miércoles, 22 de julio de 2009

Robert J. Sawyer. El cálculo de Dios

La otra novela que mencioné hace dos entradas, El cálculo de Dios, se centra en el tema religioso, pero incluye una idea muy sugerente. Quizás toda especie inteligente, llegado cierto punto de progreso, prefiera las realidades virtuales al gusto por encima del viaje espacial y elija volcarse hacia adentro, no al exterior. Esa podría ser la razón por la que no vemos en el cielo señal alguna de civilizaciones anteriores a la nuestra, las cuales, a la velocidad exponencial a la que parece avanzar el progreso tecnológico, deberían contar ya con los conocimientos para construir artefactos capaces de hacerse notar, tanto por sus efectos como por sus dimensiones. Más si el número de esas civilizaciones es alto, que es lo que sugiere un uso optimista de la Ecuación de Drake.
Robert J. Sawyer, autor de este libro, está, además, a punto de ponerse de moda y adquirir la fama que otorga el medio audiovisual a un escritor. Su novela Recuerdos del futuro, que leí en su día pero confieso haber olvidado casi por completo, será reconvertida en serie de televisión y se anuncia ya como el boom de la próxima temporada. Algunos la colocan como sucesora de Perdidos, la mejor serie de género fantástico que haya dado el medio. Desde luego, Flash Forward se presenta, gracias a su argumento, como el instrumento ideal para el uso de esa compleja narración dislocada que ha impuesto en el medio la serie de J. J. Abrams, alimentada por retrocesos y avances temporales. Los nombres de los responsables involucrados en el proyecto son, también, una buena garantía de éxito.



A primera vista, parece derivarse un cierto engaño de la aparente propuesta que hace este libro de título anfibológico. Tanto la manera de venderlo como el tratamiento que Robert J. Sawyer da a la historia tiñen el producto de cierto sensacionalismo. La “sixtina” ilustración de portada y el texto de apoyo que la acompaña apuntan directamente hacia el canónico Dios-religión, y sin embargo, toda la disquisición gira en torno a la posible existencia de un Dios-ciencia, un diseñador universal que se sirvió de medios científicos para configurar esta realidad. Es decir, mientras que el debate propuesto en la narración es deísta, las armas de promoción del libro prometen un enfoque teísta.
Obviando la maniobra, digamos que se trata de un tema nada nuevo para la ciencia-ficción, la cual lo ha tratado con distinta suerte en varias ocasiones. El autor canadiense reconoce, incluso, la deuda contraída con el difunto Carl Sagan, quien en la maravillosa conclusión de su novela Contact (castrada en el filme homónimo en servicio de una mayor accesibilidad) resumió prodigiosamente la idea que da vida a las páginas de El cálculo de Dios. Donde Sagan se bastó del número pi para presuponer la manufactura del universo, Sawyer inventa una historia completa en la que, como es habitual en este autor, las implicaciones morales de ese hecho cobran mayor importancia que el hecho en sí.
Con la facilidad habitual en él, Sawyer narra, con amenidad y didactismo, la relación entre un extraterrestre que busca información y un paleontólogo del museo de Ontario. Las grandes extinciones sucedidas en nuestro planeta, coincidentes en el tiempo con las ocurridas en su mundo de origen, traen a Hollus, un alienígena de aspecto arácnido, hasta la Tierra. El primer contacto, de comicidad resultona, redunda en la parafernalia sawyeriana: libros del género, cine fantástico, televisión de moda y el fenómeno trekkie. El resto de la historia alterna ilustrativas discusiones sobre geología, biología, astronomía y demás ramas científicas con los conflictos morales que le suponen al vulnerable protagonista -científico ateo, pero enfermo de cáncer- las pruebas de la existencia de un Creador. A medio camino, sobresale una idea realmente interesante, popularizada por el cine hace bien poco, sobre el final lógico de toda civilización tecnológica, posible causa de que no encontremos señales en el cosmos de civilizaciones más antiguas que la nuestra. La conclusión resulta feble para las expectativas creadas, pero goza de la suficiente consistencia para cerrar con dignidad la novela.
El mayor valor del libro reside, curiosamente, en el asunto con el que comenzaba esta crítica. Para todo aquel que viva su ateismo como antítesis de la religión, como arma de enfrentamiento, El cálculo de Dios representa una ocasión ejemplar para reconsiderar si ciertas ideas provocan rechazo por su contenido o tan sólo por el ropaje que las cubre, y si lo que se esconde tras ambos disfraces, teísta y deísta, es la misma cosa u otras muy distintas.
Sawyer sigue sin encontrar su obra magna, pero en su descargo se puede decir que es un escritor imaginativo, de propuestas inteligentes y desrrollos livianos, cuya creación literaria nunca cae en el aburrimiento al que otros autores actuales de renombre someten a sus lectores. La pesadez de El cálculo de Dios, al menos, sólo está en las gargantuescas dimensiones con las que la colección Nova intenta maquillar, desde hace unos números, los precios que cobra al consumidor.


La versión original de esta reseña fue publicada en Bibliópolis, crítica en la Red.

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