lunes, 27 de enero de 2014

Imágenes de cf. XX




"Y entonces vi de nuevo, y para siempre, lo que siempre había temido ver, y que siempre había evitado ver: que él era una mujer tanto como un hombre. Toda necesidad de explicarse los orígenes de ese miedo desapareció con el miedo mismo; y al fin no quedó en mí otra cosa que haber aceptado a Estraven tal como era. Hasta entonces yo lo había rechazado, había rehusado reconocerlo. Estraven había tenido mucha razón cuando dijo que él, la única persona de Gueden que había confiado en mí, era el único guedeniano de quien yo desconfiaba. Pues él era el único que me había aceptado del todo como ser humano; a quien yo le había agradado como persona y me había sido leal, y que por lo mismo había esperado de mi un grado semejante de reconocimiento, de aceptación. Yo me había resistido, y había tenido miedo. Yo no quería dar mi confianza y mi amistad a un hombre que era una mujer, a una mujer que era un hombre.
Estraven me explicó, tiesa y sencillamente, que estaba en kémmer, y que había estado tratando de evitarme aunque era difícil.
—No he de tocarte —dijo con mucho esfuerzo, y en seguida apartó los ojos.
Yo dije: —Entiendo. Estoy en todo de acuerdo.
Pues me parecía, y creo que a él también, que de esa tensión sexual que había entre nosotros, admitida y entendida ahora, aunque no por eso aliviada, de esa tensión nacía la notable y repentina seguridad de que éramos amigos; una amistad que los dos necesitábamos tanto en nuestro exilio, y ya tan probada en los días y noches de aquel duro viaje, y que también, tanto ahora como después, podía llamarse amor. Pero ese amor venia de la diferencia entre nosotros, no de las afinidades y semejanzas, y esto era un puente en verdad, el único puente tendido sobre lo que tanto nos separaba. Para nosotros el contacto sexual hubiese sido encontrarnos de nuevo como extraños. Nos habíamos tocado del único modo posible. No fuimos más allá. No sé si teníamos razón."


viernes, 24 de enero de 2014

Mario Benedetti. No te salves

"No lo hagas."
¿Cómo?
"No vayas."
Pero debo hacerlo. Alguien ha de estar con ella.
"Ya encontrará a alguien."
Está aterrada. Me voy.
"Piensa en ello. Piénsalo. Porque si vas, estás acabado."

Así concluye El animal moribundo, la enésima gran novela de Philip Roth. Puede que la hayan leído, o puede que hayan visto la versión cinematográfica que dirigió Isabel Coixet, una película a la que tuvieron la mala idea de bautizar con el mismo título que ya le habían puesto a otra novela de Roth en España. Recordé este final debido al cartel promocional de otro film que tuve la oportunidad de ver hace unos días. "El idioma imposible" traslada a imágenes la novela homónima de Francisco Casavella, última de la trilogía El día del Watusi. Un joven traficante y una niña pija adicta a lo que él vende en la Barcelona de los 80. No estaba mal. La frase que disparó el recuerdo, impresa en la parte superior del cartel, fue esta: "si te salvas te traicionas, si te salvas estás muerto". La leí y me acordé de Roth, de esa novela, de sus últimas líneas.
La mente del lector está continuamente expuesta a este tipo de asaltos. Nuestra memoria hurga en dos campos distintos, el de lo vivido y el de lo leído. La mayor parte de lo que uno ha leído se olvida, pero aquello que nos deja huella, esos pequeños momentos de las grandes obras, perdura. Más si, de alguna manera, nos toca personalmente. David Kepesh, protagonista de El animal moribundo, ha eludido durante toda su vida las responsabilidades emocionales. Seductor de jovencitas impenitente, jamás ha puesto su corazón en compromiso, pero la reaparición de Consuelo representa una amenaza. No voy a contarles nada importante, no se preocupen. El diálogo final que abre esta entrada lo mantiene con un amigo innominado que desde el principio de la novela ha permanecido en la sombra y que, el lector habrá de decidirlo, quizás no sea alguien, sino su propia conciencia.
La última frase ofrece varias lecturas. En primera instancia, parece un mero aviso de peligro por lo que podría ser el fin de sus aventuras. En otro nivel más superficial, podría ser una mofa dirigida hacia quien ha caído en aquello de lo que se rió siempre. Pero en realidad, el aviso tiene un significado más profundo y una relevancia literaria que da sentido y objeto al resto de la obra. Kepesh lleva toda la vida a salvo, a pesar de su abultado historial de relaciones, parapetado en su interior. Lo que está a punto de hacer romperá la seguridad emocional que le ha mantenido indemne a lo largo de su vida, así como su propia libertad. "No lo hagas, sálvate, porque si la salvas estás perdido", le dice en realidad la misteriosa voz. Está ante el viejo dilema, la dicotomía entre seguridad y felicidad. Arriesgarse a ganarlo o perderlo todo; o no hacerlo y conformarse con las sobras. Dos filosofías de vida radicalmente opuestas.
Mario Benedetti lo expresó a la perfección en uno de sus poemas más populares. Pueden leerlo a continuación. El escritor uruguayo tomó partido en el mismo texto, pero dio al lector libertad de elección. Es un poema muy utilizado en internet, en las redes sociales, casi como herramienta de autoayuda, para motivar, para ensalzar el riesgo, la apuesta por la vida y la valentía; para animar a salir del cascarón y abrirse al mundo. Seguramente les encenderá el ánimo. Es, de hecho, lo que a David Kepesh le gustaría escuchar en esos últimos momentos de la historia: no te salves. Léanlo, sintonizarán con el mensaje. Pero si no es así, si sorprendentemente se ven más en el papel del interlocutor, recuerden que, llegado el momento, habrán de ser fuertes para hacer caso tanto al poeta, a su último verso, como a la disfrazada voz de sus propias conciencias.

       
No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves

no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo

no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces

no te quedes conmigo.



martes, 14 de enero de 2014

Breves: Monteagudo, Pérez Navarro


El edificio, de David Monteagudo

David Monteagudo, autor también de Marcos Montes y Brañaganda, vio cómo, en apenas una semana, llegaba a los cines la versión cinematográfica de su novela Fin y a las librerías su última obra, El edificio. Es esta una antología nada extensa, circunstancia debida a la brevedad de sus relatos. El gallego demuestra que tiene un estilo definido, ágil y brillante en lo descriptivo. La cotidianeidad y el elemento fantástico sin desenlace son su sello de marca. El problema es que la suma de ambos valores, en longitudes tan breves, desemboca a menudo en la intrascendencia.
La antología se abre con "Informe sobre Aridia", un cuento de ciencia ficción magnífico (aunque explote una idea que ya imaginó el británico Christopher Priest en su novela El mundo invertido) al que acompañan relatos interesantes como "La carrera", "La fiesta de la escalera" y "El escritor en ciernes", pero también otros tantos absolutamente anecdóticos. La escritura de Monteagudo ejerce un cierto magnetismo, se hace fácil y cercana, pero en ocasiones es vacua, y eso, en distancias tan cortas como las que exige este libro, en las que el protagonismo de la idea aumenta, penaliza notablemente el concepto literario.
Hay, además, una particularidad que cabe mencionar en este blog: si el lector está bregado en el género fantástico algunos cuentos le van a parecer algo ingenuos.



14 maneras de describir la lluvia, de Daniel Pérez Navarro

A pesar de ser este su quinto libro, aún no había leído nada del autor de Mobymelville, y confieso que le tenía ganas. Me habían anticipado que su narrativa no era la usual dentro del fantástico, que se trataba de un escritor peculiar, característica suficiente como para despertar mi interés. Una vez concluida esta novela tengo que estar de acuerdo con tal consideración. Se pueden decir cosas buenas y peores de este libro, pero no hay duda de que su autor pretende algo distinto de lo que suele manejarse en la literatura fantástica española.
14 maneras de describir la lluvia es un libro ascendente, que comienza con titubeos y acaba convenciendo por la propuesta tremendamente ambiciosa que lo impulsa. Estilísticamente, a Pérez Navarro aún le queda camino por recorrer, sin embargo muestra un gran dominio del tiempo y de las estructuras internas de la narración. En la primera parte de las dos en las que se divide el libro, los personajes y hechos son presentados en tiempos distintos, días arriba o abajo, siempre fluctuando alrededor del suceso principal (el atroz asesinato de un joven en la playa) como si de una espiral se tratase. La segunda parte es, podría decirse, un desenlace con alma de epílogo en el que, sin embargo, pocas cosas se explican.
Se trata de una obra posmoderna, no sólo por su falta de linealidad, sino también por su contenido genérico. En ella se mezcla el género negro con los tres derivados del fantástico: el terror, la fantasía y la ciencia ficción. Lo macabro está muy presente, y aparte de la dislocación temporal, cabe señalar una notoria ausencia de respuestas. Los referentes de Pérez Navarro, si atendemos a esto, parecen ser bastante actuales. Hay, además, pasajes escritos en cursiva dentro del primer capítulo que suponen pequeños puntos y aparte y que remiten a una mitología arcana, tal como sucede en algunas de las obras de Cormac McCarthy. La narración no explicativa y alternante remite a autores como Haruki Murakami o M. John Harrison, expertos en presentar historias cuyos misterios han de ser cerrados por la imaginación del lector. Pérez Navarro parece haber tomado buena nota de todos, pues en su obra es fácil distinguir sus respectivas huellas.
A estas alturas de la película, reconforta ver que hay gente en el fantástico español con genuinas inquietudes literarias.