera


Así comienza:

Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración.



Así transcurre:

Siguieron avanzando a marchas forzadas, esqueléticos e inmundos como adictos callejeros. Cubiertos con las mantas contra el frío y echando un aliento humoso, abriéndose paso por los negros y sedosos montones de nieve. Estaban atravesando la amplia llanura costera donde los vientos seculares los empujaban entre aullantes nubes de ceniza a buscar refugio donde pudieran. En casas o graneros o metidos en una zanja al borde de la carretera con las mantas por encima de la cabeza y el cielo a mediodía negro como las bodegas del infierno. Abrazó al chico contra su pecho, helado hasta los huesos. No te desanimes, dijo. Saldremos de esta.



Así culmina:

En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio.


Llevo más de 30 años leyendo ciencia ficción. He leído casi todo lo bueno y mucho, quizás demasiado, de lo malo. Pongo en evidencia tal bagaje por si les ayuda a valorar mejor la siguiente afirmación: La carretera es, sin ninguna duda, la obra de ciencia ficción más madura que yo haya leído jamás. De hecho, es tan madura que no va a ser considerada ciencia ficción, a pesar de tratarse de un post atómico declarado. Dudo de que su nombre llegue a figurar en las listas de los destinados a competir por los major awards del género. Y sin embargo, no me extrañaría que esta novela significara el empujón definitivo que permita a Cormac McCarthy hacerse con el premio Nobel de Literatura, cosa que, todo sea dicho, no le hace ninguna falta.
Si creen que a continuación voy a escribir el manido "esto debería conducir a reflexión a todos aquellos que..." están equivocados. A estas edades, uno ya sabe convivir con la imposibilidad, sabe calibrar cuándo las dificultades son insalvables. Y cuándo ciertas batallas han dejado de merecer la pena.

sábado, 8 de septiembre de 2007

El monstruo de las galletas, en C


La última actualización de C, el hijo de cyberdark, incluye, junto a otros tres excelentes textos, una reseña dedicada a El monstruo de las galletas. Editado por AJEC, el libro contiene dos novelas cortas del escritor norteamericano Vernor Vinge, reciente ganador del premio Hugo en su categoría más importante. El origen de Rainbows End, la novela galardonada, se encuentra precisamente en el segundo de esos relatos. Echenle un vistazo si así lo desean.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Michael Crichton. Rescate en el tiempo (1999 - 1357)

Con la entrada anterior me he dado cuenta de que todavía no había pasado ningún best seller por Literatura en los talones. Aunque tenía varios escritores próximos al género de ciencia ficción a mano, no he tardado mucho en decantarme por Michael Crichton, a quien considero el indiscutible número uno dentro de esta categoría.





Cuando un autor logra cierto éxito de ventas, no es nada extraño que con el tiempo comience a padecer el llamado "síndrome factoría". El escritor se convierte en perro viejo y descubre, tras obtener varios superventas, cuál es la fórmula del éxito y qué caminos ha de seguir para repetirla. Para los escritores-factoría pasó la época de arriesgar el tipo en pos de la originalidad y el arte; es mejor vender entretenimiento que jugársela intentando hacer pensar o maravillar. Ese selecto grupo de millonarios es bastante conocido, y en él hace mucho tiempo que reside, cada vez más a gusto, el norteamericano Michael Crichton.
Conviene, en todo caso, no equivocarse. Para quien sufra ataques agudos de eclecticismo, como es mi caso, y pueda disfrutar con el entretenimiento manufacturado, Rescate en el tiempo (1999 - 1357) es una buena inversión. La historia es bien sencilla. Un profesor de universidad americano decide, aprovechando una nueva tecnología basada en la física cuántica, darse un paseo por la Francia de 1357. Algo sale mal y queda atrapado en un breve episodio de la Guerra de los Cien Años, por lo que decide escribir y enterrar una nota en la que pide ayuda a sus alumnos, los cuales se encuentran realizando excavaciones sobre esa misma zona en la actualidad. Los muchachos, atravesando al igual que él antes la espuma cuántica, se lanzarán al rescate sin pensárselo dos veces.
Sigue una serie de aventuras en el medievo al más puro estilo Crichton. Hay una multinacional malvada, un megalómano de ego gargantuesco, un detallado informe científico para profanos en la tecnología de turno (en este caso sobre física cuántica), unos personajes diseñados con las aptitudes necesarias para escapar de los problemas que surgirán más adelante y, como escenario, un lugar bien documentado e imaginado al milímetro en el que encerrar la inevitable acción. Todo ello envuelto en su saber hacer de siempre, sin dar tregua al aburrimiento -no se para ni un instante- y evitando en lo posible el cansancio del lector mediante la utilización de una técnica usual en todo best seller, consistente en ofrecer cortes en la narración cada dos páginas.
En realidad, Rescate en el tiempo (1999 - 1357) contiene una historia bien fabricada pero de una previsibilidad frustrante. Desde el momento en que se conoce a los personajes y la localización en la que han de vivir sus aventuras, se sabe quién morirá, quién sacara las castañas del fuego a los demás y dónde acabará el conflicto. Es de agradecer, eso sí, que el autor eluda convertir su novela en el enésimo what if al negar a sus personajes la posibilidad de utilizar ningún tipo de elemento sensacionalista actual como sí sucedía, por ejemplo, en la famosísima obra de Mark Twain titulada Un yanqui en la corte del Rey Arturo. Aquí los protagonistas luchan por sus vidas en igualdad de condiciones, recorriendo la Francia del siglo XIV en lo que no pretende ser más que la aventura de varios jóvenes en un pasado tan atractivo como peligroso: un fin de semana en la Baja Edad Media.
Este libro no está dotado de la profundidad del maravilloso El libro del día del juicio final, de la escritora norteamericana Connie Willis, pero cuenta con una historia amena, bien narrada y con la que se puede disfrutar siempre que, como dije antes, no importe al lector descubrir el más que evidente esquema Crichton que emana de sus páginas. Por esa razón, ni el castigo final al malo de la obra (¿un homenaje a la citada Willis?), que sorprende por excesivo, ni la obvia pregunta que se hace el lector al terminar la novela (sin destripar el final: ¿por qué, simplemente, no vuelven más tarde a por ellos?) suponen un bagaje lo suficientemente negativo como para anular el entretenimiento que ofrece esta obra, un best seller típico, sin pretensiones.



Esta reseña fue publicada previamente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Criminal Blurbs

A su imagen (Trilogía del Cristo Clonado I), de James BeauSeigneur
"Primero fue La guerra de los mundos, después Blade Runner y ahora llega la trilogía que cambiará tu forma de ver el futuro."

sábado, 1 de septiembre de 2007

Sin que sirva de precedente: Valerián

Al crear este blog siempre tuve claro que me ceñiría a la literatura, que todas las entradas tendrían alguna relación con ésta, por muy tangencial que fuera. En algún caso, como en la que dediqué al genial M. C. Escher, eché mano de alguna estratagema en forma de libro para ser fiel a ese principio. Desgraciadamente, las personas, o al menos la que aquí escribe, siempre acabamos traicionándonos, siempre encontramos con el paso del tiempo un motivo, que en ese momento se nos antoja trascendental, para ciscarnos en lo prometido. Debería avergonzarme, pero créanme, la ocasión es aquí tan, eso mismo, "trascendental", que me importa un pimiento faltar a mi palabra. Entre ustedes y yo: si no lo hago, reviento.
El año pasado, por el mes de abril, Norma Cómics comenzó a publicar en tomos recopilatorios la serie completa de "Valerián, agente espacio-temporal". Con cadencia desigual, han ido apareciendo los volúmenes 1, 2 y 3, de cuyo contenido pueden informarse (someramente) en la web de la editorial. Hoy he comprobado en una tienda de cómics que ya ha aparecido el cuarto tomo, y que, sabiamente, no han incluido esta vez tres, sino cuatro partes, las cuales componen una misma historia. Si los tomos anteriores eran ya una maravilla, éste constituye, dicho sin un ápice de duda, una de las mejores obras de ciencia ficción que haya aparecido jamás en cualquier medio. Su contenido es el siguiente:


· Metro Châtelet, dirección Casiopea
· Estación Brooklyn, final de línea el cosmos*
· Los espectros de Inverloch
· Los rayos de Hypsis


Aunque he buscado y rebuscado un ensayo que me puse a escribir hace años y que no llegué a acabar para la hibernada (con Gigamesh nunca se puede decir extinta) revista Yellow Kid, no he logrado dar con él, así que les recomiendo que lean la entrada que Rafael Marín, uno de los mayores conocedores del cómic en este país, dedicó en su bitácora a la maravillosa serie creada por P. Christin y J. C. Mezieres. Se trata del prólogo al primer tomo, y es una excelente toma de contacto para quien aún no conozca el extraordinario (y mil veces copiado) universo de Valerián. Y de Laury, a quien, por cierto, siempre me ha parecido que el título de la serie ningunea sin razón, ya que es ella, en muchas ocasiones, la auténtica protagonista del cómic.
Aunque cada aficionado tendrá su álbum favorito (el mío, por ejemplo, es El embajador de las sombras, con ese Punto Central al que tanto recuerda el Babylon 5 de Straczynski), es innegable que las mejores páginas de toda la serie se encuentran en estas cuatro historias, publicadas ahora en un solo tomo. En su interior, el nuevo (o antiguo) lector se va a encontrar con monstruos galácticos, viajes temporales, paisajes exóticos, la Santísima Trinidad, amores distantes, grandes dosis de humor y con el fin de la civilización humana. Y también con los irrepetibles shinguz, por supuesto.
Si son aficionados al género, háganse con esta obra, en serio, se trata de una maravilla imprescindible.

* De los cuatro, éste es el único título cambiado por el traductor. La primera edición se publicó como Brooklyn Station, término Cosmos.