jueves, 13 de octubre de 2011

La nostalgia


Todos los domingos a la salida de misa, las señoras del barrio, dechado de virtudes cristianas, llevan a cabo la misma rutina. Bajan la escalinata, se acercan hasta el final de la calle y le hacen una sugerencia a la florista: “Mercedes, póngase en la puerta de la iglesia, que sacará más”.
La anciana, por costumbre, les sonríe y mueve la cabeza. Prefiere mantener su puesto de flores en la esquina, junto a la cafetería, pues hay algo que ellas ignoran. Los fines de semana, mientras se oficia la homilía, un camarero piadoso le acerca una taza de té y una bandejita con pastas. Allí, durante unos minutos, guarecida del presente entre fragancias y colores, la anciana revive una vieja costumbre y escucha, con los ojos húmedos, los ecos del ayer. A su mente acuden imágenes de un suntuoso pasado y del fatuo amor que lo destruyó.
Mercedes las mira, pero jamás contesta. No se moverá de allí. Ellas, tan bien vestidas, tan adornadas, no pueden entenderlo. Cómo explicarle a aquellos que no han sufrido, a los que siempre vivieron en la abundancia, que el hogar de quien todo lo ha perdido se encuentra en sus recuerdos.








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