miércoles, 30 de noviembre de 2011

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Aunque me hubiera gustado incluir más reseñas de sus libros y algún texto sobre las películas, el tiempo no da para más. El mes acaba aquí, y este pequeño homenaje al gran Philip K. Dick también. Es lo malo que tiene el marcarse plazos: al final uno se ve obligado a cumplirlos. Esto no quiere decir que Dick no vuelva a aparecer en Literatura en los talones. Su obra es infinita, se vuelve a ella una y otra vez porque en su interior bullen cuestiones universales. En su búsqueda del trasfondo de la realidad, la narrativa de Dick ofrece una alternativa a la religión como principal intérprete de nuestra existencia, propone una nueva forma de acometer la eterna búsqueda del elusivo sentido de nuestra presencia en el mundo. Tengo la impresión de que apenas hemos empezado a vislumbrar la influencia ejercida por Dick, y que conforme avancen los años, más crecerá su impronta. Ya sea directamente o con el propósito de valorar a alguno de sus epígonos, lo dickiano volverá a visitar estos lares. Seguro.
Como despedida, es obligado terminar este mes tan especial revisando una novela que, si bien no se encuentra entre lo más granado de su obra, resultó crucial para la popularidad posterior de Dick. No a causa de sus virtudes literarias, sino por ser la base de la que partió Blade Runner, una película que en su estreno pasó casi desapercibida, pero a la que el paso del tiempo ha barnizado con una pátina de inmortalidad. Tanto es así, que de un tiempo a esta parte resulta prácticamente imposible encontrar esta novela con su verdadero título, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, usualmente desplazado por el de la versión cinematográfica. Con esta reseña, que alude a ambos órdenes, el cinematográfico y el literario, se cierra el ciclo que este blog ha dedicado a Philip K. Dick a lo largo del mes de noviembre.





Permítanme que les haga un breve recordatorio de algunas de las novelas escritas en castellano estos dos últimos años, todas ellas publicadas en editoriales generalistas. Los muertos, de Jorge Carrión, en Mondadori, reúne a Roy, Pris y demás Nexus 6 en lo que viene a ser una especie de más allá poblado exclusivamente por personajes de ficción; Tan cerca de la vida, de Santiago Roncagliolo, en Alfaguara, narra la historia de una suerte de androide que no sabe que lo es y que se enamora de otra androide entre claras referencias intertextuales a la figura del Nexus 6; Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero, en Seix Barral, presenta como protagonista a una replicante cuya caducidad la sume en los lógicos problemas existenciales. Más allá de la referencia directa, otros autores españoles, como Pablo Tusset o Javier Avilés, homenajean de un modo u otro a Blade Runner en sus últimas obras.
Aunque he presentado el ejemplo local para que fuera más significativo, este fenómeno referencial no es exclusivamente español, sino planetario. Y no sólo abarca la literatura, sino que ha marcado a otros medios como el del cómic, y obviamente aún más, a los que exigen una pantalla para su disfrute. La película dirigida por Ridley Scott se cuenta, sin duda, entre las más influyentes de los últimos 25 años. La fascinación que produce ha marcado no sólo a la generación que la vio nacer, sino a todas las posteriores. Sin embargo, esa fascinación no ha motivado a la mayoría de prosélitos para acudir directamente a la fuente, a leer la novela de la que Blade Runner procede. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, a pesar de haber sido adaptada reciéntemente al cómic, y tal como señalan con pesar los guionistas que han escrito los textos prologales de sus capítulos, escritores de la talla de Warren Ellis o Ed Brubaker, sigue siendo una novela desconocida. Una auténtica lástima, pues se trata de una oportunidad única para conocer de primera mano en qué consiste, en general, el proceso de la adaptación cinematográfica.

El futuro. La falta de recursos naturales en la Tierra ha obligado al hombre a colonizar otros planetas, y para trabajar bajo sus duras condiciones ha creado réplicas de humanos conocidas como andrillos. Rick Deckard es un cazador de bonificaciones que caza réplicas de hombres que han huido de las colonias para vivir como verdaderos humanos. Una tarea que se complicará cuando tenga que dar caza a una nueva generación de andrillos, los Nexus 6, lo que le hará comenzar a dudar de su propia humanidad.

Las diferencias entre el filme y la novela son tantas que se puede hablar perfectamente de obras distintas, y no sólo por la variedad del medio. Tanto las historias de fondo como el tema central que tratan son disímiles. Los cambios en el guión responden más a la intención de crear un producto nuevo, diferente a la obra de la que parte, que al deseo de mejorarla. Algunos son bastante arbitrarios, como la elección de los nombres. Si en algunos casos se respetan los originales, en otros son completamente distintos. Podría tratarse de una mera cuestión eufónica, pero cuando se compara Rossen Association con Tyrrell Corporation, J. R. Isidore con J. F. Sebastian, o Polokov y Luba con León y Zhora, no se le encuentra mucho sentido al cambio. Sobre todo si tenemos en cuenta que Roy, Pris, Deckar y otros tantos siguen llamándose de la misma forma.
La película original (la previa a las adulteraciones a las que posteriormente la sometería su director) ahonda en el concepto de mortalidad desde la metáfora. Utiliza la condición humana de su protagonista como punto de contraste con el que comparar el lamento existencial de los androides. La breve duración de los Nexus, su tragedia vital, se enfrenta al personaje especular que es Deckard, obligando al espectador a mirarse en un espejo que le invita a reflexionar sobre su propia condición mortal. De la misma forma, las preguntas que el androide Batty le hace a su creador son las mismas que se hacen los seres humanos. O al menos los creyentes que, en la misma línea que el Nexus 6, se muestren menos sumisos: ¿por qué crear a un ser condenado a una vida tan corta? ¿Por qué esa crueldad? Para los no creyentes, en su condición de creadores directos de otras vidas, la pregunta es aún más incómoda.
La novela, sin embargo, toca ese tema de refilón. La caducidad de los andrillos es la misma, cuatro años, pero casi no hay referencias a ella. No es ese el tema principal, sino la empatía como elemento diferenciador. Lo que la obra literaria plantea es una cuestión de índole algo distinta: ¿qué nos hace humanos? Hay un momento del libro en el que Deckard, un cazador de bonificaciones cuyo trabajo consiste en sacar de la circulación a los androides, se pregunta si no será él también un andrillo. Le preocupa la relación empática que a raíz de acostarse con una de ellos ha empezado a sentir por los Nexus. En definitiva, que empiece a considerarlos humanos le hace preguntarse si no será uno de ellos, pero a la vez, sus sentimientos hacia ellos son precisamente los que le afirman como humano, pues los androides no tienen capacidad empática.
La Tierra de la novela, al contrario que sucede en la película, está casi despoblada. El polvo radiactivo dejado por la Guerra Terminal ha provocado que la mayoría de la gente haya huído a las colonias, y que los pocos que quedan apenas salgan a la calle. Algunos viven en los suburbios, en edificios vacíos. Los animales, que en la película sólo están presentes simbólicamente, tienen un gran peso en la trama. Tener uno es un signo de distinción, que aumenta si el animal es de verdad, no artificial. Curiosamente, todo en ese mundo parece ser eso, artificial. El Amigo Buster, locutor de moda es, seguramente, un androide. Mercer, el nuevo mesías de esa sociedad, no es más que un truco rodado en un estudio. O quizás sea eso lo que intenta hacer creer el locutor, precisamente para desligar a los humanos de su religión empática.
Todo en la novela remarca la capacidad emocional del ser humano como hecho distintivo. El Penfield, un órgano de ánimos programable, permite al usuario cambiar su estado por otro distinto. El humor de Dick, presente en todas sus obras, se deja notar en la denominación de programas como "deseos de ver la televisión, no importa lo que haya" o "reconocimiento satisfactorio de la sabiduría superior del marido en todos los temas". Y en la proliferación del kippel, esos desechos diarios, generalmente inorgánicos, que invaden nuestras casas y se reproducen por sí mismos hasta llenarlo todo.
También la religión está centralizada en el potencial de la emoción. El mercerismo está basado en la historia de un individuo pretendidamente especial, Wilbur Mercer, quien, se asegura (en una historia que podría ser tan falsa como la del Nuevo Testamento),  tenía ya en su infancia la capacidad de resucitar a los animales muertos. Tras su sacrificio y resurrección, vive en una realidad virtual a la que se accede mediante una caja negra de empatía. Los humanos se enganchan a ellas para intercambiar su estado emocional con los demás en una suerte de catarsis global a la que acceden mediante la representación del ascenso entre pedradas a una montaña, un presunto episodio del pasado de Mercer. Deckard la experimentará en última instancia sin necesidad de hacer uso de la máquina.
Ese final es consecuente con gran parte de la producción de Dick. Si uno trata de atar todos los cabos, epifanía final incluida, le va a ser difícil hacerlo con éxito, sobre todo en lo concerniente a Mercer. Los últimos pasajes parecen esconder una realidad oculta, y la imagen de un sapo encontrado por el protagonista en el desierto bien podría esconder una explicación alternativa. Al igual que el clásico final de Ubik, éste no casa bien con la lógica de la narración, pero potencia las implicaciones de la historia dotando a la novela de una segunda lectura, curiosamente la misma que ha estado obsesionando al director Ridley Scott a lo largo de todos estos años, forzándole a retocar una y otra vez la película.
En el aspecto negativo cabe señalar que la novela adolece de una pequeña disfunción estructural. La aparición a mitad de libro de una subtrama alterna insospechada rompe el ritmo de lectura. La visita de Deckard a una comisaría de existencia improbable significa un giro inesperado en la trama que estira demasiado la suspensión de incredulidad. Por otro lado, el tema de fondo, los personajes y el mundo descrito gozan de un atractivo singular. Puede que esta obra no se cuente entre las mejores de Dick, pero como ocurre con tantas otras de su bibliografía, presenta suficientes puntos de interés como para considerar su lectura más que notable. Por lo fenoménico y por sus valores literarios. Y por su actualidad. El trasfondo de la historia cobra una gran significación en estos tiempos que corren, tan dados a la incomprensión y el nihilismo. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? no es sólo el libro en el que se basó Blade Runner, es mucho más que eso.




lunes, 28 de noviembre de 2011

Philip K. Dick. Una mirada a la oscuridad

Hay novelas tan buenas entre las casi 40 escritas por Philip K. Dick y es tan grande la variedad con la que supo rodear su tema favorito, la realidad dudosa, que no sólo los meros aficionados, sino también sus exégetas dan respuestas distintas si les preguntas cuál es la mejor de entre todas las escritas por el norteamericano. Mi favorita es Una mirada a la oscuridad, a pesar de que otras cuantas me tienten bastante. Ubik representa el núcleo conceptual del ideario que a la postre le daría la popularidad, Valis recoge con primor el proceso de su metamorfosis mística, El hombre en el castillo supuso una revolución dentro del subgénero ucrónico, y obras como Los tres estigmas de Palmer Eldritch o Tiempo de Marte atesoran también bondades indiscutibles. Sin embargo, aunque todas esas novelas poseen trasfondos de inmensa originalidad y calado, creo que la que reseño a continuación las supera en cuanto a virtudes literarias.
Fue adaptada al cine hace unos años, aunque con un resultado un tanto insatisfactorio debido, en mi opinión, a la técnica de dibujo sobre imagen real empleada por su director Richard Linklater. Si bien hay otras novelas "espaciales" en las que el uso del rotoscopio hubiera servido para potenciar el escenario, en esta, que desarrolla una historia en la que lo importante no es el decorado sino los personajes y los diálogos, no me parece precisamente apropiado. La novela, de marcado cariz autobiográfico, muestra más de Philip K. Dick, la persona, que ninguna otra, y es una obra tan sincera y honesta que en su momento llegó, incluso, a emocionarme.



A principio de los 70, la relación de Philip K. Dick con las drogas se estrechó hasta alcanzar un punto crítico. Fueron tiempos difíciles para el iluminado de Chicago. La pancreatitis producida por el abuso de anfetaminas estuvo a punto de acabar con él. Al mismo tiempo, Nancy, su cuarta mujer, lo abandonaba llevándose con ella a la hija de ambos. Dick tocó fondo, dejó de escribir y se encerró en su casa de Santa Venetia junto con una caterva de amigos con los que compartía su adicción a las drogas. De aquel oscuro periodo de malestares, abusos y desgana existencial sólo dimanó un aspecto positivo, una obra soterradamente autobiográfica titulada Una mirada a la oscuridad.
La novela, publicada en 1977, ofrece una vívida panorámica del mundillo de la droga, especialmente del lumpen que se mueve a su alrededor. Narra las desventuras de un policía llamado Fred y su inmersión en el submundo del narco callejero bajo el disfraz del traficante Bob Arctor. Para eludir el riesgo de ser reconocido como agente de policía, Fred lleva un dispositivo de camuflaje en todas sus apariciones. Su capacidad de integración es tan buena que, debido a la degeneración que provoca en su cerebro la llamada Sustancia D, acaba vigilándose a sí mismo y disociando en su cabeza ambas personalidades.
Al escritor le importan más el factor humano, la convivencia y el día a día de los drogodependientes que el propio producto adictivo. Dick elude el protagonismo individual desde el principio y convierte a Bob Arctor, su alter ego, en un elemento más entre el grupo de personajes, retardando su entrada en acción. Aunque Dick trata de abordar sus recuerdos con objetividad, en el texto se traslucen una nostalgia oculta y una cierta amargura, acentuadas ambas por la escalofriante nota con la que el autor cierra el libro y en la que se incluye a sí mismo en una lista de lo que bien podrían ser "bajas de guerra". Una mirada a la oscuridad es una de esas novelas de carácter personal en las que el escritor vuelca algo muy íntimo página a página, experiencias que lo marcaron profundamente para el resto de su vida. Y al igual que sucede en otras obras de este tipo, como por ejemplo la magnífica Muero por dentro de Robert Silverberg, la ira y la indefensión acaban por dar paso, de forma irrevocable, a la resignación.
El soporte fantástico —una sociedad conformada en torno a una nueva droga— está supeditado a los verdaderos protagonistas, los personajes, y sólo cobra importancia en el desasosegante y emotivo final. Dick los recuerda con amor (al fin y al cabo, están basados en sus amigos y en él mismo), pero no hace concesiones y los expone al lector tal como existieron y murieron. Llegado el final, cruda y desesperanzada denuncia de un sistema corrupto, no puede evitar convertir a su sosias en un héroe y concederle la redención. Dick no trata tanto de expulsar sus fantasmas como de narrar algo que simplemente fue, que ocurrió y que ya es irremediable. Ahí están, todavía divirtiéndose, todavía sufriendo, personas reales a las que quiso, como Kathy Demuelle o Ray Nelson, y también los extraños sucesos de aquellos días, como la nunca aclarada entrada de fuerzas gubernamentales en su casa.
La cotidianidad yonqui, la influencia de las drogas en la sociedad y el desenfado casi reivindicativo con el que los protagonistas llevan su consumo, así como el efecto de perversión mental que produce en el policía infiltrado su contacto con el mundo de la calle, recoge influencias, por una parte de la corriente beat que imperaba en la época de gestación, a finales de los 60, y por otra de las posteriores películas setenteras que abordaron el tema desde una nueva perspectiva. Dick aporta su inimitable punto de vista e inyecta en su libro grandes dosis de paranoia, esquizofrenia, alucinación, obsesión y, en definitiva, duda de lo real. Y, por supuesto, añade su peculiar sentido del humor, brillante en las numerosas conversaciones entre los colegas, las cuales provocan en el lector más de una carcajada. Formalmente, la novela se abre también a la experimentación estilística, sumando a la narración habitual párrafos en alemán o líneas de diálogos teatrales que ayudan a potenciar los efectos alucinatorios de la narración.
Como siempre, esta creación de Philip K. Dick supone una sorpresa continua, una sensación de déjà vu inverso que se acrecienta con cada página. Dick abordó su obsesión, lo ilusorio de la realidad, con argumentos tan disímiles como originales. El tiempo ha pasado y ha permitido vislumbrar la genialidad en la obra de un escritor tan visionario como desequilibrado. Hoy, cuando el proceso de dickización recorre las artes narrativas, basta echar una ojeada a esta extraordinaria novela para encontrar, por ejemplo, a Quentin Tarantino en sus diálogos, a William Gibson en su atmósfera y, por supuesto, a Tyler Durden en la dualidad de su protagonista.
Lean Una mirada a la oscuridad. Encontrarán al Dick más personal y disfrutarán de una novela extraordinaria.


La versión original de esta reseña fue publicada en el nº 36 de la revista Gigamesh.

martes, 22 de noviembre de 2011

Criminal Blurbs





"Una novela impresionante. Me pareció haberla escrito yo mismo."


-Patrick Rothfuss, autor de El nombre del viento


...


Jamás habían hecho falta explicaciones en esta sección, ya que el delito siempre ha hablado por sí mismo. La única vez que me vi obligado a contarles por qué consideraba "criminal" el blurb (para quien aún no lo sepa, se denomina blurb a esa ingeniosa frase promocional, usualmente de autoría ajena, con la que la editorial intenta animar a la compra del libro), dejé la aclaración para una entrada posterior (ésta en concreto). En aquella ocasión, el elemento censurable procedía de una pésima traducción motivada por la corrección política, cosa que daba bastante juego y se ofrecía a un comentario más extenso. Esta vez, la cosa es mucho más simple, así que les hago partícipes del asunto en esta misma entrada.
En primera instancia, quizás les llame la atención el pequeño defecto de carácter al que apunta el contenido de esas dos frases. Semejante canto al ego sería por sí solo motivo suficiente para figurar aquí. Pero no, no se trata únicamente de eso. En este caso, el blurb resulta criminal no sólo para el libro, sino también para quien lo alabó. El problema vuelve a ser la traducción, que en esta ocasión no es tanto pésima como espuria. Vamos, que el error parece proceder de un acto voluntario, para que me entiendan. Si no, lean y comparen, y ya me dirán.

"Completely fricking awesome. This book pleased every geeky bone in my geeky body. I felt like it was written just for me."

Menuda diferencia, ¿verdad? En definitiva, lo peor del asunto es lo mal parado que sale el pobre Patrick. No sólo aprovechan su prestigio para publicitar un libro de otra editorial, sino que de rebote lo presentan ante el público como a un soberbio. Espero que al menos le hayan pagado bien.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Imágenes de cf. XII


"De todas formas, pensó Fred, hay algo que debo extraer de la cinta; esa frase crítica: «hacerse pasar por un agente». Una frase que también había sorprendido a los compañeros de Arctor. Mañana a las tres, decidió Fred, cuando vaya a la oficina, llevaré una copia —bastará la banda de sonido— y la discutiré con Hank, junto con alguna otra cosa que pueda obtener casualmente.
No deja de ser un inicio, pensó, aunque sea lo único que pueda mostrar a Hank. Es una prueba de que esta vigilancia constante de la casa de Arctor no es una pérdida de tiempo.
Es una prueba, reflexionó, de que yo tenía razón.
Esa observación fue un fallo, un desliz cometido por Arctor.
Ellos lo averiguarán, se dijo. Acecharemos a Arctor hasta que caiga, no importa lo desagradable que sea verle y escucharle. A él y a sus amigos. Esos compinches suyos son tan perversos como él. ¿Cómo he podido convivir con ellos durante todo este tiempo? ¡Vaya forma de vivir! Un absurdo sin fin, como había dicho uno de los otros agentes.
Vivir allí, pensó, en la oscuridad, la oscuridad mental... Y oscuridad, también, en el mundo exterior, en todas partes. Por culpa de esos individuos, del tipo de personas que son.
Cigarrillo en mano, volvió al lavabo. Cerró la puerta con el pestillo. Dentro del paquete de tabaco, bien escondidas, llevaba varias tabletas de sustancia M. Las sacó. Llenó un vaso de agua y se tragó las diez pastillas. Ojalá hubiera traído más. Bueno, se consoló, cuando acabe, cuando vuelva a casa, podré tomarme unas cuantas más."






lunes, 14 de noviembre de 2011

Philip K. Dick. Ubik

En la entrada anterior daba una lista de adaptaciones cinematográficas dickianas. Al parecer, me quedé corto, porque cuanto más investigo el asunto, más proyectos basados en los trabajos o incluso en la misma personalidad de Philip K. Dick me encuentro. Uno al que no me referí es, precisamente, la versión fílmica que en 2013 se pretende hacer de Ubik, obra capital que se cuenta entre la mejor producción de Dick, y  que es, en mi opinión, la que mejor representa el núcleo central de su universo temático. No se sabe si, tal como se dijo en un principio, será Michel Gondry quien traslade esa extraña historia a la pantalla (Olvídate de mí ya era una película tremendamente dickiana), pero sí quién será el protagonista. O al menos, así se anuncia en la IMDB.
Antes de que llegue a los cines, yo les recomendaría la lectura de la novela. En ella encontrarán concentrados en estado puro el talento de su escritor y su originalidad temática. Si aún no tienen el libro y están pensando en adquirirlo, tengan cuidado con la versión que compran. No sé si la habrán mejorado en ediciones posteriores, pero la primera, la que se corresponde con la ilustración que acompaña a esta reseña, es de lo peor que ha pasado por mis manos.


El nombre de Philip K. Dick se ha hecho tan popular en las dos últimas décadas que ha llegado incluso a convertirse en un adjetivo. Curiosamente, el origen de este fenómeno no hay que buscarlo en el mundo literario al que pertenece, sino en el cinematográfico, que de manera incansable ha dedicado sus más recientes éxitos a engrandecer, ya sea por adaptaciones directas, ya por influencias bien marcadas, la figura de un escritor al que siempre obsesionó la percepción de la realidad. Tan desmesurada y prolija fue la incursión del autor en las paranoias de lo irreal y lo verdadero, que en la actualidad lo dickiano se ha convertido en una especie de denominación de origen.
Matrix, Abre los ojos, Dark City, Nivel 13 y un sinfín de películas más, además de las adaptaciones de sus novelas originales, no han podido escapar de esa etiqueta que tanto críticos profanos como reseñadores del género no dudan en colocar a cualquier obra que se interne en los procelosos mundos del cuestionamiento de la realidad. Desde hace unos años, toda historia que incluya falsos universos, ya sean virtuales o alucinatorios, está condenada a la consideración de "puro Dick". Para entender el porqué de esta patente, basta con echarle una ojeada a Ubik, uno de los principales logros del mitificado escritor.
El protagonista, un arruinado Joe Chip, viaja a la Luna con su jefe Glenn Runciter, cuya difunta esposa es mantenida artificialmente en un estado llamado semivida. Acompañados por un pequeño grupo compuesto por anti-psíquicos intentan solucionar los problemas causados a cierta empresa por una serie de telépatas infiltrados. Allí caen en una trampa, un MacGuffin narrativo que no llega a solucionarse, en la que muere Runciter. A la vuelta del grupo a la Tierra, una extraña regresión parece afectar a la realidad, y tras encontrar varios mensajes de su jefe en los lugares más imprevisibles, Chip comienza a sospechar que quizá el muerto no sea aquél, o que quizás todo sea obra de una nueva agente con extraños poderes, o que tal vez, inexplicablemente, lo que les sucede no sea mas que el producto de un gigantesco engaño. Sus compañeros comienzan a morir uno a uno, y la única solución para escapar del embrollo parece ser un extraño producto: el ubik.
La sensación conceptual que deja el libro es semejante a la que produciría un cóctel cuyos ingredientes partieran de las ideas contenidas en las películas anteriormente citadas. Lo cual no deja de ser una impresión falsa, totalmente inversa, pues la novela es, por supuesto, muy anterior a esas películas. Secundadas por los acontecimientos y apoyadas en unos personajes con vida propia, las dudas del protagonista sobre qué es verdadero y qué no lo es sustentan una trama desarrollada con notable agilidad y cuyo misterio creciente mantiene el interés del lector hasta el final. La conclusión de la historia, ajena a lógicas y coherencias,  sacude por los hombros a todo aquel que no hubiera hecho ya una lectura metaficcional del texto y alerta al lector sobre la posibilidad de trasposición de lo narrado a nuestra propia realidad, obligándole a buscar en sus bolsillos monedas con un rostro distinto al usual.
A ese final preñado de implicaciones hay que sumarle los breves textos introductorios situados al comienzo de cada capítulo, el último de los cuales es una verdadera obra maestra en el siempre difícil artificio del impacto sorpresa. Debido a ellos, la concepción de la novela sufre un giro de tuerca, dotando de nuevas implicaciones metafísicas a lo que previamente se presumía como un mero, aunque ingenioso, entretenimiento de suspense. Dios, viene a determinar la narración, no es una entidad, no es un ser personificado: es, sencillamente, la salvación. Que cada uno le dé forma propia, ya sea a través de ídolos, ya sea como un sencillo bote de spray. Es apenas un atisbo de la posterior obsesión religiosa de Dick, un indicio de hacia dónde irían las cosas apenas tres años más tarde.
A pesar del carácter excepcional de la novela, la edición de Ubik perpetrada por La Factoría de Ideas no podría ser más pobre. Desde la colección Solaris Ficción se emperran en destrozar incluso los clásicos con una reprochable falta de respeto hacia quien se gasta en ellos su dinero. Es impresentable la cantidad de erratas y errores de maquetación que presenta el libro, hasta tal punto que a veces no se sabe quién está diciendo qué debido a la inexistente marcación en las distintas líneas de diálogo. Una desidia inexplicable. Y miren que era fácil hacerlo bien. Como se repite con insistencia en la novela, sólo había que seguir las instrucciones.



La versión original de esta reseña fue publicada en Bibliopolis, crítica en la Red.





viernes, 11 de noviembre de 2011

Pellizcos

Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única.
...
La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras.
...
Si creyera que el primer boceto contenía todo el concepto, sería un poeta, no un novelista.


-Philip K. Dick-

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Philip K. Dick. Minority Report y otras historias

Aunque he intentado localizar el volumen original del libro que comento a continuación, principalmente por ver quién fue el responsable de una antología tan atinada, no lo he logrado. El título que aporta Ediciones B, "Minority Report", a secas, tiene un gran número de entradas en cualquier buscador de libros en inglés. Muchas de ellas se corresponden con versiones posteriores, que incluyen algunos cuentos sobre los que se han ido rodando otras películas a lo largo de estos últimos años. Y es que si Philip K. Dick parecía una influencia creciente en 2002, año de publicación de esta antología, ahora, en los estertores del 2011, casi 10 años después, Dick es, sin ninguna discusión, una de las figuras más influyentes en las artes narrativas.
Tras las cuatro películas mencionadas en la reseña, el chorreo de adaptaciones dickianas se ha convertido dos lustros después en un torrente. Añadan las siguientes:

Paycheck (2003)
Una mirada a la oscuridad (2006)
Next (2007)
Radio Free Albemuth (2010)
Destino oculto (2011)
Beyond the Door (2011)
Nebulus (2012)

Más el remake de Desafío total, que llegará el año próximo, más la segunda parte de Asesinos cibernéticos (2009), más alguna serie de televisión, más la enésima barrabasada que perpetrará el director Ridley Scott... En fin, que Jules Verne, el rey de las adaptaciones "literatura-cine" debería de andarse con cuidado.



En provecho de las posibles ventas que pudiera propiciar el estreno cinematográfico de la película dirigida por Steven Spielberg, apareció en el mercado español, bajo el auspicio de Ediciones B, "Minority Report y otras historias", una colección de relatos cortos de Philip K. Dick. El afán comercial de esta edición queda patente no sólo por la fotografía que ilustra su cubierta, sino también por la inclusión, junto al que da título al volumen, de los otros tres cuentos escritos por el genio de Chicago que ya habían sido llevados, con mayor o menor acierto, a las pantallas de todo el mundo. Así, junto al excelente El informe de la minoría, se incluyen las historias que dieron origen a las películas Desafío total, El impostor y Asesinos cibernéticos. Es, por tanto, una antología muy completa, en la que sólo falta la obra que dió origen a  la adaptación dickiana de mayor éxito, Blade Runner. Comprensible por otra parte, puesto que ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la obra de la que parte, no es en extensión un cuento, sino una novela.
Además de las mencionadas, el libro presenta otras cinco creaciones cortas de Dick que, debido a las distintas épocas de origen y una vez ordenadas cronológicamente, ayudan a seguir la carrera de un escritor cuyo repertorio estilístico y temático era escaso, pero que a su vez contaba con una inagotable imaginación y una gran capacidad para alimentar con argumentos variados e interesantes el repetitivo  tema central sobre el que pivotaban la mayoría de sus historias, la dudosa realidad. Es precisamente en esos argumentos, nutricios en el corpus narrativo de estos cuentos, donde encontramos claros signos de evolución en las inquietudes conceptuales de Dick. Los desarrollos argumentales sufren una transformación que parte desde la duda de la percepción individual, desarrollada coherentemente en el relato, hacia el cuestionamiento narrativamente desequilibrado de la realidad global, cuyo máximo exponente, el esquizofrénico La hormiga eléctrica, locura solipsista abordada por el escritor desde diferentes puntos de vista, carece de interpretación lógica debido a la elusión de las normas de coherencia narrativa.
La presencia en este libro del peculiar sentido del humor de Dick, disfrutable en cuentos como ¡Oh, ser un blobel! y Juego de guerra, y de su interés por temas políticos, ejemplar en la distopía La fe de nuestros padres, denota el plausible esfuerzo del antólogo por mostrar todos los aspectos de un escritor que, dada la adoración que últimamente despierta, parece encaminarse aceleradamente hacia la inmortalidad. En su afán completista, el libro incluye el relato Lo que dicen los muertos, el más largo del volumen, que cuenta con el interés añadido de estar emparentado directamente con Ubik, una de las principales obras del autor. De un modo significativo, la mayor calidad está presente sobre todo en aquellos cuentos que han sido trasladados al celuloide en sus correspondientes versiones cinematográficas. Minority report y Segunda variedad constituyen en sí elaboradas muestras del talento aún no contaminado de un temprano Dick. Podemos recordarlo todo por usted al por mayor contiene, incluso, alguna sorpresa inesperada para todos los fans de Desafío total, la película dirigida con maestría por el holandés Paul Verhoeven.
El total de los cuentos y su trasfondo cinematográfico, humorístico, político o, cómo no, desquiciado, convierten a esta selección en una excelente primera toma de contacto con uno de los escritores más complejos que haya dado la ciencia ficción literaria a lo largo de su historia. Este libro es, ante todo, una buena oportunidad para conocer de primera mano la definición del término dickiano, apelativo que, de seguir progresando en popularidad, pronto compartirá galones con calificativos más prestigiosos como kafkiano o dantesco.


La versión original de esta reseña fue publicada en Bibliopolis, crítica en la Red.

martes, 8 de noviembre de 2011

Contraste

Estoy en el metro, dirigiéndome al trabajo, sentado en un vagón repleto de gente. Leo una novela de Cormac McCarthy, y la absorbente historia me aísla del ruido. Leo acerca de un chico que busca. Y que huye. En su viaje atraviesa regiones atávicas, bosques antiguos en los que la presencia humana es un raro accidente. El chico hace noche allí, en los montes, la soledad y el aislamiento presentes. Los habitantes de las semiderruidas casas que encuentra  en su camino son en su mayoría eremitas, personas viejas, olvidadas por el destino. Esos sí buscan conversación, obligados por la soledad, pero en los escasos núcleos de población por los que cruza el chico la gente es adusta, parca en palabras. La comunicación es una batalla diaria, casi una molestia. La supervivencia es lo único que importa, se trabaja de sol a sol, el ocio no existe. Es el siglo XIX, en el Medio Oeste americano.
Levanto la vista: el altavoz anuncia mi estación. Me cuesta volver al mundo, pero al fin coloco el marcapáginas, cierro el rectángulo mágico y guardo las gafas en el estuche. Me levanto y espero, situado a la espalda de algunas personas que están delante de la puerta. Y entonces me fijo. A mi izquierda, una chica joven pulsa nerviosamente las teclas de su Blackberry. El tipo de las gafas que tengo delante mueve la yema del dedo índice por encima de su iphone, la página del diario La Razón en la pantalla. La rubia de al lado lee un mensaje en un teléfono móvil cuya marca no identifico, aunque sí logro ver el texto: "Ya somos 18 para lo del sábado". Cuando llegamos a la estación hay bastante gente esperando. El tren se detiene y se abre la puerta. Mientras salgo, veo cómo dos de las personas que entran al vagón van consultando sus aparatos móviles, puede que hablando con alguien del otro extremo de la Tierra. Es el siglo XXI, en un país europeo cualquiera.
Una cantidad de tiempo irrisoria, apenas siglo y medio, las separa, pero ambas imágenes parecen representar mundos diferentes, seres distintos. El contraste me golpea, y tengo la sensación de que algo indeterminado se me escapa.





jueves, 3 de noviembre de 2011

30 días con Philip K. Dick

Febrero de 1974 fue un mes determinante en la vida de Philip K. Dick. El escritor se recuperaba en su casa de la extracción de una muela del juicio -cuán significativos e irónicos son los hechos a veces- y al abrir la puerta para recoger un envío de analgésicos identificó un símbolo místico conocido como vesica Piscis en el colgante de la repartidora. Ese instante cambió su vida. Dick experimentó una anamnesis instantánea que le despertó a una realidad paralela, un mundo aún en poder del imperio romano, y le puso en contacto con una entidad divina a la que definió como VALIS (Sistema de Vasta Inteligencia Viva).
A partir del mes siguiente, la mente de Dick se sumió completamente en la nueva realidad, gracias en parte a la información proporcionada por un haz de luz rosa. Para dar cuenta de las visiones alucinatorias y los complejos procesos mentales a los que se veía abocado, Dick comenzó a escribir acerca de lo que denominó suceso 2-3-74. Durante los ocho años posteriores (el escritor murió precisamente en 1982) compaginó su creación novelística, de ahí en adelante impregnada de un tinte metafísico y religioso (la denominada Trilogía VALIS), con la transcripción de sus reflexiones a un extraño diario titulado Exégesis. La Exégesis, una suerte de grimorio mental, acabó teniendo una extensión de más de 8000 páginas entre textos mecanografiados, notas escritas a mano, cartas y todo tipo de apuntes.
En 1991 se publicó In the Pursuit of VALIS: Selections from the Exegesis, libro de 278 páginas en el que aparecían algunos de los textos incluidos en el monumental diario, pero el resto permaneció inédito, perdido en el limbo. Dada la popularidad alcanzada por Dick en las últimas décadas, la publicación íntegra de la Exégesis era sólo una cuestión de tiempo. Han pasado casi tres décadas después de su muerte y, por fin, aquí la tenemos. Puesta al día y prologada por Jonathan Lethem y Pamela Jackson, el próximo martes día 8 de noviembre sale finalmente a la venta (en inglés) la Exégesis de Philip K. Dick. O al menos el primer volumen, que cuenta con casi mil páginas.




Es hora ya de hacer justicia a Philip Kindred Dick, en mi opinión el autor más influyente de los últimos 20 años. Potenciado por el cine, su mensaje ha calado hondo, no sólo en el hacer creativo de la inmensa mayoría de escritores de nuestra época (de Roberto Bolaño a Greg Egan, de Jorge Carrión a Philip Roth), sino en la mismísima percepción ontológica del individuo del s.XXI, mostrándose determinante en la construcción del actual zeitgeist posmoderno.
Con la idea de rendirle homenaje, y aunque Dick ya ha tenido antes representación en este blog (La invasión divinaCantos de sirena), quiero celebrar la aparición de su obra más inclasificable dedicándole un mes a la memoria de algunas de sus novelas. A lo largo de noviembre iré rescatando las reseñas que escribí sobre ellas en el pasado, e incorporaré algún texto más de reciente cuño, no publicado previamente. Así, la espera se nos hará también más corta.
Según asegura Lethem, "Exégesis es una obra absolutamente impactante, brillante, repetitiva y contradictoria. Puede que contenga el secreto del universo". Lo cual, a pesar de mi alegría por la publicación, me lleva a preguntarme: ¿No será una insensatez introducirnos en la cabeza de Philip K. Dick? Acceder a la mente de ese hombre bien podría significar nuestro fin. Quizá estemos abriendo una puerta que no deberíamos cruzar. A fin de cuentas, los agoreros del 2012 bien pudieran estar refiriéndose a esto cuando hablaban del advenimiento del fin del mundo.