miércoles, 31 de octubre de 2007

José de Espronceda. El estudiante de Salamanca

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.





(...)



¡Que era pública voz, que llanto arranca
del pecho pecador y empedernido,
que en forma de mujer y en una blanca
túnica misteriosa revestido,
aquella noche el diablo a Salamanca
había en fin por Montemar venido!...
Y si, lector, dijerdes ser comento,
como me lo contaron, te lo cuento.



 
El buen aficionado al género fantástico habrá disfrutado más de una vez con las pequeñas y grandes joyas escritas durante el Romanticismo, un período artístico reivindicado especialmente por los amantes de lo nocturno y lo espectral. Si nos referimos a España, la imaginación del lector volará en primer lugar hacia las "Rimas y leyendas" de Becquer, para acudir, inmediatamente después, a El estudiante de salamanca.
Poema de tintes donjuanescos y atmósfera fantasmagórica, es también la principal muestra del virtuosismo con que Espronceda logró conjugar métrica y contenido para sublimar la narración. Si quieren leer está maravilla completa, pueden hacerlo hoy mismo desde la web de Cervantes Virtual. Se trata de una lectura especialmente indicada para una noche de difuntos.



lunes, 29 de octubre de 2007

Traduttore, traditore.

Entre las muchas utilidades de internet destaca su función como ficticio baúl de los recuerdos. Esta sobremesa, delante de un solomillo al cabrales y una modesta botella de Viña Mayor, he mantenido una divertida conversación con un par de amigos sobre un tema que goza de cierta recurrencia entre lectores insistentes: el de las traducciones. Naturalmente, cuando han comenzado a saltar a la palestra los ejemplos más sangrantes, yo he querido echar mano de mi campeón, mi caso favorito de todos los tiempos. Aunque ha causado alborozo, he quedado insatisfecho por lo incompleto de mi recuerdo. He llegado a casa, he encendido el ordenador, et voilá!, ahí estaba la anécdota, tal como la describí hace años, esperándome en internet para refrescar mi gastada memoria.




Gracias al traductor y al corrector

Pues, declarándome contrario por una parte a las malas traducciones, y por otra a ese infame tipo de individuo que escribe anotaciones en los libros que le presta la biblioteca, importándole un pimiento el que venga detrás, tengo que decir que por una vez he pasado una tarde realmente divertida gracias a ambos. He sacado de la biblioteca un ejemplar de Isaac Asimov Sobre la ciencia ficción, editado en España por Edhasa en el año 86, y me he reído con ganas gracias a la pésima traducción y a las anotaciones hechas con lápiz por algún lector maleducado.
Quería compartirlo con los que no tenéis el libro, porque la cosa tiene miga. Por un lado, pondré la traducción tal como aparece en el libro, y a continuación aprovecharé la corrección realizada en el margen por el ofendido lector. A lo mejor hay sorpresa y el corrector enmascarado está presente. Que repita como castigo cien veces: "No se escribe en los libros prestados".

Ya desde el principio la cosa me intrigaba, porque junto al nombre del traductor aparece la primera información del anónimo corrector de estilo: No tiene ni idea.

Traductor: Todavía Verde en la Memoria
Anotación: Todavía fresco en la memoria

T: la Media Tierra
A: Tierra Media

T: Así está también Mr. Spock, de Viaje Estelar
A: Star Trek

T: LAS GRUTAS DE ACERO
A: CAVES OF STEEL, publicadas como BÓVEDAS DE ACERO o LAS CAVERNAS DE ACERO, según la edición

T: EL VITRAL Y EL VIDRIO DE VENTANA
A: VITRAL?

T: Se llamaba RASGOS y trataba sobre el primer viaje a la luna
A: El relato, por todos los datos, no puede ser otro que OPINIÓN PÚBLICA, y se puede encontrar, si se puede encontrar, en el primer volumen de la SELECCIÓN ASIMOV, de la Editorial Bruguera, Barcelona, 1976

T: de la nuestra para hechar nueva luz sobre estas cosas. (Y nuestras mentes pueden hechar nueva luz...)
A: (borra las haches)

T: la mujer- alcón Arpía
A: (anota la hache)

T: BREVE NEW WORLD (BRAVO NUEVO MUNDO) de Aldous Huxley
A: DIOS SANTO! UN MUNDO FELIZ

T: New Wave (Nueva Onda)
A: ola

T: cuyas características más pronunciadas fueron la experimentación estilística, una fuerte infusión de sexo y violencia,
A: infusión?

T: de las HISTORIAS DEL PREMIO NEBULOSA, me pidió que escribiera algunas reminiscencias de aquel año
A: Nebula, reminiscencias?

T: La gente de afuera empezaría a tomarnos en serio. El mundo inundaría nuestros rangos y
A: (tacha la a) rangos?

T: hay escritores que ganan Hugos y Nebulosas
A: Nebulas

T: ODISEA DE UN MARCIANO
A: ODISEA MARCIANA

T: y Doc Savage (Doctor Salvaje)
A: !

T: DUNE (MÉDANO)
A: (tacha Médano)

T: STAR WARS (GUERRA DE ESTRELLAS)
A: Supongo que lo sabe

T: libreto
A: guión

T: THE PUPPET MASTERS (LOS AMOS DE LAS MARIONETAS)
A: AMOS DE TÍTERES

T: THE MARTIAN WAY (LA VÍA MARCIANA)
A: A LA MANERA MARCIANA

T: THE MOON IS A HARS MISTRESS (EL MUNDO ES UN AMA MUY SEVERA)
A: LA LUNA ES UNA CRUEL AMANTE

Esta es la última anotación, a mitad de libro, del anónimo e indignado corrector. Supongo que no le quedaron ganas de seguir, ya que había material de sobra para continuar pero no lo hizo. Sobran comentarios. Hay más, mucho más, como Notas del traductor presuntamente cultas y otras lindezas. Lo recomiendo casi violentamente, que diría Cela. No sé si el traductor lo hizo adrede para fastidiar o si realmente era tan malo: hay cosas que son de dominio común, sin necesidad de estar puesto en ciencia-ficción, como la traducción de STAR WARS. El corrector parece pensar lo mismo en ocasiones. Comprobaréis que, a pesar de cómo publican algunas editoriales actuales, por muy increíble que parezca, hubo épocas peores.



Este texto está publicado en la sección de Firmas del Sitio de Ciencia-Ficción.

jueves, 25 de octubre de 2007

SdE: 84, Charing Cross Road

Una vez terminada la lectura del penúltimo libro de Dune, Eve quería acometer algo ligerito, agradable y que se leyera en un "pis pas", así que me pidió consejo. Fresco en la memoria por haberme referido a él recientemente, el primer ejemplo de esas características que me vino a la cabeza fue 84, Charing Cross Road, esa delicia epistolar elaborada a partir de la correspondencia que la guionista y aspirante a dramaturgo Helene Hanff mantuvo durante décadas con los empleados de una pequeña librería inglesa. Eve se dejó convencer, así que presto me subí en una banqueta para rescatar el delgado libro, acomodado desde hace años en la balda más alta de la estantería. Me costó lo suyo estirarme, pero el esfuerzo fue correspondientemente gratificado.


En octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa.



Tras finalizar su lectura, Eve coincide conmigo en que se trata de un libro delicioso, emotivo tanto por su humanidad como por la bibliofilia que supuran sus páginas. Sin embargo, lo considera irregular, mucho más emocionante al principio que en su conclusión, la cual le parece un poco (perdonen el neologismo) anticlimática. Algo de razón tiene, no lo voy a negar, pero esa característica descendente, esa falta de equilibrio en su recorrido adquiere lógica si atendemos al modo de creación del libro, cuya peripecia me emociona (y aquí entra lo particular) incluso más que el texto en sí. El carácter documental, la veracidad de los hechos que se narran y la propia biografía de la autora le confieren un valor dramático añadido como espejo de esa entelequia que rellena nuestros días y a la que, de forma concisa, llamamos vida.
Helene Hanff podía haber sido parte integrante de esa legión de escritores fracasados que no lograron dejar su impronta en la historia de la literatura, soñadores cuyo denodado esfuerzo y silencioso trabajo no lograron alcanzar la dignidad que otorga el reconocimiento. Sin embargo, a Hanff la fama le acabó llegando de una forma que -he ahí lo tragicómico- ni se esperaba ni, seguramente, deseaba. Empeñada durante toda su vida en triunfar en el teatro, escribió numerosas obras sin éxito. Finalmente, no fueron éstas, sino el producto de una actividad más prosaica lo que le permitió llegar al gran público.
Todo está registrado en el Post Scriptum del libro. A la vez que intentaba abrirse camino en la dramaturgia, Hanff comenzó a intercambiar correspondencia con los empleados de Marks & Co., una pequeña librería inglesa, para pedirles libros de bajo precio. Su relación con ellos, especialmente con el encargado Frank Doel, fue estrechándose carta a carta. Ellos le enviaban libros que ella apreciaba como oro puro. Hanff, a su vez, les correspondía haciéndoles llegar comida y dulces, bienes escasos en la Inglaterra de posguerra. Así se fue forjando una amistad a larga distancia de la cual las cartas dieron fe de vida. Ese factor humano que desprende la colección epistolar es el que emocionó y emociona aún a los lectores, y fue la característica que animó al visionario editor a publicar un conjunto de cartas en forma de libro.
84, Charing Cross Road fue un éxito inmediato. Hasta tal punto llegó su popularidad que fue posteriormente adaptada al cine y al teatro, y aún hoy se sigue interpretando. Fue el único éxito de Helene Hanff. Y no completamente propio, pues -y en cuanto a los derechos de autoría esto es algo que no acabo de entender- gran parte de las misivas fueron escritas por Doel, su mujer y el resto de empleados de la librería, no por la autora del libro. Su obra creativa, por la que trabajó toda la vida, pasó desapercibida, y sin embargo el reconocimiento le llegó gracias a una actividad cotidiana, la escritura de cartas. Hanff vivió del dinero proveniente de los derechos de autora hasta donde éste llegó, y luego murió anónimamente, en una residencia. A pesar del enorme éxito del libro, no obtuvo lo que había perseguido toda su vida. Fracasó como escritora, pero dejó su nombre inscrito en la historia de la literatura: una auténtica paradoja.

Carme Elías y Josep Minguell en la adaptación de Isabel Coixet


miércoles, 24 de octubre de 2007

Pellizcos

Y es evidente que, tras el huracán Harry Potter, muchas editoriales se han dado cuenta de que existe un público que antes no leía, pero que sí puede leer obras cuyo nivel literario es muy bajo, ya que al fin y al cabo es para chicos de 16 años.


-Luis G. Prado-


Aclaración: Palabras atribuidas a Luis G. Prado por el diario Público.*



*(Qué bonito el mundo de la prensa.)

jueves, 18 de octubre de 2007

Bret Easton Ellis. Lunar Park

Un error más común de lo deseable entre los lectores de novelas, sean veteranos o noveles, consiste en confundir al narrador, a la voz que cuenta la historia, con el escritor. Ese error puede llevar a quienes lo sufren a colocar la tilde de fascista, perturbado, misógino y demás suerte de improperios sobre determinados autores [1] cuyas historias se posicionan en el lado incorrecto de la moralidad al uso; la mayor parte de las veces, por no decir siempre, de forma injusta. No hay que olvidar jamás que el narrador, la entidad que con voz propia nos acerca a la historia, es un artificio más de la narración, un elemento ilusorio que procede, al igual que el resto, de la imaginación del escritor. Como tal, no tiene por qué coincidir en pensamiento o intención con el hombre tras la pluma, que además, sobra decirlo, no tiene la obligación de ser fiel a la realidad.
En el campo de la ficción, el escritor ha de firmar un compromiso inquebrantable, no con la realidad, sino con esa misma ficción. Sin embargo, al otro lado del espectro narrativo, en el campo de la denominada “no ficción”, sucede todo lo contrario. En el género autobiográfico, por ejemplo, narrador y escritor encarnan una sola entidad para relatar, de forma fiel (o así debería ser), la realidad. ¿Pero qué sucede cuando autobiografía y ficción se unen, cuando el escritor recrea desde la imaginación, con más mentiras que verdades, su propia historia y la somete a las leyes de lo ficticio?
Los franceses, siempre atentos al nacimiento de nuevos conceptos culturales, bautizaron tal circunstancia como autofiction [2]. Fue concretamente el crítico Serge Doubrovsky quien acuñara el neologismo en 1977. La lista de autores que, anterior y posteriormente a esa fecha, han paseado su nombre literal o anagramático como protagonista por alguna de sus novelas es extensa (de Michel Houellebecq a Philip Roth, de Marcel Proust a Henry Miller). Bret Easton Ellis se ha incorporado a tan selecto club con su última novela, Lunar Park, para añadir una nueva vuelta de tuerca al concepto.
Como norma, la obra de autofiction vulnera, según Philippe Lejeune, los dos pactos fundamentales que esas dos categorías narrativas acuerdan de principio con el lector. El pacto autobiográfico asegura que lo que se va a contar es cierto, mientras que el pacto novelesco enuncia que lo que se cuenta es ficción pero debe ser admitido como real. Al mezclar ambos géneros, la autofiction aporta un carácter de ambigüedad a la narración. El lector, por el primero de los pactos, ha de confiar en la veracidad de la historia, y, debido al segundo, tomar como reales hechos que sabe ficticios.
Es decir, que la autofiction -ésta es la paradoja- se configura como una ficción que exige confundir al narrador con el escritor. Lo que Ellis logra crear en Lunar Park es la perfecta conjunción de ambos extremos, pues su ficción se sostiene sobre un falso presupuesto aceptado como veraz por el lector: la leyenda urbana del escritor Bret Easton Ellis, fomentada desde el principio de su carrera por el amarillismo y aceptada sin tapujos por el aficionado, el cual, conocedor del contenido escandaloso de sus ficciones, ya era preso del equívoco narrador-escritor antes de llegar a este libro. Así pues, a Ellis no le hace falta convocar pacto alguno, pues su ficción procede del imaginario del lector, que ya ha admitido previamente la veracidad de los hechos que se narran.
Durante la primera parte del libro, el norteamericano revisita en detalle su trayectoria como escritor de éxito, desde la publicación de su fulgurante primera obra, Menos que cero, escrita con apenas 20 años, hasta su novela más reciente, la ya lejana Glamourama. A la vez que se publican sus libros, el escritor ficticio va subiendo los escalones de la fama, en ocasiones acompañado por algún compañero de profesión como el olvidado Jay McInerney [3], sin dejar de lado fiestas, drogas, alcohol o sexo de ambos signos, todo aquello que el dinero y la popularidad pueden facilitarle a un escritor lo suficientemente degenerado. El sarcasmo y la ironía de cosecha propia corren como el champán caro por esos primeros capítulos. Ejemplo máximo de ello son los párrafos dedicados a una futura producción en la que el protagonista está trabajando titulada “Conejito adolescente", que llegan a provocar carcajadas y hacen abrigar la esperanza de que tal libro exista realmente, de que no sea más que otra de las falsas mentiras contenidas en la novela.
Tras la puesta al día de su pasado, todo cambia para dar paso a una novela distinta, de género en apariencia y de contenido alegórico. Bret intenta reconducir su vida formando una familia junto a una glamurosa actriz hollywoodiense [4], y se instala con ella y sus dos críos en una casa de lujo en las afueras. Organiza una fiesta en la que, en su habitual estado alucinatorio, químicamente inducido, cree ver a su personaje más popular, el psicópata Patrick Bateman (luciendo el rostro del actor Christian Bale, protagonista del "American Psycho" cinematográfico), el cual, a partir de entonces, comienza a acosarle. Este, podríamos llamarlo así, "síndrome de Conan Doyle", el del autor que no logra liberarse del personaje que le dio fama, es sólo una muestra del contenido alegórico de la narración.
En la construcción de la trama, Ellis recurre tanto a Stephen King como a J. G. Ballard a partes iguales y añade su toque personal para ofrecer al lector un cóctel inquietante y grotesco en el que el patetismo mostrado por el protagonista, Bret Easton Ellis, roza en algunos puntos la Jayne y Bretautoflagelación. Como novela de terror, Lunar Park goza de episodios sumamente inquietantes. El avistamiento desde la lejanía de un demoníaco intruso rondando el piso superior de su propio hogar, la persecución del monstruo escaleras arriba o la imagen final de la casa, quizás los tres ejemplos más llamativos, producen pavor y desasosiego a partes iguales. Pero si estos deudos de King provocan inquietud, no la provoca menos la parte ballardiana de la historia.
Al igual que el británico en la seminal Furia feroz, Ellis conduce al lector, en notable paralelismo con aquella historia, hacia el misterio de unas desapariciones infantiles en medio del ambiente dominical, oscuro y frío, de las alienantes ciudades residenciales, cuyos propietarios, gente bien situada, son incapaces de salvar el escalón que les separa de sus hijos, a los que encuentran tan extraños como a los albinos niños de Midwich. Naturalmente, ese desajuste familiar es terreno abonado para el proceso de ridiculización con el que Ellis sabe poner en evidencia los tics más prosaicos de la clase pudiente. La imagen que ofrece de los niños y adolescentes norteamericanos es vitriólica. Medicados con toda suerte de ansiolíticos y antidepresivos, se prefiguran como el futuro espejo de sus progenitores. “¿Sabían que el ocho y medio por ciento de los niños menores de diez años intentó suicidarse el año pasado?”, llega a rematar el autor en un hilarante comentario aderezado con cicuta.
La desaparición de los jóvenes, uno a uno, quién sabe si de forma voluntaria, no adquiere el fondo social terrible que le dio Ballard, sino que se constituye en un elemento más de la tela de araña que hila la alegoría central del libro, el núcleo hasta el que el escritor quiere profundizar. El peón principal de Ellis para lograr esa inmersión es, sin duda, el apocalipsis personal de Bret, un hombre desubicado, cuyo pasado aún no se ha cerrado, inseguro ante el paso definitivo que ha de dar hacia la madurez. No sólo le acosa Bateman, personaje que el autor basó inconscientemente en su padre, sino que el fantasma de este último también le persigue. Es decir, su creación y su creador; el hijo y el padre. El entorno familiar, de pronto, sufre una transformación. Los elementos inocentes que lo rodean, iconos familiares como el perro o el juguete de la niña, se tornan malignos. Su hijo es un extraño. La familia, finalidad asociada comúnmente a la madurez, es el infierno. Lo que más aterroriza a Bret es la obligación de convertirse en padre, en esa figura que teme desde su más tierna infancia.
Y he ahí el pathos de la novela. Quien no se quede en la superficie, en las drogas y el sexo, en el gamberro Ellis en suma, descubrirá con el transcurrir de las páginas, y especialmente tras leer el capítulo final, que Lunar Park es, en esencia, un exorcismo personal, una carta de despedida dirigida al recuerdo de un padre violento que, tal como el escritor ha declarado alguna vez, "pegaba hasta al perro"; un padre que, sirva como detalle complementario, fue capaz de interponer una demanda contra su abuelo. Un Ellis renovado, adulto, se despide aquí de su más íntimo fantasma, el espectro de su padre, mediante una alegoría de pesadilla, situándose con honestidad a ambos lados de la vida para comunicarle, desde el punto de vista del hijo y del futuro padre, que no le guarda rencor, que ya nunca temerá convertirse en el reflejo del monstruo. Ese mensaje de despedida se encuentra escrito en un mapa lunar, en las cenizas paternas, en la desembocadura de esta monumental autofiction, cuyo cierre, sublime, ha calificado Rodrigo Fresán con gran acierto como “lo mejor que ha escrito Ellis en toda su carrera, lo mejor que ha escrito cualquiera en mucho tiempo”.
En definitiva, si el Bret que inicia Lunar Park es una figura paródica, producto más de la ficción que de la realidad, el Bret que cierra el libro es inconfundiblemente auténtico, real. Al colocarse a sí mismo en el centro de la narración e instituirse en objeto de estudio personal, Ellis busca en el resultado final una suerte de catarsis liberadora cuyo efecto, potenciado por el artefacto autoficcional, se extiende hasta el lector. Al dotar a la novela de las características de la autofiction, su contenido gana, por acuerdo de ambas partes, veracidad, y esa característica multiplica la capacidad de calado del texto. La emoción que transmite el proceso latente en el fondo de la alegoría, el pathos citado, se hace más cercana al lector porque éste cree estar asistiendo a una confesión, aunque simbólica, sincera. Para el lector, no es el protagonista de la novela quien rinde cuentas con el recuerdo de su padre, sino Bret Easton Ellis. No es un ilusorio personaje quien desnuda su alma llegado el final del libro, sino su autor. El artificio metaficcional permite así disfrutar de la narración desde dos puntos de vista complementarios, divertirse con la ficticia superficie de la alegoría (la magnífica novela de terror que es Lunar Park), pero también, de un modo especial, emocionarse con el ejercicio de honestidad que subyace bajo esa superficie.




[1] Un caso muy publicitado en España lo protagonizó Hernán Migoya, quien en su libro Todas putas otorgaba la responsabilidad narrativa de uno de sus cuentos a un violador que hacía apología de su crimen. Migoya fue acusado por ciertos sectores de sostener la tesis de su personaje.

[2] Declara Antonio Tabucchi que la autofiction se define mejor por lo que no es que por lo que es: “Sustancialmente, la autofiction no es cuatro cosas, o mejor dicho, cuatro categorías literarias canónicas hasta hoy: no es autobiografía, ni novela, ni autobiografía novelada ni novela autobiográfica.”

[3] Autor de Noches de neón, entre otras obras, es quizás el único escritor al que podría incluirse en una ficticia generación que incluyera a Bret Easton Ellis.

[4] Un detalle de apoyo a la autofiction propio de nuestro tiempo: la actriz Jayne Dennis, mujer de Bret en la ficción, tiene página web propia en la siguiente dirección: http://www.jaynedennis.com/




La versión original de esta reseña fue publicada en el número 4 de la revista de literatura fantástica Hélice.

miércoles, 10 de octubre de 2007

lunes, 8 de octubre de 2007

SdE: Hunters of Dune

Tal como señala Julián Díez en un artículo publicado en C, la literatura y el cine dedicados al fantástico han mostrado desde el principio un indiscutible apego a la creación de series prolongadoras, hacia ambos lados del tiempo, de los acontecimientos narrados en una primera novela de éxito. Mi querida Eve, al igual que el grueso de incondicionales del género, siente gran afición por ellas. Ahora mismo está a punto de acabar el penúltimo eslabón (hasta el momento) de la serie de ciencia ficción por antonomasia, la que recoge el vasto e imaginativo universo originado en Dune.
Yo, al contrario que ella, no soy un devoto del reencuentro con escenarios y nombres. Disfruto más con los nuevos conceptos, con la originalidad. Aunque no le hago ascos del todo a consumir este tipo de productos, prefiero las series temáticas, cuya relación entre libros es difusa, que las dedicadas a estirar el argumento. En general, trilogías como, por poner un ejemplo, las de William Gibson, me seducen mucho más que aquellas que se limitan a seguir lo que acontece a unos determinados personajes en lugares ya conocidos. He seguido con interés alguna serie de carácter intermedio, como el Ciclo del Centro Galáctico, de Gregory Benford, pero cuanto más me he acercado a la serie arquetípica (caso del Mundo del Río, de Philip José Farmer, o de la continuadora bilogía de Endymión, de Dan Simmons), más he acusado la sensación de estiramiento mercantil, de producto industrial.
La serie de Dune es un caso espectacular. Epítome de esta modalidad en la ciencia ficción, añade además carácter de franquicia, pues a los seis libros creados originalmente por el autor se le han sumado, de momento, nueve más escritos a medias por Brian Herbert, su hijo, y Kevin J. Anderson. Hagamos un recuento, siguiendo la cronología interna de la serie:




Leyendas de Dune

La Jihad Butleriana
La cruzada de las máquinas
La batalla de Corrin


Preludio a Dune

Dune. La Casa Atreides
Dune. La Casa Harkonnen
Dune. La Casa Corrino




Serie original

Dune
El mesías de Dune
Hijos de Dune
Dios emperador de Dune
Herejes de Dune
Casa Capitular Dune


Dune 7

Hunters of Dune
Sandworms of Dune




Material adicional

The Road to Dune



Frank Herbert es el responsable de los seis libros que componen la serie original, en los que están contenidos todas las ideas y conceptos que dan vida a este complejo universo. El resto, creado a cuatro manos por Brian Herbert y Kevin J. Anderson, tiene su origen, según aseguran, en bocetos y apuntes perdidos, escritos por el autor antes de morir. Muchos de ellos, supongo, no fueron creados con la idea de dar vida a una precuela, sino que se trataba más bien del sustrato sobre el que Herbert, al igual que la mayoría de los escritores, fue construyendo y buscando la coherencia en escenarios y personajes, es decir, esa labor invisible que muchos lectores desconocen, y que convierte la escritura en un trabajo tan laborioso como cualquier otro.
No he leído entrevistas ni artículos al respecto, ya que mi interés por la serie original de Dune no superó los tres libros, pero me inclino a pensar que su multiplicación proviene más de los deseos del hijo que de los del padre. Puesto que las dos trilogías anteriores constituyen una precuela, es decir, retroceden hasta los comienzos de un universo ya constituido, y narran, precisamente, acontecimientos ya citados en la serie original, se puede decir que el verdadero trabajo de los sucesores ha sido el de rellenar huecos, alargar y dar consistencia a un material previamente creado. Ese material originario, las ideas y conceptos principales, los escenarios, los personajes, las tramas a gran escala, proceden de Frank, así que siempre he guardado dudas sobre la capacidad como creadores de Herbert hijo y de Anderson.
Esa es la cuestión, lo que nos lleva hasta lo que quería contarles. Recientemente, ambos escritores han terminado Dune 7, que es como han decidido llamar a la bilogía que, se presume, concluirá la amplísima historia de Dune, tras 14 libros y un puñado de cuentos. Eve está terminando de leer Hunters of Dune, la primera parte de esa última parte. Como dije, ella disfruta bastante con la exploración exhaustiva de universos previamente visitados. Es muy aficionada a las series y ha cogido la lectura con ganas. Por un lado, quiere saber qué pintaban aquellos dos extraños viejos con los que papá Herbert cerraba misteriosamente la sexta y definitiva -al menos en aquél momento- entrega; por otro, quiere, necesita más bien, cerrar una lectura que ya se extiende hasta cerca de las 10.000 páginas, saber cómo demonios acaba todo.
A mí, particularmente, estos dos libros me pueden ofrecer la respuesta a una duda, la ocasión para comprobar la auténtica capacidad creativa de ambos autores. Evaluar cómo continúan la historia sin depender de la idea previa de su creador. Ver qué nuevos escenarios, qué tramas, qué personajes originales se sacan de la manga para dar carpetazo a la serie de todas las series. Por supuesto, estaría loco si me pusiera a leer (y en inglés) la decimotercera parte de algo por las buenas, sin conocer los libros anteriores, sin apenas recuerdos de los tres que leí hace veinte años, así que cuando Eve se acercó hace un par de noches para susurrarme el devenir de su lectura, más o menos a mitad de libro, agucé bien los oídos.

- ¿Qué tal va? -le pregunté.

- Qué curioso -me dijo sorprendida.- ¿Sabes lo que han hecho con tecnología tleilaxu?

- No, ¿qué han hecho?

- Han clonado a todos los personajes. Todos vuelven a ser protagonistas.

Hoy, Eve ha acabado el libro. Por supuesto, piensa hacerse con el último*, Sandworms of Dune, en cuanto salga en bolsillo. Dos días después, me sigue preguntando por qué, la otra noche, solté aquella estridente carcajada.



* El último, el último... Parece ser que ambos autores ya han anunciado una nueva trilogía que se denominará Heroes of Dune y estará situada entre los libros Dune y El mesías de Dune. Las novelas se titularán Paul of Dune, Jessica of Dune e Irulan of Dune. Lo pillan, ¿verdad?

sábado, 6 de octubre de 2007

VV AA. Jabberwock 2

Tras un periodo de tiempo excesivamente largo, por fin ha salido a la venta el segundo volumen de Jabberwock, anuario de ensayo fantástico. Permítanme eludir clichés sobre esperas y recompensas y afirmar, sin embargo, que a la vista de la gran calidad que atesora de nuevo este ejemplar, y de lo inusitado de su contenido, es una auténtica lástima el año (y el correspondiente número) que se ha perdido por el retraso. El género fantástico está necesitado de proyectos como éste, que animen al resto de editoriales a potenciar el campo de la no ficción en un mercado que, en estos momentos, carece de revistas, fanzines y ensayos dedicados al estudio del género, al menos en papel. Más en el estado en que se encuentra actualmente, desbordado y en continua evolución.
El contenido sigue la misma fórmula que en el primer volumen, e incluye en esta ocasión seis ensayos, una entrevista y nada menos que dieciseis críticas de los libros más interesantes de ciencia ficción, terror y fantasía publicados a lo largo del año.





Ensayo:

Alberto García-Teresa: "Las aventuras de Emmanuel Goldstein: usos ideológicos de la ciencia-ficción"
José María Merino: "Los límites de la ficción"
Nicholas Ruddick: "Quiebras en el devenir del tiempo: unidad y discontinuidad en los ciclos de relatos de Keith Roberts (segunda parte)"
Margaret Atwood: "Diez formas de ver La isla del doctor Moreau"
Aaron Barlow: "La que está cayendo: lecciones para el mundo posterior al 11-S en la obra breve de Philip K. Dick"
Fernando Ángel Moreno: "La realidad fantástica: estética, ficción y postmodernidad en Cervantes y Tim Burton"

Entrevista:

Esta luz nunca se apagará: entrevista a John Kessel por Arturo Villarrubia

Críticas:

Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin
Cuentos completos, de Frederic Brown
Jonathan Strange y el señor Norrell, de Susanna Clarke
Furia feroz, de J.G. Ballard
La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger
Cismatrix, de Bruce Sterling
La conjura contra América, de Philip Roth
Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro
Jennifer Gobierno, de Max Barry
Escritos fantasma, de David Mitchell
Provocación, de Stanislaw Lem
Nocturnos de Viriconium, de M. John Harrison
La nave, de Tomás Salvador
Leila.exe, de Hari Kunzru
La verdadera guerra de los mundos, de Joao Barreiros
Cazadores de luz, de Nicolás Casariego




En la sección dedicada a los ensayos, Margaret Atwood intenta desentrañar las claves ocultas de La isla del doctor Moreau, un libro que hace honor a su condición de clásico mostrando en cada relectura y para cada lector claves nuevas, perspectivas de acometida distintas en cada encuentro. Atwood nos enseña que bajo la apariencia de novela de aventuras y de romance científico subyace un texto apasionadamente evolucionista, en el que Wells se muestra bastante crítico con la idea universal de Dios y presenta una nueva condición del hombre, proveniente de su pasado animal, que es lógica conclusión a las tesis de Darwin. El texto de Aaron Barlow es relevante, sobre todo, en cuanto a que nos acerca al punto de vista de un norteamericano sobre el momento actual que atraviesa su país. Para colmo, lo hace utilizando como herramienta algunos escritos de Philip K. Dick de convincente carácter profético. El estudio adolece, sin embargo, de una cierta falta de profundidad y cuidado formal, lo que le da finalmente un aspecto más anecdótico que intelectual.
El ensayo de Nicholas Ruddick prolonga el análisis de la obra de Keith Roberts, escritor de la casa, iniciado en el anterior número. En estos casos, el disfrute depende de la relación que uno guarde con el autor objeto de estudio, y he de reconocer que tras la lectura de Pavana, novela que no me gusta, me he mantenido bastante alejado de los libros del británico. Es claramente el ensayo que menos me ha interesado, junto al de (oh, sorpresa) José María Merino. Se da la circunstancia de que dos de los trabajos aquí presentados comparten temática. Tanto el de Merino como el de Fernando Angel Moreno tratan el recurso metaficcional bajo dos enfoques diferentes, y a mí particularmente me ha parecido mucho más interesante y concreto el del segundo. Más allá de la presunta anécdota que promete el título, el texto de Moreno es una disertación lúcida y eficaz sobre la siempre inasible relación entre escritura y realidad, entre la interpretación y el hecho interpretado, y, en definitiva, sobre la validez de elección de una realidad propia. Poniendo como ejemplo a creadores tan separados temporal y conceptualmente como Cervantes y Tim Burton, el autor logra transmitir exactamente lo que pretendía, lo que al fin y al cabo marca el éxito o el fracaso de un ensayo.
Es, sin duda, el texto que más me ha llegado de todo el volumen. Sin embargo, a pesar de esa circunstancia, y a pesar también del riesgo que promete el extravagante enfrentamiento del título, no es, en mi opinión*, ni el más reseñable ni el más osado. Esas dos características hay que otorgárselas al ensayo de Alberto García-Teresa, titulado "Las aventuras de Emmanuel Goldstein: usos ideológicos de la ciencia-ficción", un recorrido por la historia del género con el punto de mira puesto en la ideología política y social contenida en sus obras. El autor concluye, tras revisar libros y movimientos, que la ciencia ficción es una especie de Caballo de Troya, un género literario y cinematográfico que postula maneras distintas de mirar la realidad pero que, sin embargo, repite esquemas y escenarios de ésta, generalmente pertenecientes a la rama más conservadora de las respectivas épocas en que está escrita. Lejos de mostrarse revolucionaria, los futuros que construye no son mas que proyecciones del presente occidentalizado, la perpetuación del statu quo actual. Incluso el revoltoso ciberpunk no es, para García-Teresa, mas que una forma de fomentar los valores individuales por encima de los sociales.
No estoy de acuerdo con mucho de lo que dice. Creo que hay suficientes novelas y cuentos al margen de lo que acusa como para no considerarlos excepciones, y creo también que hay un factor de creación que resulta fundamental y del que el género no puede prescindir: la verosimilitud. Más que sumisión al establishment o desidia, lo que veo es falta de talento para lograr futuros creíbles que sean radicalmente distintos a nuestro presente. Aún así, el ensayo de García-Teresa me ha hecho pensar y me ha abierto los ojos a otras realidades, algunas de ellas absolutamente innegables. Y eso es, ante todo, lo que ha de pretender un ensayo, defender su tesis de forma convincente hasta alojar la duda en la cabeza del lector; abrir los ojos a posibilidades nunca planteadas, a nuevos caminos, y hacerlo con criterio. En esos aspectos, este ensayo es, sin duda, el mejor que he leído este año.
De la entrevista a John Kessel, realmente interesante, pero más breve de lo que hubiera deseado, quiero destacar este pequeño extracto:



Creo que, teniendo en cuenta nuestro papel en la cultura popular, cualquier obra que lleve la etiqueta de "ciencia-ficción" nunca va a ser respetable literariamente. (...) La ciencia-ficción significa para ellos naves espaciales y máquinas, preferiblemente con muchas peleas y explosiones. Evidentemente, nosotros sabemos que esto no es cierto (o por lo menos que no es la única forma posible de ciencia-ficción), pero el mundo en general no lo sabe. Y llegados a este punto creo que nunca lo sabrá. Más nos valdría dejar de luchar contra ello.



Pienso exactamente lo mismo. El carácter intrínseco de buena parte del género y la mala fama acumulada pesan demasiado, es una guerra perdida. Pero una guerra por un nombre, por una definición, no es que importe mucho. Lo que importa es el género en sí mismo, y ése va a seguir creciendo, aunque para ello tenga que renunciar a su etiqueta. No me parece relevante que, por ejemplo, algunos de los magníficos libros reseñados en la última sección de este Jabberwock no sean calificados, ni por la crítica ni por sus autores, como ciencia ficción. Nunca me abandones, es cf; La conjura contra América es cf ; Cazadores de luz es cf. ¿Hay que rasgarse las vestiduras porque no les den tal consideración desde el mundo editorial ajeno al género? Creo que no. Creo que hay que alegrarse y desear que todos los años aparezcan obras como las incluidas aquí, en las casi cien páginas dedicadas a la crítica de libros publicados en (y aquí el desfase de esta antología beneficia claramente al lector) el año 2005, un año prodigioso. Todas son extraordinarias, y sólo echo de menos una, precisamente la que más me gustó de aquel año, La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq. Desgraciadamente, mi lamento es mayor, pues conozco el motivo de esa ausencia, y, muy personalmente, al culpable.



* Causa perplejidad comprobar cómo mucha gente, a pesar de los años (de edad y de lecturas), aún son incapaces de entender que lo que más le gusta a uno no tiene por qué ser lo mejor.

jueves, 4 de octubre de 2007

Pellizcos

Si ya antes no creía en las patrias, ahora menos. La patria es algo de lo que presumes ante los demás, es un elemento de enfrentamiento con los otros.


-Enric González-

miércoles, 3 de octubre de 2007

David Barba. Nacho Vidal Confesiones de una estrella del porno

Hoy comienza en La Farga de l’Hospitalet la decimoquinta edición del FICEB. En ella, entre Ninfas y actividades lúdicas, se homenajeará a Nacho Vidal, el actor hardcore más internacional que haya dado este país. Buena ocasión para evidenciar mi enfermizo eclecticismo y reeditar la reseña que escribí hace unos años con motivo de la publicación del libro Nacho Vidal. Confesiones de una estrella del porno, una biografía autorizada del de Mataró escrita por el catalán David Barba.






Coincidente con la moratoria convocada por la industria pornográfica norteamericana, en paro precautorio de dos meses debido al resultado positivo de un test de VIH realizado al actor Darren James, se publica la biografía de nuestro principal representante en el hardcore internacional. Mientras el denostado género logra por una vez la atención de todo tipo de público debido a la evolución del "caso James", que a estas alturas ya ha dejado un balance de tres actrices infectadas, en este libro, que desarrolla la obra y milagros (algunas de las escenas descritas sólo pueden calificarse como tales) de una de las figuras mundiales del porno, y cuyos derechos de autor han sido cedidos al CESIDA, sólo se dedica un pequeño párrafo a la opinión que le merece el virus del SIDA a su protagonista. Es un ejemplo de la escasa profundidad que alcanza el texto. A pesar de lo interesante de la vida de Ignacio Jordá, auténtico nombre de Nacho Vidal, el libro se queda en lo anecdótico, en las proezas y barbaridades sexuales del biografiado y en profusas descripciones de eso que en la industria llaman rough sex, no apto para feministas. De lo que se mueve dentro de la industria, del factor humano, apenas se dejan entrever detalles.
Que nadie espere, pues, encontrarse con un texto inquisitorio sobre lo que acontece entre las bambalinas del lucrativo, oscuro y siempre atractivo negocio. Lejos de intelectuales inmersiones en el mundillo, como por ejemplo las realizadas en la película "Boogie Nights", de Paul Thomas Anderson, o en el interesante artículo sobre la violencia en el cine porno escrito por Martin Amis y titulado “A Rough Trade”, el libro del periodista David Barba se mueve más por los derroteros de la hagiografía inversa que por los del sesudo estudio indagatorio.
La mitad del libro lo ocupan la infancia y adolescencia de Nacho Vidal, un diablo que sorprendentemente se identifica a la perfección (y aquí uno nunca llegará a saber si todo responde a la realidad o a la inventiva del escritor) con el arquetipo del macarra español. Un niño poco dotado para los estudios que, presumiblemente por falta de disciplina paterna, comenzó a golfear muy joven para acabar desapareciendo de su casa durante largos períodos en los que, siguiendo la levantina ruta del bacalao, se daba a las aventuras nocturnas, las drogas y, por supuesto, al sexo más desenfrenado. El texto es una sucesión de anécdotas y desbarres cada vez mayores, descritos con una exhaustividad pornográfica. El paso del actor por la Legión, donde se hace un hombre entre boxeo y prostitutas, cierra la tópica y novelística parte biográfica que menos interesará a sus seguidores y que suena a cierto cine descarnado español de los años 70. En ese orden de cosas, no deja de ser curioso que años más tarde Nacho protagonizara para José Mª Ponce una película titulada "Perras callejeras".
La ascensión de Nacho Vidal, desde sus principios en el famosísimo Bagdad de Barcelona hasta el puesto de honor que ocupa en la actualidad dentro del negocio de la pornografía mundial es bastante más interesante, aunque se centra más en los detalles lúdicos que en las sensaciones y sentimientos de quien ha vivido directamente el famoso sueño americano. Siguiendo el recorrido de Nacho hasta la cumbre van surgiendo nombres muy conocidos, tanto los de sus numerosas parejas como también los que se cuentan entre los más importantes de la industria. Es en esta última parte del libro donde queda constancia del auténtico estatus alcanzado por el español: trabaja para John Stagliano, el hombre que inventó el gonzo y que en estos momentos dirige la principal compañía distribuidora norteamericana, Evil Angel; su pareja es Belladonna, la estrella porno más cotizada del momento y su padrino es nada menos que Rocco Siffredi, el mejor actor X de la historia (John Holmes fue un "fenómeno", sí, pero de escasas aptitudes actorales). Hasta ahí le han llevado su talento y su equipamiento, hasta reunir una colección de merecidos y múltiples premios conseguidos tras su participación en cientos de películas para una decena de países, con trabajos incluso en el cine convencional, como el realizado en "El alquimista impaciente".
En cuanto al continente, Barba estructura su libro de forma original y utiliza el simbolismo del funcionamiento de un vídeo, un artificio que lo aleja de la monotonía lineal y le aporta facilidad de lectura. La intrascendencia de lo que se cuenta convierte esta biografía en un mero producto de consumo para los fans de las películas de su protagonista, para quienes se incluye además una pequeña colección de fotos. Se dedica un gran espacio a la descarada promoción de sus últimas producciones y muchas de las páginas supuran sexo duro. A pesar de que en contraportada se asegura que escritor y protagonista han vivido un año juntos con la intención de reflejar con mayor veracidad sus vivencias, la impresión final es que gran cantidad de la información le ha llegado al autor de oídas, llegando a equivocarse en el nombre de alguna productora y, lo que es más grave en un libro como éste, en algunas de las técnicas utilizadas por el semental de Mataró en sus películas. Si se ha estado un año con Nacho Vidal, confundir cumshots y blowjobs es algo inaudito.


La versión original de esta reseña fue publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red.



David Barba, autor del libro, fue objeto hace unos meses de una siniestra, divertida anécdota. Pueden leerla en El Boomeran(g), el blog del escritor peruano Santiago Roncagliolo.