viernes, 13 de noviembre de 2009

Reflexiones a la luz de un buen libro

Algunos de los Futurianos en 1938
Acabo de terminar la lectura de El fondo del cielo, la última novela de Rodrigo Fresán. Compleja, maravillosa, argentina. Un canto de amor a la ciencia ficción que comienza como roman à clef centralizada en la Edad de Oro y concluye como artefacto metanarrativo. Por el camino, un repaso nostálgico a las bondades del pasado del género y una atinada crítica a los defectos de su dubitativo presente interno. Este libro es, en cierto modo, una sonora bofetada para todo aquél (si aún quedara alguno) que mantenga que sólo se podrá ser un auténtico entendido si se vive o se ha hecho noche alguna vez en los dominios del aficionado, un rapapolvo para quienes crean, en su ignorancia, que las editoriales del género les deben el alma por ser ellos sus únicos clientes.
Hay vida ahí fuera, otro tipo de lectores, gente tan entendida en la historia y conceptos de la cf como lo pueda ser cualquier fandomita al uso. Fresán, de hecho, da un recital de conocimientos en las páginas de este libro, poniendo en boca de sus personajes muchas de las últimas cuestiones a debate en los foros de internet. Ballard, Lovecraft, Clarke, Dick, incluso Loriga, personajes y pedazos de la breve historia del género, trasuntados o citados directamente, campan a sus anchas por las páginas de una novela que, elaborada mediante un estilo ni fácil ni complaciente, exhibe un fondo tan profundo como el del cielo.
Cerradas sus páginas, me he lanzado raudo a buscar otras opiniones en la Red, ya saben, para confrontar pareceres y hurgar un poco en las mentes de los otros lectores. Poco hay aún, pero aquí he encontrado una apreciación que me ha conducido, por caminos diferentes a los que pretendía, hacia una reflexión al margen del libro mismo. En la web La periódica revisión dominical , dentro del párrafo que cierra la reseña, destaca esta parte del texto:

Es cierto que el escritor argentino se nutre de múltiples influencias (imposible no pensar en, por ejemplo, Roth o Bellow cuando se narra en la primera parte la historia de estos dos primos judíos, y más cuando se relata la historia de la muerte del padre de Isaac), pero (...)


Y automáticamente he pensado: se equivoca. El chaval se llama Isaac, es judio, vive en Brooklyn (no en Newark), lee ciencia ficción y va con un tal Ezra a las reuniones de los Futurianos. Así, blanco, en botella. Cierto, lo que parece sugerirse no es exactamente que los dos genios judíos se correspondan con los personajes escondidos dentro de los protagonistas, sino que en su creación quizás hayan estado ambos presentes de algún modo. Sabiendo esto, he pensado que ni aún así, que esa presunción parte de alguien al que le faltan datos, que carece del background que reclama una novela que se sumerge en reconocidos episodios históricos de la ciencia ficción. Eso es lo que he pensado en un principio y luego rectificado.
Hace tiempo que escribo críticas, reseñas, textos o como quieran ustedes llamarlos sobre libros que he ido leyendo, la mayoría de ellos, pura anécdota para el caso, de ciencia ficción. Con los años he adquirido, supongo que como todos los que las escriben, mis propias ideas sobre crítica literaria. Me sitúo muy próximo en algunos puntos a los conceptos del new criticism y, en resumen, creo que un libro se explica por sí solo, independiente a las intenciones del autor o a otros factores externos. Estos pueden ser considerados, y pueden, también, no ser considerados. Es decir, que esa interpretación que apuesta por Bellow/Roth pudiera ser tan correcta como la mía, que lo hace no sólo por Asimov, sino también por su contexto.
Fresán incluye una coda final en el libro en la cual enumera la lista de referencias sobre las que está construida la historia. En esa larga lista no están incluidos ni Roth ni Bellow. Aunque, por otra parte, nadie que haya seguido las reseñas y artículos escritos por Fresán a lo largo de los años podría negar su debilidad por ambos autores, así que nunca sabremos la influencia consciente o inconsciente que éstos hayan podido tener en la creación de los protagonistas de este libro. Porque, tal como señala J. M. Coetzee en la crítica que escribió sobre La conjura contra América, la gran ucronía escrita, precisamente, por Philip Roth:

De todas maneras, un novelista tan experimentado como Roth sabe que las historias que nos disponemos a escribir a veces comienzan a escribirse solas, después de lo cual su verdad o falsedad quedan fuera de nuestras manos y las declaraciones de intenciones de los autores no tienen ninguna relevancia. Más aún, una vez que un libro se lanza al mundo se convierte en propiedad de sus lectores, quienes, a la mínima oportunidad, alterarán su significado de acuerdo a sus propios preconceptos y deseos.


Así pues, ¿cómo quitarle la razón?
Sea como fuere, lean este libro. Si de principio les cuesta, peléenlo. Si son aficionados a la ciencia ficción no se arrepentirán.

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