miércoles, 23 de abril de 2014

Imágenes de cf. XXI


"Sus dientes se cerraron al extremo de mi manga y se agarró a ella hasta que le hice soltar su presa sacudiéndola.
Se calmó poco después. Lo estuve observando durante casi una hora. Parece apático y confundido, y aunque sigue resolviendo nuevos problemas sin recompensa, su modo de actuar es extraño. En lugar de movimientos prudentes, determinados, a lo largo de los corredores del laberinto, sus actos son precipitados y desordenados. Muchas veces toma un recodo demasiado aprisa y se da de hocicos contra una barrera. Da la extraña sensación de que está dominado por la urgencia.
Dudo en formular un juicio precipitado. Todo esto puede deberse a muchas razones."

jueves, 17 de abril de 2014

Las mejores novelas de la ciencia ficción

Aunque en su día me juré a mí mismo que no entraría en estas cosas, compruebo con sorpresa que últimamente me cuesta mantener la calma. Voy leyendo lo que se escribe en torno a la ciencia ficción, cómo intentan sacar negocio de ella los mercachifles y advenedizos, y mi indignación sube por momentos. Tranquilos, no voy a referirme de nuevo a la bastardización del término distopía (al menos de momento). Esta vez mi solivianto procede de la lista de libros publicada en el magacín Jot Down. Bajo el título ¿Cuál es la mejor novela de ciencia ficción? se ofrece una lista de 14 libros que el profano encontrará interesante, pero cuya desigual composición hará que los aficionados al género se echen las manos a la cabeza.
Todos son buenos libros, y algunos de ellos figuran ahì acertadamente, pero la mayoría no merece el calificativo que les endilga el título de la lista ni por asomo. Lo peor es que más allá de las filias personales de quienes la han confeccionado, es evidente que ha sido el factor popular o coyuntural el que ha motivado la inclusión de algunos de sus elementos. Contact, de Carl Sagan, está ahí por el relanzamiento, en estos mismos momentos, de Cosmos, la serie de televisión creada por su autor. Que la humorada de Douglas Adams tenga sitio se debe a la presencia en la revista, este mismo mes, de un artículo dedicado a la correspondiente película. Que figure la descocada Snow Crash como representante del cyberpunk, sólo para que Stephenson, autor muy del gusto de la hispteriada, tenga su cuñita, es fuerte; que elijan Yo robot, una antología de cuentos (no una novela, muy profesional) para que conste también el nombre de quien más vende en el género, Asimov, y pasen de obras superiores del propio Buen Doctor, es ya insufrible. La clave es, seguramente, que las Fundaciones o Los propios dioses no tienen película, y me da que es del cine de donde proviene cierta parte de esta lista. La prueba es que tampoco se han elegido las mejores novelas de Verne, Clarke o Dick, sino las que hicieron famosas Méliès, Kubrick y Scott.


Quién iba a suponer, hace quince años, que el mayor peligro para la ciencia ficción literaria más allá del muro no iba a estar en cómo la trataran los escritores, sino en la falta de preparación y la estulticia de los comentaristas. Sencillamente, no están preparados y tampoco les interesa. Es uno de los síntomas de la era digital. Con internet a mano, ahora todo el mundo sabe de todo, pero mal. La especialización ha muerto. Se hacen listas de lo mejor de un género literario basándose en sus adaptaciones al cine, y sale lo que sale. Luego está lo del nuevo periodismo, claro. No el de Tom Wolfe, Gay Talese y demás, sino el de la Era Digital. Prima lo cool, el ingenio y la frescura sobre el rigor. Lean los comentarios. Son guays, molan. No digo nada, están en su derecho, ese es el tono que buscan. Lo acepto. ¿Pero no podían haberle puesto otro título a la lista?  No sé, tal vez Las novelas más chachis de ciencia ficción, o algo en consonancia.
En fin, si les interesa de verdad entrar en este género literario, si lo que quieren conocer son los libros de ciencia ficción y no las películas, les voy a ofrecer unas cuantas recomendaciones. Da la casualidad de que recientemente estuve revisando discos del tiempo de Maricastaña, y en algunos encontré las copias de seguridad de un viejo ordenador. Estamos en la época de las redes sociales, pero antes de Facebook y Twitter el internauta se reunía en foros, y antes de eso, en el irc y las listas de correo. Mi primer contacto con aficionados en la Red fue allá por 1995. Me creía solo en esto de la cf y resultó que eramos muchos. En la lista #cienciaficción había una actividad que muchas veces recuerdo con nostalgia. Ya apenas escribe nadie, pero ahí continuamos, casi mil aficionados, en línea todavía sólo por un viejo recuerdo, el de los 2000 mensajes mensuales de media, algunos de ellos auténticos tratados sobre obras del género.
En esos discos rescatados a los que me refería encontré mucha información de entonces, mensajes, extractos, adjuntos... cosas como lo que reproduzco a continuación. La lista con "Las 12 mejores obras de la ciencia ficción" se confeccionó a partir de las aportaciones de unos 50 miembros, todos ellos conocedores de la materia, con un bagaje de lecturas importante. Como moderador que era (uno de varios), me tocó coordinarla y efectuar el cálculo final; por eso la conservo. Es una lista confeccionada desde el fandomismo, con las ventajas e inconvenientes que esto conlleva, pero puedo asegurar que el conocimiento de las obras procedía de su lectura, y que su valoración se había ido construyendo desde el diálogo y el debate. Esto ocurrió en enero de 2002. Los participantes entregaron una lista con sus diez obras predilectas de la ciencia ficción, y luego se sumaron todas. La cifra tras cada título refleja el número de listas en las que este figura. Hubo cuádruple empate por abajo, así que las diez iniciales se ampliaron a doce. Este fue el resultado:


LAS 12 MEJORES OBRAS DE LA CIENCIA FICCIÓN

1. Dune, Frank Herbert ----------------------------------- 24
2. Las estrellas mi destino (Tigre, tigre), Alfred Bester ----- 20
3. Hyperion, Dan Simmons -------------------------------- 17
4. Fundación, Isaac Asimov ------------------------------- 15
5. El juego de Ender, Orson Scott Card ------------------- 14
6. Mundo anillo, Larry Niven ------------------------------ 13
7. Pórtico, Frederik Pohl ---------------------------------- 12
8. Neuromante, William Gibson --------------------------- 11
9. El libro del día del juicio final, Connie Willis -------------  8 
10. 1984, George Orwell ---------------------------------- 8
11. Snowcrash, Neal Stephenson -------------------------- 8
12. Ubik, Philip K. Dick ----------------------------------- 8


Las listas de Jot Down y #cienciaficción coinciden en la mitad de los títulos. Sobran, precisamente, los que estaban presentes por el culto al medio audiovisual y cuyo soporte literario es bueno pero no lo extraordinario que debería ser para considerarlo "lo mejor". Reconforta, sin embargo, comprobar que al menos una obra fundamental y aún desconocida por el gran público como es Los Cantos de Hyperion ya comienza, al igual que la trilogía de El señor de los anillos en su día, a crear un runrún entre los lectores externos. La chocante presencia de Snowcrash es coyuntural, se debe a que el libro acababa de ser publicado hacía unos meses y era, por aquel tiempo, la estrella de la lista. Sigue habiendo ausencias sonadas (Bradbury, Clarke...), pero no responden a motivos espurios como los mostrados en la lista de Jot Down, sino a un proceso de depuración genuino. No se rinde tributo a los padres; Wells y Verne crearon esto, pero sus novelas han sido superadas, no pueden figurar aquí. Obras a las que aún no se ha acercado el séptimo arte, pero absolutamente incontestables, tales como Pórtico, Las estrellas mi destino, Neuromante o Ubik están donde les corresponde, en la lista de la mejor literatura que ha dado la ciencia ficción.
Dado el año de procedencia, 2002, faltan cosas de la última década, la de la normalización y la incorporación de los grandes escritores del mainstream, pero se trata de una lista repleta de obras maestras. Leer cada una de estas novelas es conocer y amar este género tan injustamente tratado. Si lo hacen, quedarán enganchados para siempre. Si quieren continuar disfrutando con las posibilidades literarias nacidas de la especulación científica, con escenarios maravillosos y una literatura que abre la mente (más incluso que viajar) pueden ir más allá de doce y continuar su andadura hasta cien. Se han publicado varias guías de la ciencia ficción editada en castellano, pero a continuación les propongo las tres que yo encuentro más significativas.


Ciencia ficción. Las 100 mejores novelas

El libro de David Pringle cuenta con una selección realizada desde una subjetividad confesa. Es muy importante el elemento literario, pero también la forma personal de entender el género. Ambas cosas se hacen patentes en los comentarios que Pringle hace sobre las distintas obras, y a los que además sólo se puede entrar si no se siente animadversión por el destripe. Se trata de una selección que contiene el espíritu de Interzone, la revista que dirigió Pringle, y en la que sobrevuela el aroma de la new wave. En el momento de ser publicado aquí, 1990, era imposible acceder a muchas de las novelas citadas porque, sencillamente, aún no se habían publicado en nuestro país.
Tras una breve presentación del gran editor de la new wave, Michael Moorcock, Pringle abre fuego con una frase por la que, visto lo comentado al principio de esta entrada, parece que no han pasado las décadas: "Hoy, para mucha gente, la ciencia ficción (...) significa películas cinematográficas". A continuación da una definición de las más lúcidas con las que me he encontrado: "Ciencia ficción es una forma de narrativa fantástica que explota las perspectivas imaginativas de la ciencia moderna". Ya en su día di la propia, bastante coincidente con esta. Muchos de los nombres que aparecen en esta guía constituyen en sí mismos una declaración de principios, y visto el paso del tiempo, señalan a Pringle como un gran visionario. La selección sólo llega hasta 1984 (el año, no el libro). Aquí tienen la lista:
· Las 100 mejores novelas.


Ciencia ficción. Guía de lectura

Miquel Barceló fue, durante muchos años, el pope de la ciencia ficción española. Su visión campbelliana del género como "literatura de ideas" en la que lo importante era la especulación científica marcó a toda una generación de aficionados influidos por sus artículos y, sobre todo, por esta guía de lectura. Yo fui uno de ellos. Desgraciadamente, Barceló se quedó enquistado en su posición y la evolución de la cf, cuya apertura al mundo vino de la mano del tipo de literatura que él despreciaba (Ballard, Dick, Gibson), le dejó atrás. Retirado del mundanal ruido, su nombre vuelve a aparecer cada cierto tiempo en algún diario para anunciar la muerte de la ciencia ficción, precisamente en el mejor momento de su historia.
Detalles como este y el recurrente anuncio de su Nueva guía de lectura, que a pesar de las continuas promesas no llegó a ser publicada (cosa que sólo puedo lamentar), le hicieron un flaco favor a su imagen. Paradigma del tipo de aficionado que se niega a crecer, la importancia de Barceló y de este libro para la ciencia ficción española no puede ni debe ser ninguneada. Yo y muchos otros debemos nuestro amor por la hard sf, el subgénero que con mayor puridad puede ser catalogado como ciencia ficción, a ellos. En esta guía encontrarán todas las obras importantes del género en su concepción dura, la cf tal como la diseñó John W. Campbell Jr., editor de la revista Astounding Science Fiction y responsable de que el género primara la rigurosidad científica por encima de valores más literarios.
Este libro fue publicado hace casi 25 años, la selección de obras no va más alla de 1990. Aún así, muchas de las 100 que en ella figuran son absolutamente imprescindibles. Por otra parte, hay mucha más información en sus páginas, un listado de autores, de movimientos internos, de cf española y bastantes cosas más. Pero lo que nos ocupa hoy son las obras, así que aquí tienen la lista:
· Los cien mejores títulos.


Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX 


La obra más reciente dedicada a hacer un repaso de los libros fundamentales de la ciencia ficción tiene ya más de diez años. Fue publicada por La Factoría de Ideas en el año 2001 y está confeccionada con las opiniones de varios críticos, auténticos conocedores del género, todos ellos procedentes del fandom (Alberto Cairo, Antonio Rivas, Eugenio Sánchez Arrate, José Miguel Pallarés, Juan Manuel Santiago, Julián Díez y Luis G. Prado). El proyecto fue coordinado por el propio Julián Díez, quizás el mayor conocedor del género en España, y su manera de entender la cf se hace notar en el contenido, mucho más aperturista que el de la Guía de Lectura de Barceló. De hecho, hay una sección dedicada a obras pertenecientes al slipstream, un subgénero cuya existencia siempre he considerado absolutamente artificial y que designaba aquellas obras cuyo componente de cf no era muy marcado, y que por ello tenían su sitio en el mercado de literatura generalista. Desde hace años, dada la avalancha de obras con esas características publicadas fuera del genéro y consideradas desde la normalidad, aquella estrategia es ya innecesaria y la denominación prácticamente ha desaparecido. Al margen de ese detalle, la lista de títulos de obras "clásicas" no sólo centra su interés en lo científico, sino también en la carga literaria, lo cual la convierte, a mi gusto, en una guía mucho más interesante que la anterior. Todos ellos pueden ser consultados aquí:
· Las cien mejores novelas.
Reproduzco, también, la reseña que mi alter ego escribió tras la publicación del libro para el número 12 de la revista Solaris:

Más de 10 años han pasado desde que Miquel Barceló publicara su Guía de lectura, y ya se echaba de menos la aparición de alguna obra de corte similar que aportara un punto de vista distinto, más actualizado. Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX viene a cubrir, en plena efervescencia del género en nuestro país, una necesidad de recapitulación y de, por qué no, asesoramiento para todo aquel recién llegado que quiera disfrutar de lo mejor que ha ofrecido la literatura de ciencia ficción a lo largo de la anterior centuria.
La creación de una guía literaria de carácter orientativo siempre está expuesta al falseo que aporta la subjetividad; por su afán canónico, cobra especial importancia la diversificación de opiniones en su construcción. En eso, precisamente, estriba el auténtico valor que convierte a esta obra en única, ya que se ha edificado sobre las diferentes valoraciones de ocho críticos especializados, lo que dota al resultado de un eclecticismo realmente saludable. Todos los subgéneros que han ido confeccionando la ciencia ficción tal como la conocemos están representados: desde la Epoca Clásica hasta la década de los 90, pasando por el cyberpunk o la new wave, mediante las obras que les dieron fama. Quizás, producto de las limitaciones autoimpuestas, sólo Visiones peligrosas, de Harlan Ellison, destaca como ausencia representativa.
Siempre dentro de un formato esquemático, la lista de 100 mejores novelas traducidas al castellano se completa con 20 antologías monográficas, 15 obras españolas y otras 15 pertenecientes a esa extraña depuración denominada slipstream, consideradas todas ellas como las mejores en sus respectivos apartados. Evidentemente, no todo es perfecto. Se puede detectar algún error en la datación de premios y en la disposición de fechas, pero aún así, Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX es una obra de contenido irreprochable.


En las páginas de estos tres libros encontrarán lo mejor que ha dado el género de ciencia ficción en más de cien años de historia. Los puntos de partida de estas selecciones varían, conceptualmente parten de modos de ver el género distintos, pero hay muchas títulos que se repiten en todos. Empiecen por ellos si quieren, aunque yo les aconsejo que se sumerjan en las distintas propuestas hasta encontrar aquella con la que más coincidan. Hay un dato importante que habrán de tener en cuenta. Desde hace 13 años no tenemos una nueva guía. No es un asunto baladí, puesto que la omisión no afecta sólo a las grandes novelas que ha dado el género en estos últimos años (Luz, La chica mecánica, Accelerando...), sino a la crónica de un hecho fundamental en la historia de la ciencia ficción: su triunfo y normalización, su aceptación por parte de escritores, lectores y críticos procedentes de la literatura convencional. En estos años han caído premios literarios tales como el Pulitzer a una obra de cf; el Nobel a una escritora, entre otras cosas, de cf; han proliferado los best-sellers de cf y, sobre todo, la cf ha recalado en las manos de los más prestigiosos autores de la literatura mundial. Todas esas obras, esos datos, deberían ser reseñados. Y no sólo para que los podamos disfrutar en el futuro, sino para dar constancia de ellos, para que las viejas glorias, osificadas y fatuas, se pongan al día, para que la cf tenga todo el respeto que se merece y para que nadie vuelva a endilgarle una lista de sus mejores novelas, así, con desgana, a los cracks de la redacción que saben de todo y de nada.


jueves, 3 de abril de 2014

Philip K. Dick. Fluyan mis lágrimas, dijo el policía

Las buenas noticias hay que comunicarlas con inmediatez. Ya está disponible, en descarga gratuita, el último número de Hélice, la revista especializada en ficción especulativa. Se trata de la decimoséptima entrega, el tercer número del segundo volumen en la numeración moderna. Pueden hacerse con ella y con todas las anteriores en la propia página web de Hélice. Tras el sumario de este último número tienen una crítica publicada en el anterior. En ella, Santiago L. Moreno analiza Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, uno de los libros importantes de Philip K. Dick, el autor que más presencias suma en este blog.

Reflexiones:
-«Panorama de la ficción científica y especulativa española moderna y su recepción hasta la guerra civil de 1936», por Mariano Martín Rodríguez
-«Los mundos imaginarios de la literatura fantástica portuguesa», por António de Macedo
-«Ain't no Techno-Thriller in here, Sir!», por Pascal Lemaire
Textos Recuperados:
-The Two Ships por Adam Gerencsér
Críticas:
-Jack Kirby: El cuarto demiurgo, por Fernando Ángel Moreno
Doble Hélice:
-La cuadratura del círculo de Gheorghe Sasarman



Transrealismo, lisergia y un aire para laúd


Uno se pone a hablar de Philip K. Dick y no acaba nunca. Siempre hay algo que decir sobre el autor y su obra. El libro en el que se centra esta crítica es sumamente importante en su carrera, notable en el orden literario y crucial en lo personal. Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, cuyo título procede de una obra para laúd compuesta por John Dowland en el siglo XVI por la que Dick sentía devoción, es una de las tres únicas novelas premiadas del escritor; consiguió el John W. Campbell Memorial en 1975 y fue nominada a los dos premios grandes de la ciencia ficción, el Nebula y el Hugo. En sus páginas, el de Chicago ahonda en sus obsesiones de siempre, la realidad alterada, la falibilidad de la percepción y la duda sobre la identidad. Es, debido a su calidad intrínseca, una de las novelas dickianas más reseñables, pero antes de pasar a desgranar su contenido narrativo se hace obligado mencionar algo de su contexto, la trascendencia que éste tuvo en la degradación mental de Dick, la persona.
Es sabido que, en noviembre de 1971, Philip K. Dick denunció un robo en su vivienda de Santa Venetia. Buscando un motivo para lo que no suele tenerlos, su desquiciada mente hiló teorías conspirativas que tenían que ver con sus escritos. Según cuenta Emmanuel Carrère en la biografía que escribió sobre el norteamericano, Dick pensó que la causa del hurto podía estar escondida en las páginas de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, una novela que había abandonado hacía un tiempo y en cuya historia, comenzaba a creer, debían de encontrarse datos o hechos coincidentes con la realidad. Le habían llegado rumores de que los efectos de la droga que aparecía en la novela asemejaban los producidos por un derivado del LSD con el que experimentaba la CIA. Y no sólo eso. Pensando en ello, empezaba a darse cuenta de que el presidente de los EE.UU. y el país distópico que describía en el libro podían guardar similitudes con Richard Nixon y sus secretos planes de futuro, planes de tintes comunistas.
Si esto suena perturbador, lo siguiente va unos grados más allá. En el texto de un discurso que fue invitado a dar en la Universidad de Missouri y al cual tituló “Cómo construir un universo que no se derrumbe en dos días” (discurso que en realidad no llegó a dar y que fue publicado como ensayo años después de su fallecimiento), Dick detalla las numerosas coincidencias que su novela guarda con sucesos reales acaecidos posteriormente y -esto es lo más gordo- con acontecimientos descritos en la Biblia, concretamente en los Hechos de los Apóstoles, cuyo contenido él decía no conocer. De todo esto, Dick extrajo la conclusión de que el tiempo no es como creemos, que alternamos dos realidades, la convencional y otra radicada justo tras la muerte de Cristo. Esa fue la tesis que, potenciada por el conocido suceso epifánico del colgante piscis, defendió en la convulsa conferencia de Metz en la cual se destapó su locura.
Ante estos episodios hay que concluir que Fluyan mis lágrimas, dijo el policía es, al margen de su contenido literario, un libro fundamental, decisivo en la biografía de Dick. Pero a pesar de ello, no hay que buscar en él los motivos de su locura. Quien acometa la lectura de esta novela con la intención de desentrañar algún tipo de misterio causal, de encontrar la fuente de los desvaríos de su autor, quedará decepcionado. En sus páginas no va a encontrar otra cosa que una de esas extrañas historias escritas por el gran ilusionista de las realidades impostadas, una trama de ciencia ficción que, como la mayoría de las imaginadas por el autor, va a introducir en la mente de quien lo lee, de una forma tan efectiva como poco ortodoxa, la desorientación del protagonista y sus dudas sobre la solidez del mundo perceptible.
En esta novela vuelve a apreciarse una de las más extrañas características con las que cuenta la escritura de Dick, esa gran capacidad para interesar al lector y traspasarle la sensación de haber leído un buen libro a pesar de haber utilizado para ello fundamentos literarios más bien pobres. Incluso dentro del género de la ciencia ficción, generalmente permisivo con este tipo de cuestionamientos, existe el convencimiento (al igual que ocurre con Isaac Asimov) de que Dick no fue un buen literato. No posee un gran vocabulario, no se sirve de tropos floridos y tampoco estructura correctamente sus libros. Esta novela, al igual que otras muchas, está construida de una manera rara, dislocada. Comienza con un pasaje que parece crucial y que no tiene incidencia en el desenlace de la historia. Diferentes personajes se rifan el protagonismo, apoderándose unos y otros de distintos momentos de la narración sin un claro motivo. Ideas y subtramas antes ausentes aparecen y cambian el ritmo de la historia de un momento a otro, y hay un epílogo a modo de ¿qué fue de? seguramente prescindible. Y sin embargo, todo parece tener sentido durante la lectura.
Las primeras páginas del libro tienen como personaje central a Jason Taverner, un famoso showman televisivo que presenta un programa de variedades de gran audiencia. Una admiradora despechada le ataca una noche arrojándole una criatura que hunde sus seudópodos en su pecho. Taverner se desvanece y despierta en un universo que no parece ser el suyo. Nadie recuerda su existencia, carece de documentación y ni siquiera consta en las bases de datos de la policía. A mitad de novela, la responsabilidad de la narración se traslada al comisario de policía Felix Buckman, quien mantiene una relación incestuosa con su hermana y tiene la responsabilidad de atrapar al hombre inexistente. El desenlace, la explicación de lo que le ha pasado a Taverner, no guarda relación alguna con la desequilibrada admiradora del principio, sino con una droga que ha consumido -y he aquí lo inconfundiblemente dickiano- otra persona.
Con respecto a esa heterodoxia, Kim Stanley Robinson, cuya tesis doctoral versó sobre las novelas de Philip K. Dick, afirma que si éste no llegó a encabezar la New Wave fue porque sus propuestas eran bastante más extremas que las del innovador movimiento. Como he mencionado antes, las narraciones de Dick no son uniformes, y gustaba de introducir alguna que otra extravagancia en medio de ellas, como por ejemplo los párrafos en aleman y las líneas teatrales intercaladas en el texto de Una mirada a la oscuridad, pero donde realmente se rebela contra la ortodoxia es en el contenido de sus historias. La aparición del rostro equivocado en una moneda exige al lector de Ubik hacer un esfuerzo e ir más allá de toda lógica. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, Dick propone una idea absolutamente audaz e inesperada. Es la historia de alguien que trastoca la realidad, pero no contada desde el punto de vista del sujeto, sino de otra persona que aún recuerda la originaria y no sabe nada del cambio.
Los relatos de Dick ponen a prueba la mímesis aristotélica. El elemento fantástico no actúa sobre su propio universo ficticio siguiendo una pauta lógica, no sigue una coherencia identificable con la realidad. El estilo con el que Dick elabora sus historias contamina la zona perceptiva con la que el lector juzga la relación entre el universo narrado y el real. Por ejemplo, si un individuo se droga, debería afectarle sólo a él, no a otra persona; o en todo caso, a su realidad, no a la de los demás. Pero así ocurre, sin embargo, en esta novela. Dick obvia ese pacto de verosimilitud, lo cual incrementa la sensación de irrealidad en el lector, pero a costa de estirar peligrosamente la suspensión de incredulidad. Si se coloca el foco sobre el autor puede llegarse a la conclusión de que Dick escribe las novelas por impulsos, según se le van ocurriendo, y que todo esto parte de un proceso negligente, no deliberado, pero si se mira el resultado final y se hace caso exclusivamente al libro, la impresión que se obtiene es la de haber leído una obra tan fascinante como audaz.
En cuanto a su contenido particular, esta novela presenta muchas de las recurrencias habituales en la obra de Dick. Al igual que en libros anteriores, el humor viene dado por la franqueza de los personajes, los cuales, lejos de sorprenderse ante las increíbles implicaciones de lo que van descubriendo, lo asimilan con normalidad, actitud que produce un efecto risible en ciertos diálogos. Es significativo que el pasaje más cómico de la novela ocurra precisamente durante la explicación del misterio (pag. 244), como si el propio Dick se riera de lo que propone. Por otra parte, la droga, elemento muy común en la obra dickiana, juega aquí un papel fundamental como elemento distorsionador, no sólo de la realidad, sino también del propio devenir de los personajes. La droga dispara la trama (el bicho tentacular con el que es atacado Tavernier), es la causante del misterio (a través de Alys, la hermana adicta de Buckman) y conforma la sociedad paralela en la que despierta el protagonista.
Al igual que en novelas anteriores, Dick vuelve a evidenciar su preocupación por aquello que determina la cualidad humana. Fluyan mis lágrimas, dijo el policía muestra en primera lectura puntos en común con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Hay coches voladores ("sutiles" en la traducción), se hace referencia a colonias marcianas, el protagonista es un seis (un ser humano genéticamente modificado) y hay muñecos llamados Risueño Charly de cuyos labios sale la verdad como si de un oráculo se tratara, pero el mayor punto de contacto entre ambas obras se encuentra en el diálogo que mantienen los hermanos Alys y Félix. El cruce dialéctico que mantienen en la comisaría (el mismo lugar en el que sucede en la novela que dio origen a la película "Blade Runner") profundiza en la cuestión de qué nos hace humanos. Alys se cuenta entre los adictos que se han sometido a una intervención quirúrgica en el cerebro. En ella les extirpan los centros humanos del cerebro, salvo los responsables del placer, lo cual revierte en una significativa falta de empatía. Esta circunstancia da pie a una interesante conversación que deja constancia de la gran importancia que le da Dick a quienes piensan y sienten de forma distinta al resto.
Hay otro aspecto relevante en la novela y que tiene mucho que ver con el género al que pertenece. Sin llegar a las cotas de significación presentes en El hombre en el castillo, el cruce de realidades que Dick desarrolla en este libro lo incluye a la par en los subgéneros de la ucronía y la distopía. La línea temporal paralela a la que es desplazado Jason Taverner aparece casi siempre en segundo plano, al fondo de la trama principal, pero los detalles que deja entrever de ese mundo (y del que él mismo proviene) son terribles. Hay campos de trabajo forzado para quienes delinquen, pero también para los estudiantes, que están recluídos en diversos campus ahora vallados, convertidos en hordas hambrientas. Todos los ciudadanos se drogan, un hecho homologado por el Estado y controlado por medio de cartillas selladas. Y lo más terrible: casi toda la raza negra ha sido asesinada o esterilizada, conducida hasta el borde del exterminio. Que Dick llegara a creer que podía haber puntos en común entre esos EE.UU. ficticios y los planes de Richard Nixon da cuenta de su estado mental.
Fluyan mis lágrimas, dijo el policía sólo ha dejado huella entre los aficionados a la ciencia ficción. Lógico por una parte, puesto que su temática y la presencia de algunas manías internas entroncan directamente con lo que se suele encontrar en el género. Por ejemplo, Dick menciona de pasada grandes títulos de la literatura universal como En busca del tiempo perdido o Finnegan's Wake, pero se limita a citarlos sin profundizar en ellos, como para, mediante su presencia, darle una pátina de distinguibilidad al texto. Sin embargo, junto a este tipo de añagazas se encuentran pasajes de gran profundidad, como el que recoge el extraordinario diálogo que mantienen Tavernier y una envejecida Ruth Rae sobre la naturaleza del amor y el correspondiente dolor posterior.

Uno ama a alguien, y de pronto desaparece. Viene a casa un día, comienza a hacer las maletas, y dices: “¿Qué sucede?”. Y te contesta: “Tengo una oferta mejor de otra persona”. Y se va.

En ese mismo orden de cosas, el extraño capítulo 27, verdadero final del libro si obviamos el innecesario epílogo, se beneficia de un marcado tono intimista. Como ocurre también en muchos momentos de Una mirada a la oscuridad, da la sensación de que es el propio Philip K. Dick, y no el personaje de la novela, quien reflexiona ante el lector. Las lamentaciones de Félix Buckman por la muerte de su hermana parecen una transposición de las suyas por el temprano fallecimiento de su gemela, un hecho trágico que atormentó al escritor norteamericano durante toda su vida. El nivel de profundidad que consigue imprimir en gran parte de su producción de los años 70, no sólo en esta novela, se debe principalmente al carácter autobiográfico que volcó en ella. Las obras escritas en esa década representan, sin duda alguna, la cima literaria del autor.
Treinta años después de su muerte, Philip K. Dick se ha convertido en un autor muy popular. Hasta hace poco se aseguraba que eran dos los grandes temas de la literatura: el amor y la muerte. Yo diría que tras Dick y su puesta en duda de la realidad, ese número ha aumentado a tres.



La versión original de esta crítica fue publicada en el nº 16 de la revista Hélice.

miércoles, 2 de abril de 2014

Prometheus

Esta semana hemos sabido que, como era de suponer, habrá secuela de "Prometheus". La dirigirá de nuevo Ridley Scott y estará interpretada también por Michael Fassbender y, probablemente, Noomi Rapace. El presupuesto volverá a ser gargantuesco y, por lo tanto, volveremos a disfrutar de una apoteosis de efectos especiales y espaciales. Como aficionado a la ciencia ficción debería alegrarme, pero hay un detalle que no me deja hacerlo del todo: Damon Lindelof no participará en el proyecto. El guión queda en las manos de Michael Green, quien viene de escribir la futura continuación de "Blade Runner".
La importancia de Lindelof es, para mí, total. "Prometheus" fue crucificada por el noventa por ciento de los críticos, y con razón. Los motivos se harán muy evidentes para quien se siente a visionar la película, pues pertenecen al plano de la coherencia argumental y al sentido común. Sin embargo, la lectura en profundidad de la historia descubría una serie de puntos de interés que, en mi opinión, la revalorizaban e invitaban a aguardar con esperanza la continuación. Tales puntos tienen que ver, precisamente, con las cuestiones de fondo que arroja la película, religiosas, existenciales e incluso metafísicas, pero sobre todo con la forma lostie de desarrollar la historia, con enigmas no resueltos, entrecruzados, y con la presencia de misterios cuya solución exige la participación mental del espectador. Damon Lindelof, responsable de la mayor parte de esto, no estará en la secuela. La estrategia narrativa será más clásica y la resolución de los misterios (que no sería explícita pero que, al igual que ocurrió en Lost, estaría, sin duda, sugerida) se perderá, me temo, en el limbo.
A continuación tienen la crítica que hice en su momento de la película, en la que abordo ambos aspectos, los lamentables agujeros del argumento y el calado de su propuesta interna.



I
El verano cinematográfico ha sufrido los efectos de dos noticias marcadas por un mismo apellido. El suicidio de Tony, además de suponer un desconsuelo para el fan del buen cine de acción, ha resucitado el viejo comentario con el que los aficionados gustan de fustigar a Ridley, aquello de que el hermano pequeño era “el bueno de los Scott”. Por otro lado, la segunda cuestión, el estreno de "Prometheus", tampoco parece haber ayudado mucho a restarle certeza al chascarrillo. Más bien lo contrario.
"Alien, el octavo pasajero" y "Blade Runner" fueron algo más que obras maestras del séptimo arte. Demostraron con elocuencia que existía otra ciencia ficción distinta a la que presentaba en aquellos momentos la exitosa franquicia inciada con "Star Wars", que la ciencia ficción no era sólo un disfrute para fanáticos de las naves gigantescas, las fuerzas de origen místico y los disfraces molones. Las dos maravillosas películas dirigidas por Ridley Scott recordaron a quien ya hubiera olvidado "2001, una odisea del espacio" que había una rama más seria dentro del género, que este podía ofrecer cosas importantes además del mero escapismo. Aquellas dos obras convirtieron al director en un gigante a ojos del aficionado.
Ocurre que, desde el rodaje de aquellos dos hitos, Scott ha tenido tiempo para ir demoliendo su antigua reputación, hasta el punto de hacernos dudar a muchos de si la grandeza de aquellas obras se debió más a otra serie de causas (y brillantes colaboradores) que al talento del realizador británico. Aunque Scott no había vuelto al género en tres décadas, sus continuos recortes a "Blade Runner", sus  montajes del director y demás mandangas, reivindicación del producto "real" que él quería haber dirigido, no hicieron mas que restar calidad a la primera versión cinematográfica de la novela escrita por Philip K. Dick, circunstancia que ha venido cargando de razón a los escépticos.
Del mismo modo que "Star Wars" originó una cascada de secuelas e indisimulados plagios, la idea de "Alien, el octavo pasajero" fue imitada hasta la saciedad. Algunas de las continuaciones oficiales fueron productos de gran calidad (Cameron hizo un "Aliens" magnífico cuando aún no se lo tenía creído), pero lo más llamativo fue el entusiasmo con el que la serie B, e incluso Z, acogieron la idea del terrorífico e invasivo ente alienígena. Sin duda, más de un viejo aficionado recordará aquellas sesiones de vídeo en la oscuridad de sus respectivas casas con auténtico cariño. Cómo olvidar aquella violación de la babosa, o aquel escabroso parto, o… Si no teméis recordar aquellos despiporres cinematográficos, los títulos os saldrán solos: "La galaxia del terror", "Inseminoids", "Xtroo"...


Tras más de 30 años, vividos entre continuaciones oficiales y plagiarios, era lógico que el anuncio de la precuela de "Alien, el octavo pasajero", dirigida además por el propio Scott, provocara una expectación enorme. Ignoro qué esperaba el espectador medio, pero el hecho es que la perplejidad ha desbordado las salas de cine. Para pasmo del personal, "Prometheus" se acerca más a aquellas traumáticas imitaciones de bajo presupuesto que a su propia franquicia. Cierto que se adivina una innegable ambición, y que hay unos cuantos guiños a las películas previas de la serie, pero el tono general guarda una mayor relación con aquellas desquiciadas y misérrimas imitaciones de baratillo, aunque su diseño de producción demuestre su enorme presupuesto.
No falta de nada. Un robot diabólico, inseminación alienígena, aberraciones genéticas, partos gore, cabezas que estallan, chicas corriendo en bragas por oscuros pasillos… Y por supuesto, tentáculos. Tampoco faltan los detalles de cutrez narrativa que tanta diversión y simpatía provocaban. En "Prometheus" hay errores inauditos y saltos de guión que sólo se explican por la presumible existencia de una futura versión extendida. En uno de ellos, la protagonista (a la que su 1,60 deja en mal lugar ante el recuerdo de la bigarda Ripley), además de dar saltos y correr a lo Bolt con el vientre rajado de un costado al otro, tiene el conocimiento de algo que por coherencia argumental no debería saber.
Hay alguna línea de diálogo sonrojante y sujetos que se lanzan al suicidio con una despreocupación hilarante. De todos los personajes, es el cartógrafo el que se pierde, y el biólogo quien se salta todas las precauciones de su campo. Hay una muerte ridícula, de teleserie mala, por no saber correr hacia los lados. Hay bastantes más cosas, pero huelga escribirlas. Rememorando aquella escena de "Alien 3" en la que Ripley se arrojaba a la muerte sujetando cariñosamente a la criatura, esta película se muestra como el abrazo íntimo y blasfemo de la franquicia con sus excrecencias.
Es decir, que en resumen, mal. Y sin embargo…, sin embargo la película es defendible por otros valores. Los agujeros de guión, los sucesos absurdos, las líneas de diálogo cutres y las actitudes simplonas por parte de unos personajes (para colmo, científicos) más tontos que Abundio animan a salir corriendo del cine, pero si uno logra soslayar esos cráteres en su superficie y acceder a una lectura más profunda de la película se va a ver parcialmente recompensado. Déjenme explicarles por qué.

II


“Ridley hace películas para la posteridad. Las mías son más rock and roll”, decía el malogrado Tony Scott. Aunque con resultados dispares, el hermano mayor de los Scott siempre ha tratado de dotar a sus productos de una cierta enjundia intelectual. Mientras que el principal objetivo de Tony era el entretenimiento, Ridley se ha venido decantando usualmente por la creación de producciones de cierta relevancia (aunque en ocasiones el resultado haya dado en una inversión de papeles, cosas que pasan). Retomar el universo de "Alien, el octavo pasajero", el clásico, la película que le dio a conocer, suponía un reto ideal para su afan de trascendencia. Era presumible, por tanto, que la película contaría con una importante carga intelectual. Atendiendo a una serie de elementos, es evidente que así ha sido.
En cuanto a los aspectos técnicos y al trasfondo argumental, "Prometheus" se presenta, ya desde el primer plano, como un producto ambicioso. El diseño de producción y los efectos visuales son impecables, de primera magnitud, lo esperado en una superproducción de 130 millones de dólares. Si el espectador no cae en el timo del 3D y su eterna oscuridad, podrá asistir a un despliegue visual impactante y disfrutar con la influencia de fondo (en este caso como asesor) de H. R. Giger y sus siempre fascinantes diseños. Con ellos, la película gana en atmósfera y en refinamiento. La banda sonora, otro de los elementos a tener siempre en cuenta, es sobre todo funcional, pero da comienzo a la película con una pieza maravillosa titulada Life. Y luego está Michael Fassbender, claro, cuya interpretación del risueño androide David sobresale entre la desidia con la que los nada sensatos personajes obligan a actuar al resto.
La película cuenta con pequeños planos que homenajean a la propia saga, como por ejemplo la canasta de tres puntos que se marca David sin mirar, el mensaje con el que Shaw finaliza la película (una copia del que deja escrito Ripley en "Alien, el octavo pasajero"), o incluso guiños más sofisticados, como que su salvación proceda de abrir una puerta para dejar entrar al monstruo, justo lo contrario de lo que hacía el personaje interpretado por Sigourney Weaver en la película original. Hay también numerosos detalles que retrotraen a "2001, una odisea del espacio", la gran obra maestra de la ciencia ficción. Es un hecho indiscutible que David, el androide, se comporta más como Hal 9000 que como Roy Batty. Y por terminar con los pequeños aciertos, hay escenas en las que se hace un buen manejo de la doble lectura, por ejemplo aquella en la que el crucifijo de la protagonista es introducido con un cuidado aséptico, científico, por el androide en un frasco de muestras, por si estuviera infectado.
Pero el mayor punto de interés de "Prometheus" no está en los detalles, sino en la propuesta de fondo, y sobre todo, en el mecanismo utilizado por su guionista Damon Lindelof para desarrollarla. Los dos asuntos principales, el debate de la creación y el origen del xenomorfo, se conjugan a lo largo de la película, entrelazándose y ofreciendo un motivo de enganche continuo al espectador. Scott pretende ahondar en el concepto de la creación e indagar en las características propias del creador. Y lo hace enfrentando dos niveles distintos, el de los Ingenieros, especie heredera de las fantasías de Erich von Däniken, y el del todopoderoso Weyland, creador de la vida artificial. El encuentro entre ellos, creadores y creaciones, constituye una de las escenas memorables de la película. En el lado opuesto de la balanza, el intento de crear un efecto dramático introduciendo la creencia religiosa en medio del conflicto no está implementado de la mejor forma.


El otro gran pilar de la historia es, naturalmente, la criatura, el alien. Quien esperara ver el origen del bichejo se habrá llevado un buen chasco. "Prometheus" no retrocede hasta su principio, sino que es un capítulo más en su desarrollo. Sólo aparece físicamente al cierre de la película, aunque su presencia sobrevuela el resto del metraje, ya sea como amenaza no mostrada o como reproducción artística en un friso. Es el elemento central de la historia, pues todas las preguntas que esta provoca conducen hacia él. Esa siembra de incógnitas, de pistas en parte sugeridas y en parte averiguadas, construye un conjunto de pequeños puntos de apoyo que van configurando una historia. Para que tome forma es necesaria la intervención del espectador, que ha de unir los cabos dispersos a lo largo del filme para poder arrojar algo de luz sobre el misterio.
Es sin duda el mejor aporte de esta película, un ejercicio que fascina y engancha por igual. El mismo con el que Damon Lindelof, responsable de la reescritura y versión final del guión, originó la locura colectiva que supuso Lost, la serie de televisión más adictiva de la historia. Aquí ha vuelto a utilizar el mismo método, culpable absoluto de que uno se pueda tirar toda una noche y más cervezas de lo que es saludable discutiendo con los amigos, intercambiando pistas para cerrar el círculo y completar el arco argumental de "Prometheus", una película polifacética. 


El texto original de esta crítica fue publicado en Frikimalismo.