martes, 28 de diciembre de 2010

Ender el suicida


¡Ay, hombre de poca fe! Cuando escribí esta reseña hace años no esperaba que el talento de Card pudiera, en modo alguno, continuar la saga de una forma coherente. Y sin embargo, lo hizo. Ender like a zombie, publicada dos años después, fue denostada por algunos y ensalzada por otros, pero hay que reconocer que incluía una ingeniosa manera de revivir al personaje.
Tras resucitar a Ender, Card continuó con la saga hasta el punto de lograr que esta superara en número de volúmenes a la famosa vigesimología del Gargajo, que Iain M. Banks iniciara en Pensad en Flemas. Aunque Ender like a zombie no superó los éxitos precedentes, su continuación sí llegaría a convertirse en un éxito indiscutible. Calificado por la crítica como "el cross-over más brutal de todos los tiempos", la novela Ender of Dune es, aún hoy, el mayor superventas que haya dado la ciencia ficción. Las 56 páginas conocidas como "el monólogo del arrepentimiento", en las que el protagonista se lamenta de sus actos (arrasar cinco mundos en pleno colocón de especia), han sido señaladas por Harold Bloom como "una de las cimas de la literatura norteamericana contemporánea". Sin más, les dejo con la reseña de lo que en su día pareció ser el fin de Ender.



Aunque sin alcanzar las cotas del increíble nº 2, y tras el interesantísimo nº 3 (recuerden, aquellos apócrifos -culminación en clave gore de la mítica serie de Dune- encontrados por Brian Herbert en el frigorífico del chalet de su padre), la ya nada humilde Ediciones Torcal vuelve a descolocar al mundo editorial español con la publicación en nuestro país de la última novela de Orson Scott Card, obra que, además de suponer el cierre definitivo a la universal saga de Ender, viene precedida por la enorme consideración que ha despertado entre críticos y lectores norteamericanos.
Ender el suicida se mueve sutilmente entre la tragedia y la melancolía, entre el homenaje y el desvarío, buscando (y consiguiendo) despertar en el lector un desajuste emocional que alcanza su clímax en la última página. Card, maestro de maestros en el arte conductista, arrastra al espectador de este salvaje ejercicio de voyeurismo masoquista por los oscuros senderos de la ignorancia, ocultándole durante toda la novela el verdadero objetivo (nunca sospechado) que se esconde en su incoherente trama. Al final, todo encaja milagrosamente, y el lector se da cuenta, entre un mar de lágrimas, de que ha sido -una vez más- un pobre juguete en las manos del mormón. Sin embargo, esa conclusión última es tan grande, tan colosal en sus implicaciones, que uno no puede más que rendirse al talento natural del escritor y decirse a sí mismo "sí, Card, quiero ser tu pelele".
Más contento con su última trilogía que con la tetralogía anterior, Card apuesta por el continuismo, se lanza a tumba abierta y decide cargarse el mito que él mismo engendró. Y por la vía dura. La novela utiliza con pericia jasmás vista la técnica del flashback y nos muestra a un Ender anciano, prisionero en el penal de un remoto mundo, revisando los distintos episodios de su vida para tomar una trascendente decisión. Desde el principio, la visión descarnada de las primeras páginas evidencia que las maldiciones que el escritor Rafael Marín dijo haberle escuchado proferir hacia Ender en la entrevista que el gaditano le hizo en su casa no eran una invención; el odio que el autor ha desarrollado con el tiempo hacia su personaje más famoso se hace aquí patente.
Card, actuando como un padre envidioso de su hijo, como moderno Abraham, procede a poner en ridículo públicamente a su creación, desarrollando punto por punto los escabrosos detalles de la infancia de Ender. La tardía edad a la que dejó de mojar la cama, las vomitonas ante sus compañeras de colegio cuando se ponía nervioso, su escaso amor al agua o las continuas agresiones psicológicas para con sus hermanos van detallándose sin compasión, una por una, hasta llegar a la época de la Escuela de Batalla. Bean, que se reivindica, al igual que en La sombra de Ender, como una figura colosal, fue desplazado del destino que le pertenecía por los sucios manejos de Ender, un ser envidioso y obsesivo al que sus compañeros acabarían denominando "Ponzoña" Wiggin.
La segunda parte del libro, en la que nos reencontramos con un Ender ya maduro y dado a la bebida, es, si cabe, aún más oscura y fangosa. La acción se sitúa en los años perdidos, en Lusitania. Escenas como aquella en la que retoza con los cerdis, revolcándose en la cochinera, o esa otra en la que en plena curda comete la atrocidad de comerse un filote de insector zángano, o la Coca Cola que derrama aposta sobre el teclado de Jane son de una crudeza ineludible, de grado tal que provoca en la mente de cualquier lector una insoportabilidad como no sufría desde la lectura de las novelas de Heinlein.
En la tercera y última parte del libro, sin embargo, saltamos sin explicación previa al Ender más conocido, muy alejado del loser presentado en las dos anteriores partes. Confeccionada como un crossover, algo poco habitual en el género, esta parte coloca a nuestro protagonista frente a frente con el Miurón, figura central de El fin de Hyperión, de Dan Simmons (Ediciones Torcal, nº 1), en un inconfundible homenaje a la novela que más ha marcado a Card en los últimos años, Richard Sharpe and the battle of Fuentes de Oñoro, del británico Bernard Cornwell. La acción se desborda y el libro comienza a escupir sangre ininterrumpidamente durante más de un tercio de su longitud. Cuando el enfrentamiento final está a punto de entrar en su mejor capítulo, a falta de dos páginas para la conclusión de la novela, esta tercera parte concluye abruptamente. Ender logra jauntear hasta las espaldas del monstruo metálico, incapacitado éste para entrar en fase, y, en lo que en principio parece ser un error de imprenta, la última línea se interrumpe para no seguir.
Con el tufillo de posible tomadura de pelo flotando en el ambiente, tras 1.255 desconcertantes páginas, la apoteosis. Mientras uno llega a la conclusión de que no hay Dios que case eso, y menos en página y media, el breve epílogo, de belleza inenarrable, clava una puñalada traumatizante al lector de la que no logra curarse en meses. Historia de la literatura desde el momento de salir al mercado, nunca jamás se había visto tal condensación de emociones en tan pocas líneas. No voy a desvelar qué medida toma el protagonista en última instancia, utilizando una cuerda y una silla (ya saben que soy enemigo declarado de adelantar nada de un libro), pero no sólo hace que todo cuadre, sino que además lo logra con coherencia.
Sin duda, Card lo ha conseguido de nuevo. Ender el suicida representa el primer mito literario del siglo XXI.


Reseña publicada anteriormente en Biliópolis, crítica sin red.

* El diseño de cubierta es propiedad de Antonio Rivas.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Imágenes de cf. VII

"A medida que se acercaba al acantilado, la música crecía y crecía, y llenaba el universo con un rocío de sonidos. Y Fowler sintió que la música venía de la cascada del acantilado.
Aunque no era agua lo que caía, sino amoníaco; y el acantilado blanco era de oxígeno sólido.
Se detuvo de pronto, junto a Towser. La cascada estalló en un arco iris de cientos de colores. Cientos, sí, literalmente; pues no se trataba solamente de los colores primarios y sus matices, sino de una precisa selectividad que dividía el prisma hasta sus últimas posibilidades."




"Jenkins, de pie en la oscuridad, escuchaba el silencio, el suave y adormilado silencio que abandonaba la casa a las sombras, las pisadas olvidadas, las frases pronunciadas hacía ya mucho tiempo, las lenguas que murmuraban en las paredes y susurraban en las cortinas.
Con sólo quererlo, la noche hubiese sido semejante al día. Habría bastado con ajustar los lentes, pero el viejo robot no alteró sus ojos. Lo prefería así. Ésta era la hora de la meditación, del tiempo atesorado, cuando el presente se desvanecía y el pasado volvía a animarse.
Los otros dormían, pero Jenkins no. Pues los robots nunca dormían. Dos mil años de conciencia. Veinte siglos ininterrumpidos sin un solo momento de distracción.
Mucho tiempo, pensó Jenkins. Mucho tiempo aun para un robot."




martes, 9 de noviembre de 2010

Juan Miguel Aguilera y el eterno retorno

Juan Miguel Aguilera, un astro difícil de eclipsarLo confieso, como lector siento debilidad por Juan Miguel Aguilera. Siempre me ha parecido la gran esperanza blanca del género en España. Últimamente, la literatura vive un proceso de apertura hacia la ciencia ficción marcado por la irrupción de escritores no procedentes del fandom, los cuales han elevado la calidad y cantidad de la cf publicada en España. Pero hubo una época no muy lejana en la que todo partía de ese fandom. Eran otros tiempos, desde luego. Lo que vino después, no hace tanto, cambió la faz del género en este país. De repente y por diversas razones, todos los escritores potenciales y activos decidieron abandonar este tipo de literatura en busca de prados más verdes, provocando en parte la actual crisis interna de la cf en este país.
En aquel éxodo voluntario, Aguilera no fue una excepción. Comenzó a publicar historias situadas en la linde, lejos de sus anteriores incursiones en el hard. La locura de Dios, Rhila y El sueño de la razón eran novelas más personales, alejadas del corazón del género, pero más cercanas a sus nuevas apetencias. Pero a diferencia del resto de escritores surgidos del fandom, su abandono no fue total. Aguilera tuvo el tiempo y las ganas necesarias para continuar escribiendo ciencia ficción clásica. Ese detalle, unido a mi devoción por la serie de Akasa Puspa, fue el que acabó ganando mi corazoncito de aficionado.
Intercaladas entre sus otras creaciones, Aguilera publicó Contra el tiempo, en colaboración con Rafael Marín; Stranded, escrita conjuntamente con Eduardo Vaquerizo; Mundos y demonios, continuación del universo de Akasa Puspa, y La red de Indra, un thriller científico. Todas ellas obras pertenecientes a la cf. Es en ese género literario en el que Aguilera forjó su popularidad entre los aficionados. La serie de Akasa Puspa, escrita a cuatro manos con Javier Redal, continúa siendo, más de 20 años después, un auténtico hito de la cf española. Espero que las reseñas que vienen a continuación les ayuden a conocer un poco mejor esta serie, así como al autor. Tres pertenecen a libros de Akasa Puspa; la última a su novela más reciente. Sea como fuere, J. M. Aguilera siempre vuelve.



Universo de Akasa Puspa

Relatos:

Ari el tonto
Maleficio


Novelas:

Mundos en el abismo
Hijos de la eternidad
Mundos en la eternidad
(compendio de las dos anteriores)
En un vacío insondable
Mundos y demonios
(versión alargada de En un vacío insondable)



Mundos en el abismo

Decía simplificando un famoso crítico cinematográfico que el cine nunca ha de ser real, sino parecerlo. Saco este principio a colación no por una película, sino por el libro que nos ocupa, ya que el único defecto que le aqueja proviene de su transgresión. Mundos en el abismo no utiliza las herramientas habituales para simular la realidad, sino que juega al encuentro sin presentaciones, como en la vida misma. La búsqueda de la originalidad es una apuesta de gran riesgo en la que el resultado final raras veces es recompensado con el éxito. Sin embargo, hay algo en este caso que lo convierte en especial, ya que la impresión que esta obra deja al concluir es, paradójicamente, la contraria a la que Mundos en el abismo, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redalse obtiene en su inicio. Así pues, se puede decir que el gran defecto de esta novela, esa inmersión exenta de explicaciones para personajes y escenarios, es también una de sus mayores virtudes.
Juan Miguel Aguilera y Javier Redal tratan de introducir al lector en un mundo de gran atractivo por lo ajeno, por lo extraño de su lenguaje y terminología, pero en vez de buscar el camino de la orientación progresiva, apuestan por una inmersión a pulmón, dejando a quien comienza la lectura abandonado en aguas extrañas, sin más apoyo que las propias ganas de seguir adelante. La terminología hindú, ajena a lo que estamos acostumbrados a ver en el género, desfila por las primeras páginas del libro sin ofrecer explicaciónes ni significados. El único apoyo para comprenderla es un glosario que aparece al final del volumen, el cual estorba a la novela más de lo que la ayuda, y de cuya existencia no se tienen datos hasta después de acabar la narración. Así pues, sólo llegando al límite de las treinta primeras páginas comienza a aparecer la luz, más por un esfuerzo de atención que por aclaración textual. Una relectura de éstas páginas iniciales logra por fin situar al lector donde debería haber estado sin tanto trabajo y colocarle en el umbral de una sensacional novela.
En Mundos en el abismo, tres facciones distintas -el Imperio, la Hermandad y la Utsarpini- combaten por el control del cúmulo globular de Akasa Puspa, lugar situado fuera de la galaxia y ahora hogar de la Humanidad. Al intentar descifrar el misterio de una nave imperial destruida en circunstancias extrañas, un increíble descubrimiento llevará a los tripulantes de la Vijaya a viajar hasta el límite del espacio conocido, donde se encontrarán con su pasado.
Es esta una novela en la que la space opera se da la mano con la mejor tradición del hard, y que cuenta además con unos personajes sin fisuras y con un estilo narrativo muy ameno y de fácil enganche. En una sucesión imparable de acontecimientos, los recovecos de la política galáctica y una nada velada crítica a la religión dan el relevo a brillantes especulaciones científicas, en las cuales la ingeniería genética se mezcla con una tecnología de dimensiones gargantuescas para perseguir el siempre difícil sentido de la maravilla. Y de nuevo resulta paradójico que, aun logrando despertarlo, tanta acumulación de artefactos colosales llega a producir cierto embotamiento, y no deja, al igual que le ocurre a los protagonistas, digerir en su justa medida, una por una, las maravillas aquí expuestas. Esferas de Dyson, ascensores espaciales, anillos orbitales, enormes cilindros a lo Rama encallados en tierra y criaturas gigantescas, entre un sinfín de fascinantes ideas, amarran al lector al libro a partir de su ecuador, obligándole a seguir leyendo hasta el final.
Una cuestión a agradecer es que, saltándose la norma de la mayoría de novelas de ciencia-ficción hard, Mundos en el abismo sí tenga un final concreto, que si bien deja sitio a la continuación, es suficiente para sostenerse por sí mismo. Se explica claramente quiénes son los responsables de los gigantescos objetos, de las colosales presencias biológicas y qué hacen los humanos tan lejos de la Tierra. La única pregunta que queda en el aire se responde a sí misma en las páginas finales del libro, las cuales podrían servir perfectamente como comienzo al famoso Ciclo del Centro Galáctico de Gregory Benford.
Volviendo al tema del inicio, al concluir esta novela española de ciencia ficción se tiene el barrunto de que aquello que convierte en farragosas las primeras páginas proporciona a la trama, a la ambientación de la historia, una frescura que no habría sido posible alcanzar de haber usado otro método. Pero no nos engañemos, quizás siga siendo preferible el método literario tradicional. Por poner un ejemplo, Dune, de Frank Herbert, es una de las principales obras que ha dado el género, y sin embargo la multitud de términos exóticos que en ella aparecen cuentan con una progresiva explicación imbricada en la historia. En todo caso, al margen de ese detalle, Mundos en el abismo es una fabulosa novela de ciencia ficción que, nacionalidades aparte, debe figurar por derecho propio entre las mejores del género.



Hijos de la eternidad

Cualquiera que lleve cierto tiempo en esto de la ciencia ficción conocerá sobradamente el gusto que hay en el género, sobre todo en las últimas décadas, por alargar el éxito de una novela convirtiéndola en el origen de una serie. Uno de los máximos exponentes en el vicio de las continuaciones es ese tipo de cf hard denominado "de artefacto" en el que los protagonistas, personajes generalmente planos, viven mil y una aventuras en el interior de una extraña construcción de colosales dimensiones. La proliferación de finales abiertos en esta clase de novelas las convierte en terreno fértil para segundas (o infinitas) partes que continúen la idea inicial.
El problema es que este tipo de cf vive del llamado sentido de la maravilla, y es muy difícil volver a sorprender a un mismo lector con un escenario que se repite. Así tenemos, por ejemplo, que las continuaciones de obras tan importantes como Cita con Rama, de Arthur C. Clarke, o Mundo anillo, de Larry Niven, no son mas que nuevas aventuras desarrolladas en un lugar que ya conocíamos, hecho que acaba por conducir al lector hacia una suerte de hastío. Aunque Hijos de la eternidad se mueve en esas arenas movedizas, acaba por ser un ejemplo de cómo no hundirse en ellas.
Aunque esta novela es continuación de Mundos en el abismo -obra de características similares a las anteriormente mencionadas-, habría que tener primero en cuenta que su contenido no surgió de la nada. Esta segunda incursión en el cúmulo globular de Akasa Puspa no es un invento posteriorHijos de la eternidad, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal al éxito de su predecesora. Conformaba en realidad, junto a la primera, una obra única que tuvo que ser drásticamente recortada por imperativos editoriales. Y se nota.
Hijos de la eternidad adolece de esa repetición de un entorno que no aporta nada nuevo y cuya única función es la de servir de escenario a una serie de peligrosas aventuras. Pero en este libro nunca aburren, gracias al ameno estilo narrativo con el que están desarrolladas. Las andanzas de Jonás Chandragupta (contadas en primera persona) al servicio del desertor loco Chait Rai se alternan con acertado pulso con la descripción del largo viaje de la Flota que viene en su busca. Un viaje que, todo hay que decirlo, no aporta nada esencial a la trama.
Afortunadamente hay más. Bastante más. Aunque en principio la novela sigue el consabido esquema de esas anodinas continuaciones al uso, todo cambia con la presencia de un as ganador que los autores guardaban en la manga, una creación a la que ni siquiera algunos puntos oscuros logran restar genialidad. La aparición de los denominados angriffs, sobresaliente acierto de la novela, su biología y la imaginativa función para la que fueron creados se valen por sí mismas para despertar la "maravilla" en el lector. Se trata de una especie alienígena diseñada con un fin determinado que por sí sola se basta para que la novela merezca ser leída. Sólo hay un punto oscuro en esa trama y es el desconocido motivo por el que estos exterminadores galácticos llevan tanto tiempo conviviendo con los humanos del cúmulo sin dar buena cuenta de ellos. La respuesta ha de buscarla el lector en su imaginación, no en el libro.
Siguiendo con el balance positivo, no puedo dejar de mencionar el breve pero intenso capítulo titulado "Religión". En él, la sutilidad con que los autores atacan a ésta durante toda la serie desaparece y deja paso a una crónica descarnada del mal al que sus abusos conduce. Un episodio que se lee con un escalofrió continuo y que, de haber sido parido como cuento, constituiría en mi opinión uno de los mejores relatos del género jamás escritos en nuestro país.
A lo largo de su desarrollo, la novela se muestra previsible en algunos aspectos y muy ingeniosa en otros, pero es en su conclusión cuando provoca cierta perplejidad, más por la forma como está contada que por su contenido. De repente, se da un inesperado alejamiento de los hasta entonces principales protagonistas de la obra. El anónimo fin del angriff y la desaparición total tanto de Chait Rai como de Jonás conceden la carga dramática a un personaje creado en y para las últimas páginas. Un recurso, en mi opinión, totalmente innecesario.
A nivel personal, confieso que me hubiera gustado echarle un vistazo al libro original de seiscientas páginas, pero en todo caso, la impresión muy positiva que deja este volumen, unida a la enorme calidad de Mundos en el abismo, convierte sin duda a esta breve serie de Akasa Puspa en la mejor que ha dado la cf hard escrita en España.



Mundos y demonios

El actual boom del monstruo intergenérico en que se ha convertido la literatura fantástica no ha repartido beneficios de forma igualitaria. Mientras que la fantasía, con sus piterpanescos clichés, pasa por su mejor momento merced a la potente maquinaria mercantilista de la industria audiovisual, el otro pilar del fantástico, la ciencia ficción, ha ido muriendo lentamente. Al menos en este país.
Paradójico, porque 2005 ha sido un año irrepetible en cuanto a calidad y presencia del (ahora más que nunca) subgénero de la cf en la gran literatura. La irrupción en su campo de grandes apellidos de la literatura contemporánea como Roth, Houellebecq o Ishiguro ha elevado la calidad literaria de la cf exponencialmente. Sin embargo, ajenos a la promesa que implica ese hecho, nuestros autores han decidido buscar terrenos más fértiles en cuanto a posibilidades y a posibles. Las editoriales españolas han decidido que es un buen momento para invertir en fantasía escrita por españoles, y eso es algo que la mayoría de los autores criados en el “mundillo” no han querido desaprovechar. El premio Minotauro, que se preveía iba a potenciar la creación de literatura fantástica en todas sus vertientes, se ha convertido, sin embargo, en el principal enemigo de la cf española de larga extensión. Las novelas vencedoras en las tres ediciones celebradas hasta el momento han definido cuál es la idiosincrasia de un premio que se ha volcado con el género que más vende, la fantasía. El “efecto llamada” propiciado por tal hecho ha sido inmediato. Los autores del género, a pesar del éxito conseguido por obras de cf como Los cazadores de luz (Nicolás Casariego), finalista del premio Nadal, o Zigzag (José Carlos Somoza), superventas en apenas unas semanas, se han convencido de que en el presente novelístico de nuestro país renta más escribir fantasía que cf, así que, lógica e irreprochablemente, han decidido emigrar.
Por todo lo dicho anteriormente, la aparición de Mundos y demonios, que Juán Miguel Aguilera publicó primero en Francia —tal es el estado de las cosas—, cobra una importancia crítica en el panorama actual de nuestro género fantástico. Aguilera, el mejor escritor de cf que ha dado este país, ha vuelto cuando más se le necesita, en época de sequía. Ya han pasado casi dos décadas desde que el autor publicara, junto a Javier Redal, Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, dos novelas representantes de la mejor space opera con grandes dosis de sentido de la maravilla. La bilogía perdura en el recuerdo del aficionado más curtido y es reconocida como la mejor obra de cf clásica escrita en España. Sin embargo, los autores decidieron reunificar recientemente ambas novelas en una sola, Mundos en la eternidad, y recuperar el proyecto original tal como lo crearon.
Mundos y demonios continúa la serie 15 años después en el mismo escenario: Akasa-Puspa, un cúmulo globular colindante con la Vía Láctea. La escasa distancia entre estrellas hace posibles los viajes infralúmínicos. Los humanos, en continuo conflicto, se dividen en varias facciones: la Utsarpini, el Imperio y la Hermandad. La novela desarrolla el enfrentamiento entre una expedición imperial y la belicosa especie angriff en el interior de la colosal esfera que cubre por completo nuestro viejo Sistema Solar, oculto en los límites del cúmulo, y sus numerosos misterios.
Nostalgias aparte, estamos ante una obra irregular en su comienzo y sobresaliente en la conclusión. Aguilera, a estas alturas escritor hecho y derecho, sabe que una novela pervive por sus personajes, así que dedica la mayor parte de su atención inicial a desarrollarlos. Sabido es que, cuando no se maneja con firmeza, la coralidad siempre implica riesgo por dispersión, máxime cuando el escenario es conocido y todo el peso recae en los personajes. Aguilera apuesta por la acción para hacerlos avanzar en la historia, pero un cierto exceso de situaciones similares acaba por pesar en la progresión de la trama. Las dos primera partes del libroMundos y demonios, de Juan Miguel Aguilera entroncan con el subgénero de la cf militarista que tantos adeptos tiene en EEUU. Aunque dentro del esquema general tanta batalla resulta algo reiterativa, hay que reconocer que la narración no resulta aburrida a pesar de no aportar nada importante al tronco central de la serie.
La novela comienza a dar lo prometido en su último tercio. Aguilera se ciñe entonces a dos líneas argumentales para abordar de lleno la idea principal y explotar, al fín, el asombroso escenario. Y todo se torna maravilla. El valenciano demuestra que posee una imaginación sin par y que, si se lo propone, es capaz de igualar a los grandes maestros del género. Las peripecias de Ada Kharole en ese verdegal exuberante que cubre el interior de la esfera, conformado por una fauna y flora tan extraña como salvaje, recuerdan al mejor Aldiss, el de los primeros tiempos, creador de obras maestras como Invernáculo y La nave estelar. El destino final de Isa Govinda y los angriffs, un festín para amantes del sentido de la maravilla, podría competir en espectacularidad con las más imaginativas elucubraciones de los mejores escritores hard anglófonos. Entre procesos cósmicos gigantescos, aparecen de nuevo las teorías de un icono del autor, el francés Teilhard de Chardin, y los conceptos que posteriormente puso al día el matemático Frank Tipler: la noosfera y el Punto Omega. Lugar de encuentro en la ficción de muchos escritores del género, este último ha sido abordado desde puntos de vista dispares, tanto a favor (La odisea del mañana, de Charles Sheffield) como en contra (Accelerando, de Charles Stross). La visión que aporta Aguilera se declara más afín al primer caso.
Los conflictos en el plano moral, tanto religiosos como de género, también hacen notar su presencia. Especialmente en el impactante capítulo de las bosquimanas, un matriarcado escatofílico que almacena a los “machos” como simples animales reproductivos, idea que puede provocar un considerable desasosiego en el lector masculino y que a nivel personal me sugiere una acerada pregunta: ¿qué habría ocurrido de haber desarrollado el autor la idea a la inversa?
El buen sabor que deja en su conclusión esta versión mejorada de la novela corta En un vacío insondable invita a esperar con anhelo las dos continuaciones anunciadas por el autor. Hay cuestiones que han de ser explicadas (por ejemplo, la razón del presunto cambio de planes de los colmeneros), y la acción apunta hacia caminos parejos a los ya recorridos por el norteamericano Gregory Benford en su espectacular Ciclo del Centro Galáctico. Mucha maravilla en el horizonte. Notables razones para darle las gracias a monsieur Aguilera. Y para que los aficionados a la ciencia ficción le roguemos que, por favor, no nos deje solos.



La red de Indra

La última vez que hablé con Juan Miguel Aguilera fue el año pasado, durante la Feria del Libro celebrada en el Retiro madrileño. Yo recorría las casetas junto a Nacho Illarregui, husmeando aquí y allá, esperando a la vez encontrarnos con unos amigos con los cuales habíamos quedado en vernos. Y allí, entre montones de personas, nos topamos de repente con el escritor. Tras expresarle nuestra admiración, pasó a explicarnos por encima la génesis de su nueva novela. Nos vino a decir más o menos lo mismo a lo que ya se había referido en la presentación del libro; que su escritura respondía a un pequeño respiro que se había tomado entre proyectos más importantes, y que para él había constituido una diversión especial. En suma, que La red de Indra era, más que ningún otro libro, el propio J. M. Aguilera pasándoselo bien, divirtiéndose.
Seguramente sea esa la razón por la cual este proyecto escrito en 3 ó 4 meses, esta novela desinhibida, derroche tanta diversión en su lectura. Trata muchos de los temas clásicos del género, y lo hace sin ponerse solemne en ningún momento. Al contrario, está trufada de guiños y comentarios, cinematográficos y literarios, que sólo captará el aficionado de toda la vida.



Laura Muñoz es una madura profesora de física que ha llevado una vida intensa, incluyendo dos divorcios y su participación en la Iniciativa de Defensa Estratégica durante la Guerra Fría. Ahora se prepara para afrontar la parte que supone más sosegada de su carrera. Pero se equivoca. El inesperado reencuentro con su primer marido, el coronel Jim Conrad del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, les conduce a ella y a su joven ayudante Neko a viajar a un lugar remoto para enfrentarse a un misterio de colosales proporciones.
Un satélite militar estadounidense ha descubierto un objeto enterrado a gran profundidad en la meseta Laurentina canadiense. Se trata de una geoda perfecta de dos kilómetros de diámetro, para la que los geólogos no encuentran ninguna explicación racional. Además, este asombroso artefacto tiene al menos dos mil millones de años de antigüedad. Los militares norteamericanos se han hecho cargo de la situación y han levantado sobre ella una base destinada a investigarla. Pero los problemas con el gobierno canadiense no tardan en surgir, y todo se complica cuando Jim Conrad descubre que hay un traidor entre sus hombres. En esas circunstancias, sólo puede confiar en Laura para que le ayude a desentrañar el misterio de la geoda.
Pero nada de lo que habían imaginado les había preparado para lo que iban a encontrar en su interior...


La unión de temáticas y subgéneros dotan a esta novela de cierta singularidad. La mezcla entre thriller científico y ciencia ficción, a ratos hard, a ratos incluso pulp, no es algo que se presente con asiduidad, aunque algún otro ejemplo pueda darse. El más evidente quizás sea La ecuación Dante, de la norteamericana Jane Jensen, aquel éxito de ventas que, partiendo de un thriller esotérico, se convertía a mitad de libro en un ejercicio de cf clásica con detalles pulp.
La red de Indra comienza explotando en su primera parte los tópicos del thriller científico. En la novela se dan cita algunos de sus elementos más usuales: un hecho extraño relacionado con la ciencia, oscuros secretos militares y el paradigmático grupo de científicos cargado de problemas personales. En esta primera fase, Aguilera mueve los hilos de la trama y de sus personajes con pericia. Tanta que un editor con menos escrúpulos podría sin duda haber presentado al autor como "el Michael Crichton español". El La red de Indra, de Juan Miguel Aguilerasuspense está bien dosificado, y la construcción de los personajes busca más la utilidad que la profundidad. Todo indica que el escritor sabe manejar con soltura el ABC del subgénero.
Pero una vez acabado el thriller, el elemento de ciencia ficción se hace con los mandos y se convierte en amo y señor de la narración. Aunque en el libro se dan más referentes, son sin duda los ecos de H. G. Wells los que con más fuerza resuenan, el telón de fondo sobre el que se manifiesta una caterva de extrañas criaturas que va desde el pulp ancestral hasta las sofisticadas máquinas autorreplicantes de Von Neumann. Al final de todo, y como ya es recurrente en el escritor, se vislumbran el sentido de la maravilla, lo macro cósmico y sus habituales teorías chardinianas sobre el fin de todo.
El libro, que no la novela, acaba con un capítulo final que no es tal cosa, sino un cuento escrito por el autor hace algunos años, titulado "Todo lo que un hombre puede imaginar" y publicado previamente en uno de los números de la antología Artifex. Curiosamente, casa a la perfección con la novela, añadiéndole un cierre complementario podríamos decir que ad hoc. Este tipo de extras son habituales en la editorial, añaden páginas y siempre aportan algo, pero en esta ocasión es digno de mención el hecho de que no sea anunciado de ninguna manera, de tal forma que quienes no hayan leído antes el cuento lo considerarán parte de la novela. Curioso cuando menos.
Sí me parece criticable la edición. Algo descuidada, contiene una gran cantidad de errores ortográficos, lo que parece apuntar a la ausencia de un corrector. Semejante falta es reseñable porque resulta muy extraña en una editorial como Alamut/Bibliópolis, que desde el principio de su trayectoria puso especial énfasis en la atención a este asunto. Dicho esto, aclaro también que tal mancha no impide el disfrute de esta divertida novela esencialmente de aventuras, que sin duda está por encima de muchas obras menores escritas por autores anglosajones, traducidas al castellano y meramente alimenticias.





Las reseñas de Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad fueron publicadas previamente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red. La crítica perteneciente a Mundos y demonios fue publicada en el número 44 de la revista Gigamesh.




jueves, 4 de noviembre de 2010

Criminal Blurbs

El rapto del cisne, de Elizabeth Kostova
"Best-seller seguro."

-Library Journal


"El rapto del cisne funciona tanto como eco de La Historiadora como una exploración del nuevo territorio de esta inteligente y exitosa escritora."

-Publishers Weekly


domingo, 31 de octubre de 2010

Halloween

Se suele decir que el tiempo es juez de todas las cosas, y en la literatura, al menos, así es. Pero a veces ocurre al revés; a veces son los libros los que evidencian el paso del tiempo.

Exploró un mostrador con montañas de calabazas de papel y máscaras para la noche de Hallowe'en (1). La dependienta estaba atareada con un grupo de monjas que se probaban máscaras. Holly cogió una máscara y se la puso; eligió otra, y me la puso a mí; luego me tomó de la mano y salimos. Así de sencillo. Una vez en la calle, corrimos a lo largo de varias manzanas, creo que sólo para añadirle emoción; pero también porque, tal como descubrí entonces, el ladrón se siente eufórico cuando un robo le sale bien.

1. Víspera de la festividad de Todos los Santos, que los niños norteamericanos celebran rondando disfrazados las casas del vecindario, iluminándose con velas colocadas en el interior de calabazas vacías en las que practican unos orificios a modo de ojos y boca. (N. del T.)

Este párrafo procede, como muchos habrán adivinado, de la novela Desayuno en Tiffany's, de Truman Capote. Fue editada por Anagrama en 1990, con traducción de Enrique Murillo. Veinte años después, en un día como éste, a cualquier residente de este país la presencia de semejante aclaración podría parecerle un tanto extraña. Aunque no más que la imagen de unas monjas probándose máscaras, dispuestas a festejar Halloween.

martes, 26 de octubre de 2010

David Monteagudo. Fin

Acaba de aparecer en las librerías Marcos Montes, la nueva novela de David Monteagudo. Poco tiempo ha pasado entre la publicación de Fin, el gran éxito de ventas que le dio a conocer, y este segundo libro. Ya anunció el escritor en diversas entrevistas que tenía más obras guardadas en los cajones. Ignoro si ésta que aparece ahora se cuenta entre aquellas o ha sido concebida tras Fin; supongo que lo sabremos en breve. De momento, aquí refloto una reseña que escribí recientemente de su primera novela.


Reseñar un libro con cierto retraso ofrece la oportunidad de confrontar las propias opiniones con aquellas que sobre él se han ido vertiendo anteriormente. De Fin, la novela de David Monteagudo, se ha dicho, por ejemplo, que compone una extraña mezcla de género fantástico y realismo, una apreciación más que curiosa. Lo extraño de una mixtura semejante quizá se encuentre en los ojos del reseñador, a quien probablemente lo que le sorprende es la posibilidad de que una narración de origen fantástico cuente con tratamientos y profundidades que estén a la altura de cualquier novela realista. Y sin embargo, existen incluso subgéneros edificados enteramente sobre uniones semejantes, por ejemplo el realismo mágico, el cual desde su propia definición se declara, ya de antemano, culpable.
Se han buscado también referentes directos, y hasta parecidos razonables con algunas obras de otros escritores. Confieso que, gran admirador de Cormac McCarthy como soy, no veo puntos de encuentro entre éste y la obra de Monteagudo más allá de su carácter post apocalíptico y su Fin, de David Monteagudoargumento itinerante, características, por otra parte, repetidas no sólo en La carretera, que parece ser la única novela escrita por McCarthy reivindicable en este momento, sino en otra docena de novelas de ciencia ficción a las que nadie menciona. Es cierto que hay descripciones de lo agreste tremendamente potentes, pero no hace falta recurrir al norteamericano para aparentar tales semejanzas, menos aún por cuestiones de moda. Se ha citado también La piel fría, la excelsa novela de Albert Sánchez Piñol con la que Fin puede que comparta circunstancias (un inesperado éxito autóctono -esto es, español- elaborado a partir de un vigoroso elemento fantástico), pero más allá de eso, no hay paridad ni en temática ni en maneras.
Sí coincido, sin embargo, en una similitud cuya propuesta ha sido mayoritaria. El Jarama, la obra con la que Rafael Sánchez Ferlosio ganó el premio Nadal en 1955, es una referencia que, esta vez sí, tengo que reconocer pesante en Fin, intensamente en sus primeras páginas, de forma más diluida en las siguientes. En menor medida por el papel protagónico de la Naturaleza, tan presente que resulta ominosa, pero sí por argumento y temática. Aunque la novela de Monteagudo aborda el post apocalíptico inmediato, aunque la utilización de presupuestos fantásticos pudiera condicionarla como literatura de género, es el elemento realista el que aporta el carácter más literario. Éste, sin duda, parte de la cohabitación entre el retrato generacional y el estudio psicológico de sus personajes. Fin, sin llegar a instituirse del todo en novela social, como lo es la de Ferlosio, sí utiliza algunas de sus premisas formales, como por ejemplo el protagonismo colectivo, la narración alterna en tercera persona y un predominio del diálogo sobre la descripción, elementos todos característicos de gran parte de la narrativa española de los años 50.
Reconozco, por tanto, la influencia que El Jarama ha podido ejercer en la escritura de Fin, y me arriesgo además a presentar una referencia de propio cuño, la cual, me temo, no va a ser muy literaria. Porque si he de echar mano de un símil válido, que sirva de pista a los posibles lectores sobre qué encontrarán en este libro, no tengo más remedio que recurrir al medio televisivo. Si están pensando que eso va en detrimento de la parte literaria, olvídenlo. Las bondades de Fin en ese aspecto son muchas y diversas, pero el hecho diferenciador, el sello distintivo de la novela, dimana de la construcción narrativa, del bien trabajado suspense, de la intriga construida en torno a un misterio de proporciones gigantescas pero conformado por misterios más pequeños, por un conjunto de enigmáticas sub-tramas cuya engarzada continuidad invita a una lectura convulsa y se convierte en una fuente de adicción inmediata. Una característica perfectamente válida para definir también, y he aquí la referencia que propongo, la serie televisiva Perdidos, el hito de la nueva narración catódica del siglo XXI. Se trata de una coincidencia que prueba, una vez más, que la posmodernidad no sólo ha logrado conectar géneros, sino también medios, intercambiando influencias y modos creativos.
Pero volviendo a la novela, sorprende la habilidad con la que Monteagudo se bate tanto en el terreno conceptual como en el narrativo. Sutilmente, suma pequeños capítulos narrativos, escenas y diálogos concretos con los que va hilvanando ambas tramas, la psicológica y la fantástica, colocando siempre el acento en lo extraño. Antes de que el elemento de género se imponga, es decir, bastantes páginas después del misterioso parpadeo nocturno que aísla a los protagonistas, Fin transcurre por derroteros realistas, aunque envueltos en una atmósfera misteriosa y desasosegante. En un principio, la narración parece apuntar hacia la novela generacional. El reencuentro del grupo de amigos, 25 años después del hecho conmemorado, cuenta con detalles suficientes para ganarse tal consideración. Pleno de diálogos, con una marcada personalidad propia, autóctona, aunque alejada del costumbrismo, el texto hace un recorrido sutil por muchos de los tics culturales y el modo de vida de los cuarentones modernos, esa nueva burguesía enganchada a sus caros juguetes tecnológicos y en perpetua adaptación a la nueva cultura de valores globalizada. Indicios y síntomas del estado del bienestar tan identificables como los teléfonos móviles de última generación, los enormes automóviles 4x4, el manejo de Internet o las nuevas fobias sociales nacidas de la inmigración hacen acto de presencia en los hechos y conversaciones protagonizados por el grupo de amigos. Debido al reconocimiento especular, la identificación del lector se hace inmediata.
El muestreo sociocultural que configuran los personajes no sólo tiene valor por sí mismo, sino que además ejerce su propio papel como potenciador de la intriga, la cual conforma, junto con el profundo tapiz psicológico, el núcleo de esta obra. Ese grupo de antiguos amigos ha cambiado, no son los mismos de antaño, y Monteagudo sabe reflejarlo en la narración con destreza. Las pequeñas divergencias de entonces, potenciadas por el paso del tiempo, esos pequeños o grandes cambios ejercidos por la vida sobre sus antiguas personalidades, están muy presentes, y el autor sabe evidenciarlos con sutilidad, en comentarios jocosos intercambiados por algunos personajes en busca de una complicidad que ya no tiene lugar, en discusiones políticas expresadas en un tono quizás demasiado elevado... Este comienzo de novela, en todo caso, no sólo retrotrae a El Jarama, sino también a todos sus allegados generacionales, que son muchos y de diferentes medios, como, por ejemplo, la obra de teatro Los 80 son nuestros, de Ana Diosdado, o la película de Lawrence Kasdan titulada Reencuentro.
El elemento realista, pues, marca la pauta desde el principio, pero es más adelante, tras la aparición del elemento fantástico, cuando multiplica su rendimiento narrativo. Un suceso inexplicable transforma el relato de un reencuentro en una historia de supervivencia y da el pistoletazo de salida a los enfrentamientos dialécticos y a las revanchas personales que alimentan a la narración. Monteagudo logra, con su desarrollo, retratar a una generación, la que se halla en estos momentos en la cuarentena, educada en valores añejos y, sin embargo, obligada a adaptarse a los bruscos cambios sociales y morales dimanados de la democracia y la globalización. Del machista intolerante con la homosexualidad al homosexual que se niega a “salir del armario” o a la mujer reivindicativa pero insegura; distintos aspectos de esta generación intermedia son puestos a prueba por las excepcionales circunstancias del fin del mundo.
El elemento de ciencia ficción ejerce sólo de disparador, ni siquiera se ofrecen pistas de su naturaleza, y sin embargo son sus consecuencias las que dan origen a la trama. Su importancia es por tanto crucial, ya que sin él tampoco habría novela de caracteres. Si bien la falta de explicación y la naturaleza sencilla del fenómeno lo colocan cerca del What if? (¿qué sucedería si todas las personas desaparecieran misteriosamente de la faz de la Tierra?), los hechos posteriores apuntan hacia un representante clásico de la ciencia ficción: la lucha por la supervivencia de unos cuantos tras el fin de la Humanidad. Ese hecho extraño actúa, además, como potenciador del omnipresente halo terrorífico, que pasa a impregnar la atmósfera de la narración en el entorno que menos le favorece, al descubierto y a plena luz del día, con notable éxito. La presencia casi fantasmal de un oscuro personaje rebequianamente ausente, el Profeta, el amigo al que hace 25 años gastaron todos una terrible broma que ahora se niegan a relatar,David Monteagudo se cohesiona con esa suerte de reseteo nocturno con el que la Naturaleza parece haber extirpado de la faz de la Tierra al resto de la Humanidad, ejerciendo en el lector un efecto de desasosiego que se va acrecentando tras una sucesión de momentos narrativos extraordinariamente detallados.
Persiguiendo una explicación para el fin de la Humanidad, los personajes se han de enfrentar a su propio fin, pero especialmente a sus recuerdos y a las nuevas respuestas que estos provocan bajo sus personalidades adultas. Los remordimientos, la broma perpetrada al Profeta y el fin del mundo, tres elementos aleados en perfecta unión, constituyen el motor de lo terrorífico, pero es el escenario diurno, esa Naturaleza opresiva tan bien descrita, lo que produce el efecto numinoso en la narración. Monteagudo acompaña los diálogos con descripciones del paisaje siempre diáfanas, carentes de emotividad, afilando así el tono de extrañamiento general. El ritmo no decae en ningún momento, y es llevado en volandas por un suspense narrativo tan intensamente expuesto que logra que la novela se convierta en un absorbente pasapáginas.
La peripecia externa de los personajes está tan bien desarrollada como su carácter interno. La fusión de amenazas constituye el émbolo de empuje de los acontecimientos, pero es el desarrollo de éstos, especialmente el enfrentamiento del grupo con una Naturaleza no sojuzgada por los humanos, el elemento crucial que inocula en la lectura tanto o más desasosiego que las causas. El único momento en el que la pluma del escritor parece vacilar es, precisamente, en su primer encuentro con el peligro invisible, una ocasión innecesariamente prolongada en la que el estilo de Enid Blyton parece reencarnarse en el texto, añadiendo demasiadas puertas a la inspección rutinaria de una casa en el monte. Con esa salvedad, el resto de capítulos narrativos son memorables, especialmente aquél en el que se desarrolla la progresiva transformación de un par de inocentes galgos en una jauría pavorosa, una imagen escalofriante conducida con gran destreza.
En lo meramente formal, cabe señalar algún hecho insatisfactorio, como esa reiteración cansina del “dice”, más propia de otras lenguas, y alguna equivocación puntual con los nombres de los personajes, algo más habitual de lo deseable en algunas obras de protagonismo coral (por retomar la novela social, recuerden al cerillero de La colmena), pero también hay que mencionar algún acertado intento de originalidad, como esos primeros párrafos en tiempo pasado que introducen al lector directamente en la historia, escrita a partir de entonces en tiempo presente, como si de un “erase una vez” inverso se tratase. Lo cierto es que Monteagudo maneja bien los principales componentes de la narración: personajes, ritmo, suspense y trama, de tal manera que, para cuando el lector se quiere dar cuenta, ya se ha plantado en la última página. El cierre de la historia, que algunos han declarado imperfecto, es, para mi gusto, redondo. Quizá no desvele demasiado del gran misterio, una obligación que procede más del deseo del lector que de la norma literaria, pero completa la trama interna mediante el aporte de una imagen magnífica.
Tras su lectura, no cabe sino afirmar que Fin, el estreno literario de David Monteagudo, es una novela magnífica; una novela, no tengan duda, de ciencia ficción. De su apasionante lectura se puede extraer, además de la consabida satisfacción literaria, la conclusión de que la normalización del género, su integración en el mercado general, ha revertido, tal y como se esperaba, en buena calidad y una mayor diversidad. Su éxito de ventas (debe de ir ya por la séptima edición "auténtica", ha sido vendida a otros idiomas y sus derechos para el cine han sido adquiridos por Alejandro Amenábar) es una prueba más de que sí hay sitio para los libros de ciencia ficción más allá de las fronteras habituales del género. Sólo hay que ser más exigente con la calidad literaria y menos nacionalista, temáticamente hablando. Es una lástima que algunos de los nombres que cabría esperar no estén ahí, pues escritores como Monteagudo, Piñol o Somoza están demostrando la realidad de un mercado abierto. La ciencia ficción, allende nuestras fronteras y dentro de ellas, ha llegado a la meta. Ahí está, y esperemos que ahí continúe, dando frutos como Fin.



Texto publicado anteriormente en Prospectiva.

jueves, 21 de octubre de 2010

Crónicas marcianas en Stardust

Poco a poco, algunas de las obras incontestables de la ciencia ficción van adquiriendo solera. El polvo de los años las va cubriendo, como a las botellas de buen vino, consiguiendo no otra cosa que reafirmar su valor. Las Crónicas marcianas, nuestras Crónicas marcianas, han cumplido ya 60 años, y siguen luciendo como nunca, desafiando a las modas, a las nuevas corrientes e incluso a las obras procedentes de fuera.
Ahí se alza esa novela, mírenla, con los pies bien plantados, ajena a los nuevaoleros, a los ciberpunks, a los redescubridores de la aún más lejana Weird Tales. Las Crónicas marcianas resisten el embate del tiempo y emocionan en cada nueva lectura. Incluso en esa edad en la que revisamos los mitos de adolescencia para descubrirlos con pies de barro, la novela de Bradbury se sigue imponiendo al rigor de los años, incólume como un titán.
Libros como este aseguran la inmortalidad de un género, de la ciencia ficción. Si les apetece leer una reseña de la obra maestra escrita por el de Wikegan, están de suerte. En la web de Stardust acaban de colgar una, garabateada por alguien que ha vuelto a reencontrarse con su grandeza.


sábado, 16 de octubre de 2010

Clifford D. Simak. Ciudad

Escribí la siguiente reseña hace ya bastantes años. He tenido que remozarla, y mucho, porque si bien sigo coincidiendo con el contenido, la forma adolecía de cierto apresuramiento. Puede que a alguien le sorprenda esto de "coincidir" con opiniones que vertiste anteriormente, pero en la mía, quien no evoluciona, sea en el campo que sea, es que está muerto. Al menos en el aspecto mental. Con frecuencia, el yo pasado no tiene mucho que ver con el yo presente. Llámenlo "la vida" o como quieran, pero a veces uno lee cosas que escribió hace lustros y le dan ganas de darle una colleja a aquel chaval tan errado. En este caso no he tenido que arreglar mas que mi impericia como escritor. En mi opinión actual, Ciudad sigue siendo una obra maestra indiscutible.
Al hilo de cierto comentario incluido en la reseña, sí es significativo que en todos estos años, en lecturas posteriores, solo haya encontrado una obra de los 90 que pueda considerar sobresaliente. Me refiero a Vurt, del británico Jeff Noon. El resto, especialmente los premiados Vorkosigans, no han logrado hasta el momento que varíe mi pensamiento sobre la citada década, quizás la peor que haya dado la ciencia ficción en su largo siglo de vida.



En las frías noches de invierno los perros se reúnen junto al fuego, y a su cálida luz intercambian viejas historias, leyendas antiguas, glosas improbables que desgranan los últimos días de un ser mitológico llamado hombre y el declive de su ahora extinta civilización. El paso del tiempo ha convertido esos antiguos textos en materia de estudio, y aunque la gran mayoría de la sociedad perruna opina que no son más que metáforas educativas escritas por sus antepasados, unos cuantos creen ver en ellas el posible retrato histórico de una época real, ya olvidada.
Ese conjunto de cuentos legendarios, ocho en total, someramente prologados, es recogido en Ciudad, libro de carácter mitológico editado por uno de los perros y que el escritor norteamericano Clifford D. Simak, de modo misterioso, nos ha hecho llegar como propio, dotándolo de un sobresaliente tono elegíaco. A lo largo de esos ocho cuentos se describe la decadencia y la casi total extinción del mítico ser humano, y lo que para los perros es más importante, el destino final de los herederos de éste.
En un paseo entre melancólico y nostálgico, el lector es conducido por 7000 años de historia cruciales para el destino del hombre. Con la maravilla como compañera, es invitado a presenciar el abandono de las ciudades y el intento de ganar el espacio; el nacimiento de su siguiente paso evolutivo y la posterior huida de los ahora descritos como mutantes; el final voluntario de la mayoría de la raza humana y el encierro en cúpulas de una ínfima minoría, embarcada en una huida hacia el futuro, inmersos en un sueño casi eterno.
Entre la fascinación y la sorpresa, la narración acompaña al lector por un marco temporal plagado de acontecimientos y maravillas, sin solución de continuidad. Son tantos los acontecimientos que incluso el resumen se hace extenso. Incluidos en el largo recorrido, se suceden hechos diversos como el destino de su más fiel servidor, el robot, convertido en ser inteligente, poseedor de un sentido de la humanidad mayor que el de sus propios creadores; el establecimiento de los perros como nueva especie dominante, tenedora de otros métodos de civilización; la aparición en nuestro planeta de seres de otra dimensión; la incorporación de toda la gama animal al estadio de la inteligencia y el dominio de la Tierra por parte del más inesperado de ellos y, finalmente, la retirada definitiva del perro, el heredero directo del hombre, hacia otras dimensiones. Todo ello pasa de forma cronológicamente ordenada, página a página, por la retina y la mente del lector de Ciudad, toda una epopeya milenaria centrada en los miembros de una sola familia, los Webster, y su servicial robot Jenkins, el mayordomo perfecto.
Se trata de una demostración imaginativa de tal calibre que ya de por sí valdría para catalogar esta novela como obra maestra. Pero, además, el estilo con el que está escrita obra el milagro de que todo sea mágicamente creíble, pues Simak dota a la narración de una atmósfera nostálgica y triste, cercana al lirismo en muchas ocasiones, comparable en este aspecto a las Crónicas marcianas escritas por Ray Bradbury y poseedora de escenas realmente memorables, de las que perduran en la memoria eternamente. El paseo del hombre y su mascota por Júpiter, convertidos en algo que ya nunca querrán dejar de ser; o el viejo y fiel robot, siempre al cuidado de los perros, abandonado por su dueño 3000 años atrás, pero aun esperando silente en la oscuridad del caserón de la familia; o la imagen final, que he de confesar aún recuerdo algunas noches de verano, son buenos ejemplos de las joyas que atesora el libro.
Si les preocupan estos adelantos, saber de antemano lo que va a pasar, estén tranquilos. Da igual conocer previamente algunos pasajes o de qué va la historia: sólo la forma como está contada y las imágenes que encierra ya son suficientes dones como para gozar de esta lectura. El libro, estructurado en ocho relatos dependientes a modo de fix-up, se basta y se sobra con apenas 300 páginas para asombrar, maravillar, emocionar y dejar una huella indeleble en la mente y el corazón de quien lo lee. Las introducciones a los cuentos, escritas por uno de los perros, apoyan de una manera notoria la sensación de extrañeza de lo que se está narrando, visto desde un punto de vista externo, ajeno al subjetivismo humano.
Un torbellino de ideas semejante, narrado de forma sencilla, sin aditamentos innecesarios que engorden la trama, sólo podía estar escrito en la dorada década de los 50, cuando la ciencia ficción aún contaba con esa inocencia que hoy la hace tan entrañable. Simak realizó esta obra maestra en 1953, antes de que la new wave llevara al género por otros caminos diferentes (pero no siempre mejores), de que la palabra hard se convirtiera en sinónimo de complicado, de que los editores obligaran a inflar de páginas un libro para poderlo vender más caro, y por supuesto antes de que el deseo de introducir a la ciencia ficción en la corriente literaria general desembocara, en muchos casos, en lo que el crítico especializado Julián Díez denomina el "efecto Benford" y su artificial profundidad de personajes. Ciudad está a salvo de todo eso.
Desgraciadamente, muchas cosas han cambiado, y hoy en día, cuando la Ley de Sturgeon (aquella que dice que el noventa por ciento de todo es basura) es más válida que nunca, se hace bastante improbable ver escrita una obra semejante. Habría que reflexionar sobre por qué en casi todas las listas de aficionados, cuando se les pregunta sobre las diez mejores obras de la historia del género, la casi totalidad son obras de hace más de diez años. ¿No han dado los noventa ninguna novela realmente grande? A mí desde luego, si exceptuamos La caída de Hiperión, situada más en la década anterior que en esta, no se me ocurre ninguna.
Ciudad es ciencia ficción de otra época, ciencia ficción magna, de la que ya no se lleva. Quien ame el género no puede perdérsela. Y otra cosa más. Si les gusta el completismo, aún tienen otra razón para el disfrute. Existe un noveno cuento escrito por Simak, o quizás por los perros, vayan ustedes a saber. Se puede encontrar traducido al castellano en cierto número de la legendaria revista Nueva Dimensión. Para hacer la cosa más divertida, no les diré en cuál, les dejo la tarea de búsqueda a ustedes.


Esta reseña fue publicada previamente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en el nº 14 de Finis Terrae, el boletín de la Asociación Gallega de Ciencia Ficción.

lunes, 4 de octubre de 2010

Imágenes de cf. VI


"La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:
—¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo que le hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia! ¡A mí, no!
Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por la atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas... Se encontraba ya a muchos años luz de distancia, pero OʹBrien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas. Pero en la oscuridad que lo envolvía oyó otro chasquido metálico y sabía que el primer resorte había vuelto a funcionar y la jaula no había llegado a abrirse."


jueves, 30 de septiembre de 2010

El estado actual del cuento de ciencia ficción

Es lugar común que la ciencia ficción se defiende bastante mejor en longitudes cortas. "La realidad es que la cf resulta mucho más adecuada para el cuento que para la novela larga", sentenciaba Kingsley Amis. Pregúntenle a cualquier entendido y éste les dirá que la esencia del género se encuentra en los relatos más que en las novelas. No voy a discutir aquí si eso es cierto o no, pero semejante afirmación deja la puerta abierta a algunas conclusiones que se podrían calificar de controvertidas. La más significativa es, sin duda, la correspondencia que se establece por relación directa entre ciencia ficción y literatura de ideas. Revista Gigamesh nº 27El cuento es o debería ser una novela concentrada. En tan corto espacio no hay tiempo para gastar en caracterización de personajes, sofisticadas tramas o argumentos enrevesados. Si en el relato corto prima algo, es desde luego la idea. Y a la cf se la lleva catalogando como literatura de ideas desde hace décadas, así que, si ha de existir un terreno propicio para ella, éste ha de ser el cuento.
Por supuesto, ahí está la gran literatura para rebatir tales argumentos. Acudan a Chéjov, Hemingway, Faulkner o a cualquiera de los grandes y descúbranse ante las técnicas y maneras de los grandes maestros, ante la forma aparentemente sencilla con la que desmienten eso de que en tan corto espacio poco se puede hacer por conceptos como personajes y trama. Aunque tampoco hace falta que salgan del género. Lean al mejor Bradbury, el de los 50, y traten de dilucidar si en sus cuentos es más importante la forma o el fondo, el estilo o la idea. Pero claro, Bradbury es la excepción. La cf, casi en su totalidad, utiliza el cuento como mero embalaje de sus ideas. Si quieren comprender inmediatamente a lo que me refiero, lean el ultracorto Respuesta, de Fredric Brown, obra maestra y epítome del cuento de ciencia ficción.
Sea como fuere, el cuento ha pasado a la historia de la cf como su vehículo más directo. Es, además, por donde todo escritor joven comienza. Aunque sólo fuera por eso, su importancia quedaría más que justificada. Esa es la razón por la que me apena tanto la actual situación del cuento de cf en España. Lean, por ejemplo, las recientes nominaciones a mejor cuento de los dos principales premios del género que existen en este país.

Premio Xatafi-Cyberdark

• Mejor relato español
"El faro de las islas de Os Baixos", de Juan Jacinto Muñoz Rengel (en De mecánica y alquimia, Salto de Página).
"Lapis philosophorum" de Juan Jacinto Muñoz Rengel (en De mecánica y alquimia, Salto de Página).
"La maldición de los Zweiss" de Juan Jacinto Muñoz Rengel (en De mecánica y alquimia, Salto de Página).

• Mejor relato extranjero
"Un alma embotellada", de Tim Powers (en El reparador de biblias, Gigamesh).
"El camino de bajada", de Tim Powers (en El reparador de biblias, Gigamesh).
"Dondequiera que se oculten", de Tim Powers (en El reparador de biblias, Gigamesh).
"El reparador de biblias", de Tim Powers (en El reparador de biblias, Gigamesh).

Premio Ignotus

• Mejor relato español
"El faro de las islas Os Baixos", por Juan Jacinto Muñoz Rengel (De mecánica y alquimia, Salto de Página)
"Lidia y los hombres feos", por Ramón San Miguel Coca (Visiones 2007)
"Una valla en la eternidad", por Alejandro Carneiro (Artifex 4º Época nº 4-5 - Asoc. Cult. Xatafi)
"Victimas Inocentes", por David Jasso (Sable 7)

• Mejor relato extranjero
"Dondequiera que se oculten", de Tim Powers (El reparador de biblias, Gigamesh)
"El imperio invisible", de John Kessel (Historia Alternativa II, Grupo AJEC)
"El reparador de biblias", de Tim Powers (El reparador de biblias, Gigamesh)
"Un alma embotellada", de Tim Powers (El reparador de biblias, Gigamesh)

Como se puede apreciar, la categoría de relato extranjero está en ambos premios casi copada por un solo autor, Tim Powers. Para colmo, el libro que contiene todos esos cuentos, El reparador de biblias, es una edición no venal, imposible de encontrar. En la categoría de relato español, Juan Jacinto Muñoz Rengel logra, con los cuentos contenidos en De mecánica y alquimia, acaparar todas las candidaturas en uno de los premios y aparecer en el otro. Si estas nominaciones dan una impresión de escasez, es porque la hay. Ahora mismo no hay ninguna publicación de cf en papel en la que un escritor novel pueda foguearse y comenzar a aprender la disciplina de la escritura. Quien quiera ver sus cuentos publicados habrá de intentar colocarlos en alguna revista electrónica o en su propio blog. Cuán diferente del panorama que teníamos hace 10 años.
En el año 2000 salía el último número de BEM a la calle, y sin embargo no había motivo para la preocupación. Se publicaban por entonces Artifex Segunda Época, Framauro y las revistas Solaris y Gigamesh, esta también en su segunda época. Al año siguiente nacería la revista 2001 y luego Galaxia, y la enésima versión española de la afamada Asimov, que a los cuentos procedentes de la revista madre añadía habitualmente uno español. Un escritor podía, con toda normalidad, probar suerte en tres o cuatro publicaciones distintas. Si lo comparamos con la actualidad, la impresión es desoladora. ¿Qué ha pasado? ¿Es culpa de Internet, que ha cambiado el medio? ¿Es quizás por los nuevos caminos que ha tomado la cf, por fin fuera del gueto? ¿No hay relevo generacional? En fin, interesantes preguntas que deberían ser debatidas en la muy próxima HispaCon de Burjassot. Les dejo, recordando tiempos mejores, con algunas reseñas de entonces, tal como las escribí originalmente. Encontrarán en ellas nombres de merecida actualidad.

Artifex 3

La calidad de una antología se suele medir por la calidad individual de los cuentos seleccionados, pero también por el resultado global que puede extraerse del conjunto. Las historias contenidas en este Artifex Segunda Época vol. 3 van desde lo excelente hasta lo inánime, de lo emocionante a lo insustancial, pero respetando una línea temática que, salvo en algunas excepciones que aportan la necesaria variedad al producto, sirve como referente para conocer por dónde van los tiros actualmente en el género de fantasía en España. Y, afortunadamente, se puede constatar que marchan por senderos diametralmente opuestos a las dragonadas y similares que tanto proliferan hoy en día en los trillados campos de ese maltratado género. Las once contribuciones que recoge el tercer volumen de esta antología de literatura fantástica están, además, escritas por autores de diferentes generaciones, lo que se suma significativamente al interés muestral de esta recopilación.
Si hay que buscar defectos, quizá el más llamativo se encuentre en la elección de "Los sirvientes" como presentación de esta antología. La macabra aportación de Ramón Muñoz es una muestra de terror gore que puede llamar a engaño sobre los cuentos que le suceden, más dados a la emoción que a la escabrosidad. Alguno de ellos, incluso, en el extremo opuesto, como el relato de Daniel Mares "Baile de máscaras", que reúne comedia de enredo y realismo mágico en una historia francamente divertida.
Con resultados dispares, dos valores actuales de la ciencia ficción española ofrecen sendos ejercicios de estilo. Mientras que Eduardo Vaquerizo no logra concretar sus pretensiones en "La ciudad cambia cada noche", Rodolfo Martínez desgrana en "El segundo principio de la termodinámica", con música de Joaquín Sabina de fondo, dos historias que en realidad son una sola, logrando un final realmente meritorio. Sin embargo, quien hace una búsqueda más intensa de la belleza estilística es el autor vitoriano José Antonio Cotrina, que en "Soñando Soberbia: el arquitecto" logra dar vida a un relato excelente. Con una prosa recargada, no apta para todos los públicos, pero básica en el resultado final, Cotrina introduce al lector en la mente de un arquitecto que se rebela contra la castración del arte y cuyos sueños, apoyados por el elemento fantástico, acabarán dando lugar a la ciudad ideal.
En el terreno de la ciencia-ficción, el cubano Fabricio González Neira aporta la nota foránea con "La muerte de Mateo Habba", un original relato que desarrolla con estilo borgiano una trama de naturaleza ciberpunk en la que Dios y el ciberespacio comparten protagonismo. En ese mismo género, pero con una longitud mucho mayor, "Si pudieras ver Niágara" se adivina como el pilar central de la colección. Joaquín Revuelta, responsable de esta interesante novela corta que fue finalista del UPC 1999, mueve con soltura a sus personajes en un escenario sumamente atractivo, y lo hace con un estilo exento de barroquismos. La novela, que engancha notablemente, tiene su punto más débil en un final excesivamente místico al que seguramente no habrían venido mal unas cuantas páginas más.
"La llegada", una reflexión intimista de Elia Barceló, y "Más allá de...", una ingeniosa metáfora de estilo poco trabajado de los jovencísimos Sergio Parra y Albert Sans, suponen seguramente los cuentos más flojos de esta antología. Todo lo contrario que "La canica en la palmera", del consagrado Rafael Marín. En un maravilloso ejemplo de cómo hacer literatura de género netamente española, y con un arriesgado estilo narrativo, Marín crea una enternecedora historia de amistad infantil que se sirve del elemento fantástico para recordarnos, además, cuán diferente fue la niñez de nuestros padres de la de nuestros hijos. Un cuento que desde ya se proyecta como firme candidato al premio Ignotus del año próximo.
Sin asignaturas pendientes, este tercer volumen de ASE se muestra muy completo: autores casi noveles, veteranos y extranjeros; fantasía, terror y ciencia-ficción; relatos cortos, una novela e incluso algunos poemas... Si sumamos a todo esto la más que aceptable calidad de los cuentos, hay que concluir que la calificación de esta antología supera con creces el aprobado general.

Artifex 4

Como ya es costumbre, el otoño, además de la consabida gama de marrones y el agradable crujido de las hojas bajo nuestros pasos, vuelve a traernos un nuevo volumen de la antología fantástica española por excelencia. Y como es habitual, esta significativa cuarta entrega vuelve a convertirse en una excelente piedra de toque para conocer el momento actual del mencionado género globalizador en nuestro país.
Los ocho relatos que componen este ASE vol. 4, aportaciones entre cuyos autores encontramos a algunos de los más importantes escritores españoles del fantástico en los últimos años, denotan sin duda una marcada inclinación hacia la fantasía no heroica, como ya sucediera en el anterior volumen, pero esta vez con una insistente preferencia por lo terrorífico.
Rafael Marín abre con un cuento ambientado en la guerra civil española, introduciéndonos en la búsqueda de un perdido cuadro de Goya que arrastra una oscura maldición. "La sed de las panteras" atesora la calidad habitual de los últimos trabajos del gaditano, pero la excesiva decoración documental lastra notoriamente el trasfondo fantástico de la narración, haciendo que éste se pierda al fondo de la clase de historia impartida por el escritor.
Continúa "El retrato de Paula", de Juan Carlos Planells, sin duda el peor relato de todos los aquí contenidos por fondo y por forma, al que sigue una de las dos aportaciones más importantes de la antología, el de Ramón Muñoz. En "Las sombras peregrinas", este amante de lo macabro desarrolla con su estilo siempre eficaz una historia que bien podría encuadrarse en la mitología de la España oscura, fabulando una trama de venganzas y redenciones servida en forma de persecución a través de las serranías andaluzas en pos de un monstruo devorador de niños. Una extraordinaria historia que incita a la lectura continuada, que cierra perfectamente el círculo y a la que no le sobra absolutamente nada.
Haciendo una sorprendente incursión en ese mismo género que tan bien cultiva Muñoz, un audaz José Antonio Cotrina se aleja radicalmente de sus líricas creaciones sobre Soberbia, la mágica ciudad presentada en anteriores volúmenes, y se sumerge de lleno en lo escabroso a través de una truculenta historia que se revuelca en los terrenos más exagerados del cuento de terror. Con el habitual adornamiento, "Tres noches y un crepúsculo" es la apuesta decidida de Cotrina por crear una nueva mitología dentro del horror gore, sirviéndose de unos personajes y una trama no apta para estómagos sensibles. Un satisfactorio ejercicio de un autor que a pesar de sus éxitos recientes (premios UPC y Alberto Magno) aún sigue buscando nuevos caminos.
Antes de ofrecer un respiro, la antología se sumerge en los delirios obsesivos del protagonista de "El efecto Kierkegaard-Pennebaker", un relato claustrofóbico de Carlos F. Castrosín que ofrece algunos misterios y respuestas sólo sugeridas en breves detalles. Efectivo estilo al servicio de una historia repleta de incógnitas que queda aparcada en espera de su conclusión real, y a la que sigue una breve toma de aire que casualmente viene dada por la mano de un prometedor autor novel, Alain Ochoa, quien recrea en "La torre", de manera agradable y efectiva, un mágico cuento de licantropía y amores perdidos.
En el penúltimo cuento, "Cualquier noche puede salir el sol", un ciberpunk espléndidamente ambientado, Manuel Diaz Román no logra concretar sus interesantes propuestas debido a una marcada precipitación que transforma lo que podía haber sido uno de los principales logros del año en un relato con buena nota. Y para cerrar este ASE vol. 4, una memorable elección, ya que la creación de Félix J. Palma remata de manera magnífica, con inteligencia y humor, esta interesante antología. "Morir en tu bañera y otras lamentables casualidades" es uno de esos cuentos que uno no llega a olvidar y que de haber tenido un final más consecuente con el desarrollo -el que tiene ya lo es bastante- podría haber pasado por el mejor del año.
En suma, lo que viene a demostrar esta colección de relatos escritos en y por gente de nuestro país es que contamos con autores solventes a la hora de pasar sus ideas al medio escrito, aunque lleguen escasas veces al difícil logro de la excelencia, y que en cuanto a la apetencia de géneros, el terror y la fantasía son más llamativos (o más fáciles, a saber) para los escritores actuales que la ciencia-ficción. Hay que aceptarlo.

Artifex 5

Nuevo siglo, nuevo milenio, y el Apocalipsis sigue empeñado en hacernos esperar. Quien no ha faltado a su cita es el nuevo volumen de esta popular antología fantástica española. Una nueva entrega de Artifex Segunda Época que presenta nueve aportaciones de temática variada y autorías diversas, además de una introducción en extremo interesante. Lejos de pontificar, los editores se limitan a señalar un asunto que algunos ya teníamos bastante claro: en el mejor momento de la historia del fantástico español, la madre del cordero, la ciencia-ficción, corre el riesgo de quedarse descolgada. La falta de motivación, pericia o vayan ustedes a saber qué está provocando una mixtificación e incluso omisión de un género que, sin embargo, es el de más calado entre los aficionados a la literatura de lo extraño. Víctima de los tiempos del mestizaje y la abulia producida por el exceso tecnológico, la ciencia-ficción comienza a boquear de manera peligrosa, ya sea por falta de imaginación en los países anglófilos o por poca presencia en el nuestro, donde, además, lo poco que hay se adscribe al omnipresente subgénero ciberpunk. Échenle un vistazo si no a las distintas colecciones de cuentos que por aquí solemos reseñar.
Entrando en materia, este volumen esgrime la siempre esquiva bandera de la regularidad. Si bien la calidad individual de los cuentos es ligeramente inferior a la de números anteriores, la valoración media que se puede extraer del conjunto es uniforme, sin grandes altibajos. Las inquietudes estilísticas siguen primando sobre las ideas de fondo, en algunos casos con resultados francamente sobresalientes, como en el borgiano cuento de Lorenzo Luengo "La paradoja de Barthes", un divertimento que homenajea al maestro argentino con habilidad. Al contrario que en "La piel que te hice en el aire", de Rafael Marín, una ñoña tragedia de amor homosexual carente de diálogos en la que de nuevo vuelven a ser más importantes sus conocimientos del decorado, en este caso la "movida" madrileña, que el entramado fantástico que, todo sea dicho, es interesante pero no aparece hasta ya bien pasadas las primeras veinte páginas.
Dos sensaciones contrarias se dan cita en un mismo relato. En "El hombrecillo de la maceta", Alejandro Carneiro logra una de las dos notas más altas de este volumen gracias a las divertidas andanzas de un liliputiense urbano y su atolondrada casera, pero la irritante ausencia continua de cierta preposición logra sacar al lector de sus casillas aún más que el citado enano.
Sendos escritores habituales de esta colección dejan una vez más buen sabor de boca con sus aportaciones. Ramón Muñoz vuelve a demostrar con su habitual eficacia que es un autor de propuestas interesantes, aunque en "Bajando", historia de interrelación entre especies inteligentes, prometa más de lo que finalmente da. Eduardo Vaquerizo presenta en el interesante "Soñando del revés" un ciberpunk camuflado, con el ciberespacio transformado en un entorno onírico de aspecto semejante.
Cuatro cuentos más cierran este número cinco de ASE. El dickiano y satisfactorio "Cuerpos", de Pedro Pablo García May; el quizá demasiado conciso "Ojos aguamarina", de Julio Septién; "La mansión de los umbrales infinitos", un Cube literario de José Carlos Canalda, más interesante en su final que en su comienzo, y "Obra maestra", del jovencísimo Francisco Ontanaya, una versión del Mantis benfordiano trasladada a términos humanos que maneja de manera confusa los tiempos de la narración.
Una antología que, como siempre, acerca al lector a la realidad del fantástico español actual, y que, también como siempre, le deja a la espera del próximo número, allá por la aún lejana estación otoñal.

Framauro 2

Nadie puede poner en duda que el género fantástico patrio vive actualmente uno de los mejores momentos de su historia, si no el mejor. Una de las principales causas de este hecho es, seguramente, la publicación de numerosos fanzines y antologías de cuentos con capacidad para aglutinar tanto a jóvenes autores noveles como a veteranos valores ya consagrados, algo que ha repercutido de manera exponencial en la cantidad y calidad de escritores hispanos. Con lo que ya parece el formato oficial aceptado por toda antología de género fantástico que sale a la calle en nuestro país (o sea, el formato de Artifex Segunda Época), y presentado con una maravillosa ilustración de portada, el segundo volumen de Framauro, compuesto por diez cuentos y un artículo, muestra una notable irregularidad en cuanto a su contenido. Lo bueno alterna con lo muy malo e incluso lo sorprendente, como lo es el hecho de que el propio editor decida sumar un relato propio al conjunto.
Entre lo mejor hay que anotar la aparición de un joven valor, José Mª Bravo Lineros, que en "La huesa" construye con humildad y sin efectismos un relato muy directo sobre un terrorífico descubrimiento realizado por un adolescente dentro de un ambiente semirural. Constituye sin duda la mejor aportación junto a la de Eduardo Vaquerizo, prolífico cuentista habitual del fantástico, quien en esta ocasión recrea en "Agua mineral" una historia plena de sensualidad, de notable atmósfera romanticista, que se transforma en algo insospechado y terrorífico y que sirve de vehículo para que el madrileño muestre su habitual gusto por la búsqueda de extrañas naturalezas ocultas del ser humano. Inexplicablemente, Vaquerizo decide cambiar de protagonista en la última página, lo que estropea en cierta manera (aunque no decisivamente) el cuento. Cosa que también ocurre con el relato de Eugenio Sánchez Arrate. El humor soterrado del que hace gala y la maravillosa ironía final logran que el excesivo parecido de superficie que muestra este "El corazón del ensela" con el famoso "Besos de alacrán" de León Arsenal no resulte finalmente significativo. Divertida historia de pasiones mortales y puntos de vista distintos, constituye además un extraño y magnífico (permítanme hacer proselitismo) oasis de ciencia-ficción en la actual producción de nuestro país, volcada casi en exclusiva hacia la fantasía y el terror.
Armando Boix y Pedro Pablo G. May ofrecen dos historias también interesantes de resultados opuestos. Mientras el primero logra levantar gracias al ocurrente final su "Trampa para almas", el segundo estropea la interesante distopía "On-line" a causa de la cargante utilización de un artificio narrativo nada satisfactorio al final de la historia. Se pueden contar, no obstante, en la zona positiva de la antología, al igual que "Si la memoria sirve", relato de Jack Ketchum en el que pedofilia y satanismo se unen con un macabro resultado.
Los puntos oscuros de este volumen los constituyen las aportaciones de Ángel Torres Quesada, cuyo "El trovador" no pasa de ser un capitulo simplista mal trabajado, Esteban Matesanz, que con un estilo repetitivo recrea en "La casa del bosque" una historia vacía y mal ordenada, y el propio editor, Raúl de la Cruz, quien regala al lector una colección de diálogos con un fondo muy trillado bajo el título de "Creación".
La antología concluye proponiendo al lector una esforzada inmersión en el engrudo estilístico que da vida a las dos aportaciones de Julio Ángel Olivares. "Umbría Goetia de los desamparados", cuento que demuestra la querencia del autor por lo barroco más que por lo gótico, da paso a un artículo espeso hasta la exageración, titulado "Trece puertas al vacío", que oposita con firmeza a instalarse como nueva acepción del término afectación en el DRAE.
En definitiva, este segundo número de Framauro es una significativa muestra del incesante movimiento que el género fantástico (últimamente, fantasía y terror) está produciendo en los últimos años en nuestro país, y de las distintas calidades que lo conforman. La nota final, a pesar de todo, es positiva, y bastará que los editores intensifiquen tanto el trabajo de corrección ortográfica y sintáctica como la exigencia del tamiz de selección para que Framauro se convierta con el tiempo en una antología imprescindible.

Asimov 5

El enésimo intento de publicar en nuestro país Asimov's, la afamada revista norteamericana dirigida por Gardner Dozois, parece que por fin va a ser coronado por el éxito gracias a la más que aceptable edición realizada por ediciones Robel. Junto a los restos de la anterior versión, ofertada en paquetes de a dos con precio reducido, se pueden encontrar ya, en un lugar más lucido de la misma librería, siete números de esta nueva etapa de cadencia mensual y formato al uso, incluido el lomo estilizado. Los responsables de su adaptación al español y colaboradores siguen siendo prácticamente los mismos que en alguna ocasión anterior: históricos como Miquel Barceló, Luis Vigil o Domingo Santos, que esta vez parecen haber dado con personas capaces de llevar a buen puerto una publicación decente que respete al lector, es decir, al que paga, por encima de todo. (Y en estos momentos, pensando en el affaire PulpEdiciones, añadiría también, como condición fundamental, que respete la legalidad.)
El quinto número, con varios meses de travesía ya recorrida, constituye una excelente oportunidad para enjuiciar la calidad de la nueva acometida a un proyecto conducido en tiempos anteriores, con reiteración, al fracaso. Y no sólo para eso, puesto que la lectura de este más que satisfactorio volumen sirve también para dar cuerpo a una serie de reflexiones en torno a la situación actual de la ciencia-ficción en España, en las que entraré más abajo.
Aunque el principal valor de la revista procede de la serie de relatos de diversa extensión, mezcla de los provenientes del original norteamericano y de los seleccionados de entre los más significativos autores de nuestro propio país, también se recogen, además del editorial, otras secciones breves dedicadas al libro, película y DVD del mes, respectivamente. Las habituales páginas dedicadas al correo de los lectores y un artículo fijo mensual escrito por Robert Silverberg (Reflections, al igual que otras muchas secciones de la revista madre, colgado gratis aunque en inglés en la página oficial de Asimov's en Internet) completan el corpus habitual de la revista, que en este quinto número cuenta con dos novelas cortas y cuatro cuentos.
"Tierra de residuos" fue publicado tras la muerte de Charles Sheffield, hace poco más de un año. Se trata de una novela corta (aunque esto de las longitudes siempre es discutible) de tono detectivesco e indiscutiblemente asimoviana, entretenida pero fácilmente olvidable, que no llega a la altura que suelen ofrecer las novelas de quien fue un maestro en el hard accesible, siempre divertido e inteligente.
"El pregonero" es otra novela corta que propone, al igual que la anterior, una historia de investigaciones y criminales. Aunque John Varley crea un argumento más oscuro y descarnado, y un final con ciertos toques de ingenio, el resultado global no supera el listón de lo destacable.
"Apto para el Oriente", de Karen Traviss, sirve para evidenciar un aspecto de las envidiadas revistas de cf norteamericanas que raras veces se ha tenido aquí en cuenta a la hora de realizar comparaciones. Y es que sus famosísimas publicaciones también rebosan de relatos de dudosa calidad, pobres en ideas y conceptos literarios, que, de haber sido escritos por un escritor autóctono, difícilmente habrían visto la publicación en nuestro país. Debido al gran número de publicaciones actuales, comenzamos a ver las narraciones que alimentan a las grandes del otro lado del océano, y algunas provocan incluso perplejidad. Como en este caso, en que sorprende la elección hecha teniendo posibilidades mucho mejores que esta trasposición de un western de inocencia empalagosa que, además, incluye mensaje. Colonos humanos pérfidos e indígenas incomprensibles, pero humanamente bondadosos, en las praderas del nuevo mundo. O lo que es lo mismo: por favor, salven a los indios.
El relato de Stephen Baxter "Territorio de cría" se inscribe en su serie del universo Xeelee (pronuncien bien, por favor). Es un excelente cuento hard de universo interior en el que, como curiosidad, el artefacto a recorrer está vivo. Pero sin duda el mayor atractivo reside en esa humanidad futura que describe por medio de un puñado de refugiados, una humanidad expansionista que ha asumido su rol con todas las consecuencias. Aunque varios de los cuentos incluidos en la serie han sido publicados por diferentes revistas españolas, las distintas editoriales siguen sin animarse a traernos ninguno de los cinco libros (cuatro novelas y una colección de cuentos) que la componen y en los que se desarrolla, desde un punto de vista hard, la historia de la humanidad hasta el fin del universo, un lapso de tiempo de gran atractivo para cualquier lector del género.
"16 de junio en Anna's", de Kristine Kathryn Rusch, es sin duda la sorpresa de este volumen, una de esas pequeñas joyas que se suelen encontrar inesperadamente. En pocas páginas, toca tangencialmente la tragedia del 11S y demuestra en una emotiva historia la verdad universal de que el pasado es imposible de recuperar, y que la tecnología no puede aportar más que sucedáneos a la realidad; en definitiva, que no hay curas artificiales para las enfermedades del alma.
Por último, la aportación española en este número es responsabilidad de José Antonio Cotrina, quien en "La niña muerta" vuelve a deslumbrar con su habitual riqueza estilística, plena de metáforas y elegantes adjetivos. Quizá en esta ocasión Cotrina no acierta con el tempo de la narración, que cerca de su ecuador pide un desarrollo final de mayor premura que el concedido por el vitoriano, pero es innegable una vez más que en sus manos reside actualmente una de las mayores capacidades literarias de nuestro género. Claro que la pregunta es, ¿de qué género?
Como adelantaba al principio de esta crítica, este número de Asimov se presta a otras consideraciones, que vienen dadas precisamente por la inclusión de este último cuento en la revista. Sin duda, el loable afán de presentar a sus lectores los mejores relatos de la producción española es lo que ha movido a sus responsables a publicarlo, ya que se trata del último premio Domingo Santos. El problema es que "La niña muerta" no es ciencia-ficción, y eso es ciertamente chocante en una revista que se declara, a diferencia del resto, exclusiva de ese género. En realidad, no es más que otro síntoma de la realidad literaria española que se viene arrastrando desde hace años. No nos cansamos, unos y otros, de repetir que este es el mejor momento de la ciencia-ficción en nuestro país, algo que si bien es innegable en cuanto a la edición de obras extranjeras, es al menos discutible si nos referimos a la producción propia, centrada especialmente en una suerte de fantástico patrio que ha ido adquiriendo variados matices en manos de los nuevos (y no tan nuevos) valores.
Tal es la escasez que incluso los principales antologistas han llegado a reunir bajo el epígrafe de ciencia-ficción relatos pertenecientes a esa desviación castiza de la fantasía bautizada como "cachava y boina" (¿no sería más pertinente, por cierto, llamarla "cayado y boina"?). En resumen, que el gran momento actual se sustenta más en la fantasía que en la ciencia-ficción, una realidad que debería obligarnos a los que amamos especialmente a esta última a seguir apoyándola y promoviéndola con todas nuestras fuerzas. Por ejemplo, comprando una buena revista como Asimov.


Todas las reseñas anteriores aparecieron publicadas originalmente en Bibliópolis, crítica en la red.