domingo, 25 de enero de 2009

Catherine Asaro. Rosa cuántica

Anna Paquin
Hace unos días, Anna Paquin recibía de manos de los nuevos Kirk y Spock un merecido Globo de Oro como premio por su interpretación de Sookie Stackhouse, la protagonista telépata de True Blood. He de confesar que comencé a ver la serie con cierto recelo, y quizás fue ese el motivo por el cual, a los pocos capítulos, me sorprendiera tanto su disfrute. Ese recelo partía de la fuente literaria, que sin haber leído, situaba yo de antemano entre esas decenas de sosias que le han salido, por un lado, a los glamourosos vampiros de Anne Rice, y por otro, a los acníticos chupasangres del "Whedonverso", léase Buffy y compañía. Pero la HBO raras veces defrauda, y en esta ocasión ha sabido acentuar la parte más jugosa de la serie, su esencia de gótico sureño y una cierta morbosidad sexual, para lograr un producto televisivo de interés.
Las Southern Vampire Series, escritas por Charlaine Harris, forman parte de una de esas modas que inundan de vez en cuando las librerías, y que en esta ocasión nace de la mezcla entre el género vampírico y la novela romántica. Desde Rice y Whedon, el medio audiovisual ha fomentado la popularización de éste fenómeno, merced al éxito de películas como Crepúsculo, basada en la serie homónima escrita por Stephenie Meyer, o de series como la que nos ocupa. La novela romántica de terror es, desde hace tiempo, un subgénero muy popular en EE. UU. En España está empezando a arrojar cifras de venta importantes, así que no es extraño que algunas editoriales estén empezando a emplear todas sus fuerzas en explotarlo. La serie de Sookie Stackhouse nos llegó de la mano de La Factoría de Ideas, editorial que publicó los tres primeros títulos en formato de bolsillo, y que llegó incluso a saldarlos a un precio cercano a los tres euros. Ahora anuncia una reedición (supongo que más lujosa y a mayor precio), basándose en el éxito de la serie, y no ha podido evitar (supongo de nuevo) que la editorial Santillana se haga con los derechos de los siguientes libros, los que van del cuarto al octavo.
La novela romántica tiene su público, en su mayoría femenino, y parece ir a más desde que decidió apoyarse en otros géneros con los que parece complementarse a la perfección. La Factoría de Ideas ha creado, incluso, una colección, de nombre Pandora, dedicada a este tipo de literatura. La cosa no queda ahí, pues no sólo el terror, sino también géneros afines como la ciencia ficción han sido aprovechados por numerosas escritoras (suelen ser también mujeres) como plataforma de sus historias románticas. El ejemplo más significativo que nos ha llegado es, sin duda, el de Catherine Asaro, quien, además de numerosos premios de novela romántica, llegó a ganar el Nebula con Rosa cuántica, obra perteneciente, como no, a una serie.
Sin duda, hay quien disfruta mucho con estas hibridaciones. Desgraciadamente, no es mi caso. El tiempo mostrará si esta suma de géneros ha llegado para quedarse o si se trata de algo pasajero. Dejo aquí la reseña original que escribí sobre la mencionada novela vencedora en los Nebula del año 2001.



Obras como La máquina del tiempo, 1984 o la más reciente Tránsito constituyen claros ejemplos del gusto por el uso de alegorías y metáforas en la ciencia ficción. La idiosincrasia del género lo convierte en terreno propicio para trasladar cualquier tema importante de nuestro tiempo a la literatura de lo improbable. Catherine Asaro, siguiendo ese camino, propone uno de los paralelismos más desquiciados que se hayan dado jamás y transmuta, cual reina Midas, un proceso de mecánica cuántica en una historia de ciencia ficción... romántica.
La novela consta de dos partes cuyos escenarios son dos entornos seudomedievales: la provincia feudal de Argali en el planeta Balumil, y Lyshriol, un mundo de aspecto pastoril. En la primera, la gobernadora Kamoj se casa obligada por una cláusula legal con Havyrl Leostelar, un misterioso extraño venido de tierras lejanas, cosa que enoja a su prometido, Jax Ponteferro, dueño y señor de una provincia vecina. Kamoj descubre en seguida que su marido es en realidad el príncipe de un imperio estelar, hombre maravilloso y buen amante, pero ¡oh tragedia! también aficionado a la botella. El pérfido Ponteferro, que la maltrataba con asiduidad, y a quien pese a todo sigue atada por condicionamiento genético, no se resigna, y pondrá en peligro el destino mismo de la galaxia. En la segunda parte, el príncipe Vyrl lleva a Kamoj a conocer a su familia, y se asiste a un episodio presuntamente trascendental para el equilibrio político estelar.
Rosa cuántica, pese a lo ya comentado, no es un hard romántico, ya que la cf dura sólo se muestra en la alegoría y el discurso cuántico con el que, de forma espontánea, sorprende al lector el provinciano Ponteferro. En realidad se trata de una space opera de carácter light, sin acción galáctica alguna, cuyo único momento «fuerte» reside en la violación de la protagonista. Curiosamente, la parte que mejor funciona es la Rosa cuántica, de Catherine Asaroprimera, el drama romántico medieval. Asaro sabe dosificar bien la información que ofrece y logra que no decaiga cierto interés morboso por la trama. Cerca del final de esa primera parte se atisba la única aportación interesante de la novela: el condicionamiento genético para crear esclavos, una práctica que condiciona no sólo la fisiología de la víctima, sino también su carácter. La protagonista, perteneciente a una cultura inferior expuesta al cambio, debe superar los acondicionamientos internos de su propio ser para ejercer la libertad de elección. Ecos leguinianos en los que la autora no quiere —o no sabe— profundizar y que no suponen más que un breve espejismo.
La trama galáctica posterior, el contenido real de ciencia ficción, va decididamente cuesta abajo, no sólo por la impericia en los diálogos de opereta, redundantes y aburridos, ni por la pobre descripción de escenarios, escasa en el desarrollo de situaciones, sino porque además la carga dramática de la trama no resulta clara. Las irrisorias maniobras a gran escala y el lío genealógico están sojuzgados a la relación sentimental de los amancebados y al dolor afectado con que se separan. La causa de esta falta de profundidad hay que buscarla en el hecho de que Rosa cuántica es la sexta novela en la saga del Imperio Eskoliano, que desarrolla los sucesivos avatares de la dinastía Rubí, con lo que algunas referencias pierden fuerza y significado por desconocimiento de la historia en que está inmersa.
Desgraciadamente, hay que anotar una nueva tropelía en la edición. El texto, que aparece como servido directamente de la mano del traductor, presenta anomalías tales como preposiciones y artículos mal situados, párrafos repetidos y una media de erratas inadmisible por página. Esperemos que la presencia de un corrector de estilo, anunciado en los próximos números, sirva para detener esta sangría.
Asaro, distinguida hasta la fecha con varias nominaciones y triunfos en los premios Pearl y Sapphire, de marcado carácter romántico, consiguió con Rosa cuántica el Nebula 2001, lo que para este crítico supone un revelador indicativo, más que de la calidad del libro, del estado de los premios en el género durante los últimos años. Sin duda, la peor novela publicada hasta la fecha por la colección Solaris Ficción.



La versión reducida de esta reseña fue publicada en el nº 38 de la revista Gigamesh.

1 comentario:

  1. Por cierto, sí, el Nebula del 2001, no del que señalan a grandes letras rojas en la cubierta. Otra de tantas.

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