miércoles, 19 de mayo de 2010

Robert J. Sawyer. Factor de humanidad

Como muchos de ustedes ya sabrán, Flash Forward, la serie de televisión basada en el libro de Robert J. Sawyer titulado Recuerdos del futuro, ha sido cancelada en su primera temporada. Y la noticia me ha venido al pelo. Tenía yo aún, pendientes de subir al blog, algunas reseñas antiguas de distintas novelas suyas, así que me ha parecido que esta era una buena ocasión para airear alguna de ellas. La decisión de cuál iba a ser la agraciada la ha resuelto un artículo de Julián Díez titulado "Los auténticos derechistas de la cf", subido recientemente a Prospectiva y motivo de un largo hilo de comentarios.
Creo que, a veces, más que la totalidad de la novela son los detalles, algunas pequeñas tramas y situaciones, las que dejan en evidencia la auténtica ideología del escritor. Cuando recuerdo Factor de humanidad, por ejemplo, no es la ficción científica la que acude a mi memoria, sino la propuesta sonrojante por parte de Sawyer de una ocurrencia que podríamos equiparar a la infausta Ley Corcuera, aquella famosa propuesta de "patada en la puerta" con la que el denostado Ministro del Interior se retrató a sí mismo y a parte de su partido (sí, lo de la derechización de la presunta izquierda no es una cosa exclusiva del momento actual. De hecho, forma parte de una larga tradición).
En provecho de algunas ciudades y los afluentes que las riegan, aquí tienen la reseña.


A menudo, las cosas no son lo que parecen. La portada de esta novela, por ejemplo, asegura que en su interior se encuentra el heredero directo de Michael Crichton; la contraportada exhibe un breve texto promocional que bien podría pasar por la sinopsis de la ya archifamosa Contact, de Carl Sagan; la ilustración de cubierta, en un inusitado guiño (de dudoso gusto) al lector, muestra la imagen de una niña que tiene pájaros en la cabeza. En las páginas del libro, en realidad, sólo se encuentran lejanas referencias a todo lo que estas pistas anuncian.
Factor de humanidad, novela cuya principal virtud reside en un estilo narrativo fácil y de agradable lectura, es más deudora de los culebrones televisivos que de los referentes antes mencionados. Estamos, en teoría, ante una novela de primer contacto que aborda el sobado tema del mensaje espacial y su laboriosa decodificación, y que incluye en su argumento el consabido aparato maravilloso de origen alienígena. En un plano Factor de humanidad, de Robert J. Sawyersecundario, una familia con problemas aporta ese toque de humanidad tan al uso en el género hoy en día. Las dos líneas argumentales confluyen en un final que anticipa un nuevo y decisivo paso para toda la raza humana. Todo lo anterior, repito, dentro de un análisis teórico, porque la realidad es otra muy distinta.
Esta novela, en puridad, no es otra cosa que un empalagoso melodrama en el que una madre lucha denodadamente para conocer la verdad sobre un asunto escabroso: los abusos a los que su marido presuntamente sometió a sus hijas cuando éstas aún eran pequeñas. A eso de las cien páginas, más o menos, aparece la trama secundaria, un mensaje extraterrestre, que resultará providencial para desentrañar el importante misterio familiar, y de paso, salvar al mundo de la iniquidad. La intensidad del drama familiar, más propio de un telefilme de sobremesa que de un libro de ciencia ficción, prepondera y hace que todo el contenido genérico se arrincone en una sola idea. El concepto de la supermente colectiva y su posible papel en un primer contacto es realmente interesante, pero, debido a su papel de segundón en la historia, no supone más que un mero artificio a través del cual llegar al auténtico objetivo del escritor, que no es otro que demostrar que la familia unida jamás será vencida.
Lo peor de todo es que, además, Sawyer hace apología de la violación total de la intimidad como medio válido para descubrir la verdad, dando por sentado, de manera muy inocente, que a la víctima tal abuso no le importará, que no lo tendrá en cuenta si eso le exculpa de toda acusación. Sawyer expone, con total naturalidad, los beneficios de entrar en la mente de cualquier persona si ésta es sospechosa de haber cometido algún crimen. Una premisa más propia de famosos ex-ministros de nuestro país que de un autor de ciencia ficción cuyo apellido no sea Heinlein. Las dos líneas argumentales, salpimentadas con breves referencias a la cuarta dimensión, la enésima amenaza de seres mecánicos, Carl Gustav Jung y divertidos chascarrillos sobre Star Trek conforman este cuento alargado al que, a pesar de sus escasas trescientas cincuenta páginas, acaban sobrando más de cien, por carentes de contenido, que no por aburridas.
Se demuestra, una vez más, que no todas las novelas de fácil lectura tienen por qué ser buenas novelas. Factor de humanidad es un producto para entretenerse unas horas (si es que las más de trescientas (300) erratas que contiene la edición de La Factoría de Ideas no molestan a quien lo consuma) y olvidarlo en menos tiempo todavía. Aunque existe otra opción, la de tomárselo todo a broma, como ha hecho el responsable de otorgar a este libro la ilustración que decora su cubierta.


Reseña original publicada anteriormente en Bibliópolis, crítica en la red

martes, 18 de mayo de 2010

William Gibson. País de espías

En esta página de Prospectiva, el portal dedicado a la ciencia ficción, pueden encontrar el último texto escrito por mi más afamado álter ego. Se trata de una modesta crítica de Fin, la magnífica novela de David Monteagudo. Como celebración de un hecho tan relevante, les ofrezco a continuación otro texto que el ínclito reseñador aportó anteriormente a Prospectiva.


William Gibson ha pasado en pocos años de predecir con acierto nuestro futuro a anticipar nuestro presente. No ha sido un cambio muy brusco, pues en su visionaria prosa ambos presentan un rostro semejante. El norteamericano es el mejor descriptor actual de las nuevas inquietudes culturales nacidas de la revolución informática, un lector certero del espíritu de estos tiempos impredecibles a los que Internet, la versión primigenia de su ciberespacio, nos ha conducido. En realidad, su narrativa sigue enfocada al futuro cercano, en la actualidad indistinguible del presente, de modo que su escritura parece adquirir en ocasiones apariencia de cálculo diferencial.
Gibson está “al loro”, sabe lo que se cuece, sabe cómo extraerle usos imaginativos a nuestra cotidianeidad y a sus nuevas tecnologías. Si en su día fue capaz de prever el futuro de la Red, antes incluso de que ésta existiera, ahora, de forma más modesta, sigue imaginando usos nuevos pero posibles de la tecnología aplicada al arte. Y es en esa dirección en la que ha volcado sus esfuerzos creativos en esta última trilogía, formato usual en su narrativa, dedicada al tiempo presente. El “metraje” de Mundo espejo y el “arte locativo” que aparece en País de espías son conceptos artísticos realizables con las actuales tecnologías. Sus usos también. Gibson, además, sabe aplicar su original mirada a otros niveles, remodelando, por ejemplo, los géneros literarios que visita. Si en sus anteriores tercetos, las trilogías del Ensanche y del Puente, supo dar un carácter prospectivo al noir, en esta ocasión aplica el mismo principio al thriller de espías. Su visión acertada y anticipativa sustituye el núcleo que alimentó a ese género en las pasadas décadas de los 80 y 90, el fantasma de la vieja Unión Soviética y sus corrompidos restos, por elPaís de espías, de William Gibson nuevo orden mundial abierto tras el 11-S. En la anterior novela ya lo apuntaba, pero es en ésta donde se hace patente la reinvención de lugares comunes recientes, como por ejemplo la figura del viejo espía jubilado.
Los caducos y a priori inservibles ex-agentes del KGB que trufaban, bajo una perspectiva crepuscular, las novelas de la pasada década son relevados aquí por agentes jubilados comprometidos con el mundo post 11-S, con la guerra antiterrorista y sus secuelas, con el nuevo e inestable mapa político y económico del nuevo siglo. No extraña la consideración que se ha dado a esta novela como precursora del post-post 11-S, puesto que apunta directamente hacia la situación creada por la actitud neoconservadora de la administración Bush ante el terrible atentado terrorista. Mucho de lo que pasa en la trama, la cuestión de fondo incluso, está relacionado directamente con el desmadre del capitalismo usurero y corrupto destapado por la reciente crisis financiera mundial, un efecto no colateral, sino directo, del antiterrorismo.
En esta novela el talento visionario de Gibson sigue brillando en todo su esplendor. El literario, sin embargo, parece dar muestras de cansancio. La decisión de dividir el desarrollo de la acción en tres tramas, alejadas inicialmente, pero encauzadas hacia una confluencia en los capítulos finales, no parece muy acertada. Hay una notable diferencia de velocidad, de ritmo e interés entre ellas. La historia que protagoniza Hollis Henry y su reportaje sobre el arte locativo es, de largo, la más atrayente y la que mejores momentos gibsonianos contiene. La trama del cubano Tito y sus orishas, sobrante en varios aspectos, y la del yanqui Milgrim y su captor, en una suerte de tournée por los hoteles de América (para conocer la obsesión de Gibson con el tema échenle un vistazo a su blog), adolecen de una morosidad que perjudica en parte el ritmo de lectura. Las descripciones siguen siendo el plato fuerte de la narración, siempre bajo el registro inimitable y personal de Gibson, aunque esta vez se presentan en un estilo menos dislocado de lo habitual. Las construcciones gramaticales, más ordenadas que en sus obras canónicas de ciencia ficción, podrían provenir de una depuración estilística voluntaria o ser producto, sencillamente, de la mano de los nuevos traductores. Me temo que este humilde reseñador es al cabo incapaz de clarificarlo.
La impresión final, para quien haya leído casi toda la narrativa gibsoniana, es de cierta decepción por una novela floja, que cuenta además con un final algo tontorrón, un anti clímax que deja más sensación de episodio piloto televisivo que de novela cerrada. Nada inesperado, en todo caso, pues con Gibson siempre fue más importante el viaje que el destino final, las letras de sus textos como genial crooner de nuestro tiempo que el desenlace de sus historias. Esperemos, pues, que la próxima novela, que debe cerrar esta trilogía, sea mejor que País de espías, probablemente la peor de su currículum.



La versión original de esta reseña fue publicada en Prospectiva.