miércoles, 28 de mayo de 2014

Pellizcos

Lo primero que viene son los personajes, el mundo y el submundo que los une. La historia es una posibilidad, una exageración que se da más adelante.

-Michel Houellebecq-


jueves, 22 de mayo de 2014

Cristina Fallarás. Últimos días en el Puesto del Este

Mis comentarios de la entrada anterior giraban en torno a un artículo publicado en C, la magnífica web de reseñas dirigida por Nacho Illarregui. Aprovecho el dato como elemento de hilación por el que traer aquí un nuevo texto (que en realidad de nuevo no tiene nada). Fue la última crítica que Santiago L. Moreno publicó en C, y analiza someramente una novela de Cristina Fallarás. Su peripecia acontece en un mundo venido a pique, lo cual integra al libro en el subgénero postapocalíptico. No es una distopía, puesto que su posible elemento distópico (una sociedad bajo el yugo de una dictadura religiosa) aparece muy al fondo, y no como materia de estudio, sino como percutor del desastre. Es una novela introspectiva, triste por el devenir de la protagonista y el terrible futuro para la Humanidad que presenta, pero en modo alguno una distopía.




La ficción literaria está repleta de lugares comunes. Desde hace décadas se repiten en ella temáticas, tramas, argumentos e incluso paisajes narrativos, y son raras las ocasiones en las que esa circunstancia no afecta, por comparación directa con las anteriores, a la calidad de una determinada obra. Una de las excepciones dibuja un escenario por el que ya han transitado escritores tan prestigiosos como Dino Buzzati y J. M. Coetzee, e incluso nuestro Albert Sánchez Piñol. La tensa espera en un olvidado puesto fronterizo sitiado por los bárbaros ha sido tratada en obras como El desierto de los tártaros, Esperando a los bárbaros y La piel fría, tres novelas de calidad mayúscula. La nouvelle de Fallarás viene a sumarse a ese pequeño grupo de élite, y aunque no llega a alcanzar las mismas cotas que sus predecesoras, cuenta con la calidad suficiente como para ser sumada sin rubor en el haber de ese nicho temático.
Además de la similitud existente entre sus correspondientes escenarios narrativos, muchas de estas obras participan de un denominador común. Al igual que ocurre en el poema de Kavafis del que todas parten, la amenazadora presencia del invasor más allá de las murallas juega un papel secundario en la trama; en realidad, los bárbaros sólo son el percutor de los sucesos que acontecen tras esas murallas. El interés de la novela se centra siempre en la peripecia personal de los sitiados. Mediante la descripción de sus reacciones y de los recursos que emplean para adaptarse a las circunstancias, el autor analiza lo mutable que se torna el concepto de humanidad cuando es sometido a los rigores de la supervivencia. Las penurias del asedio terminan por socavar la esperanza de los resistentes, difuminando los principios morales y la escala de valores que compartieron antaño. Fallarás centra la atención en uno solo de esos personajes, con un estilo tan íntimo y directo que produce la inequívoca sensación de que la protagonista no es, en realidad, otra cosa que el vehículo de sus propias emociones.
De hecho, la voz sumamente personal del narrador no es la única herramienta literaria que sugiere una relación entre ambas; la propia construcción de la novela apunta también hacia una identificación entre personaje y autor. Todo en ella está elaborado con la intención de fijar el foco sobre la protagonista, cuyo nombre no se cita en ningún momento. El espacio y el tiempo están en continuo movimiento; los recuerdos viajan de un continente a otro y del pasado al presente con una presteza que añade agitación al torbellino emocional que se encuentra en el centro de la narración. Aunque existe algun pasaje propicio para la contemplación (por ejemplo, la observación a escondidas de un cuerpo femenino desnudo al sol por parte de un adolescente), Fallarás no se entretiene en alargar las descripciones externas. Así evita distraer al lector del territorio que quiere obligarle a explorar, el corazón convulso de la protagonista. Los recuerdos de su drama amoroso se mezclan con las penurias a las que sus enemigos, sitiadores y sitiados, la someten. Ella es una isla cuyo afán de pervivencia es alimentado tan sólo por los propios recuerdos y la existencia de sus hijos.
Atendiendo a la cruda honestidad que exudan sus páginas, da la impresión de que Últimos días en el puesto del Este haya sido escrita con las tripas. La autora sugiere leer este libro utilizando la pieza más triste de Astor Piazzola como fondo musical, presentándolo al lector como un tango pasional y elegíaco. De hecho, lo es, y debido a la fatalidad que supura el lamento de la protagonista, trae a la memoria melancolías y sabores cinematográficos de antaño, ecos de dramas pasionales que esencian otras historias. No es difícil imaginar a un personaje femenino tan trágico bajo el aspecto de una atribulada condesa descalza, contemplar sus bailes entre un corro de gitanos y compadecerla mientras aguarda sin esperanza a su adusto conde latino tras los muros de un oscuro caseron, en este caso al cuidado de sus anhelados hijos.
El drama interior es tan voraz que consume el espacio narrativo de otros elementos. Del lugar geográfico del asedio no se destaca gran cosa. De sus causas poco más. Y sin embargo, la naturaleza religiosa del conflicto, el apocalipsis del mundo civilizado y racional que describe, provocado por la infiltración del fanatismo creyente en los puestos de poder, estremece por su verosimilitud y conecta con miedos muy presentes en nuestro mundo actual. La Coda que cierra la novela, única visión que ésta ofrece del exterior tras el conflicto, muestra una vuelta a la Edad Media descrita en apenas dos pinceladas y juega un papel fundamental en el libro. Este inusual epílogo rompe la estructura anterior de la novela, pues contrasta con la clausura emocional y espacial presente en los capítulos previos, pero su importancia es crucial a varios niveles.
El paralelismo de realidades que surge de su lectura crea un juego de espejos en el que ambos órdenes, interno y externo, complementan sus respectivos papeles. El fanatismo religioso que vuelve a cubrir la Tierra representa la invasión del futuro por parte del pasado; la protagonista, privada de su futuro, no encuentra otro modo de seguir viviendo que en su propio pasado. Por otra parte, parece como si Fallarás, ya fuera del cuerpo de su creación, no hubiera podido sustraerse a la pulsión de ver con sus propios ojos el destino final del capitán, el personaje por cuyo regreso la protagonista ha penado durante toda la historia. Esa sensación de necesidad refuerza aún más la identificación entre escritora y personaje.
Ultimos días en el puesto del Este recoge, en esencia, el pulso entre dos apocalipsis, uno general y otro emocional; uno que remite al mundo palpable, actual, y otro a la memoria, situando el alma de una mujer entregada a la fatalidad como punto de equilibrio entre ambas tragedias. Intensa, impúdica por su exhibicionismo en el terreno emocional, la novela advierte de los peligros de la melancolía, personal e histórica. Si insistimos en invertir la flecha del tiempo, en mirar más al pasado que hacia el futuro, parece decir la autora, convertiremos los hechos ya ocurridos que nos atormentan en nuestro propio destino: che sarà sarà.


El texto original de esta crítica fue publicado en la web C.




martes, 20 de mayo de 2014

Distopía, un nuevo capítulo


No voy a echar mano del popular "Me llena de orgullo y satisfacción...", pero ahí anda la cosa. El nuevo capítulo del asunto "distopía" es netamente favorable para la causa. Hace casi un año comencé a llamar la atención sobre el mal uso que algunas editoriales y autores hacen de la etiqueta distopía. Durante muchos meses he seguido atacando esa maniobra editorial con una actitud poco menos que quijotesca, en facebook, en foros digitales y por supuesto en este mismo blog. El resultado, más allá del apoyo de algún buen amigo, fue ninguno. O eso creía.
Julián Díez, uno de los mayores expertos en ciencia ficción de este país, acaba de publicar en C, la web de crítica literaria, un artículo titulado El fraude en el etiquetado de la distopía, y el seguimiento, según me indican, está siendo considerable. Lo más positivo, sin duda, es el hecho de que escritores como el propio Ismael Martínez Biurrun y algún responsable editorial como Ricard Ruíz parecen estar conformes con su contenido. Si bien elogio la aparición de este último en los comentarios al artículo, no logro quitarme de encima la sensación de que está ahí más para promocionar la antología distópica que pronto publicará su sello que para reconocer errores. Él mismo, gran conocedor de la ciencia ficción, sabe exactamente qué es una distopía, y sin embargo confiesa que en la antología figurará algún cuento que no lo es. Por qué, es lo que como aficionado me pregunto.
En todo caso, creo que el resultado de la publicación de este artículo está siendo muy positivo, y que quizás sirva para que algunos editores rectifiquen en su ninguneo a una denominación cuya base teórica se ha ido construyendo lentamente a lo largo de un siglo. El artículo entra también en un segundo debate. En el prólogo del libro Tiempo profundo, una colección de relatos transhumanistas, el editor Luis G. Prado hace una defensa de la cf situada en futuros lejanos, y lo hace denostando la de futuro cercano, y más concretamente, la prospectiva. La maniobra es obligada, puesto que este libro (que como devoto de ese tipo de cf estoy deseando tener en mis manos) juega en estos momentos a la contra, ya que la mayoría de la cf actual muestra más preocupación por pasado mañana que por los futuros distantes.
El prólogo contiene un par de afirmaciones sorprendentes. Una de ellas, cuyo análisis pospongo, ésta: "Opino que lo que distingue a la narración de cf trans de la space opera son esencialmente dos características: la posibilidad o no de superar la velocidad de la luz, y la presencia o no de Dios". La otra: "Su pertinencia (la de la cf trans) es máxima para nosotros, los habitantes del futurista siglo XXI, ya que no sólo no finge que conocemos todos los problemas que nos atañen, sino que promete que cada día habrá nuevos peligros". Prado, con esta y otras frases, vende el tipo de cf hiperdistante como más cercana a nuestros problemas actuales que la situada en futuros cercanos, y por ende, que la prospectiva. La respuesta de Díez, como acuñador de esa etiqueta, es contundente. A mí, una vez más, me arroja en brazos de la casualidad.
Dice Prado que el manifiesto fundacional del subgénero transhumanista es la novela Cismatrix, de Bruce Sterling. Pues bien, leyendo las noticias cercanas a la ciencia ficción de estos últimos días, me encuentro con unas palabras que el propio Bruce Sterling ha dicho en una conferencia dada en el HEAD de Ginebra este mismo fin de semana:

The best jump into the future for a Science Fiction writer is a 7 years prediction. If you do a 10 years prediction, people don’t know what you are talking about. If you do a 5 years prediction, people think that you are just exaggerating. Therefore, the best possible future time a Science Fiction writer should explore is, 7 years ahead of now.

"El mejor tiempo futuro posible que un escritor de ciencia ficción debería explorar está a siete años del presente", dice el padre de la cf transhumanista. Paradójico, ¿verdad? Lo cierto es que a mí me da igual. Como ya saben ustedes, la predicción es la parte que, con mucho, menos me interesa de este género. Me interesan bastante más otros aspectos, como su capacidad literaria e intelectual; su poder alegórico, metafórico o simbólico; su utilidad como abrementes progresista e incluso el placer que proporciona desde el puro escapismo. Más que su capacidad visionaria, algo que me divierte tanto como cuando lo veo en manos de los timadores de la televisión nocturna. Es por eso que la distancia temporal me parece irrelevante fuera de lo que afecte al propio argumento. Cuando lea esos relatos, me dará igual que estén situados en el año 1 billón (de los nuestros y de momento) que, como apunta Stross en Accelerando, Singularidad mediante, dentro de apenas cien años. Lo único que espero de ese futuro es que, si la palabra distopía significa otra cosa, el cambio se haya debido a un proceso de evolución natural y no a viles intereses económicos.

martes, 13 de mayo de 2014

Le temps perdu

Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior.




Hoy Proust no mojaría una magdalena en el té, sino un cupcake, lo cual resulta desconcertante. Por suerte, Kaplan siempre prefirió las tartas, grandes y sabrosas, como catalizador del recuerdo. Ocho años ya, tiempo bien aprovechado.

martes, 6 de mayo de 2014

Breves: McDevitt, Brown.

Deepsix, de Jack McDevitt


Segundo volumen de la serie de la Academia escrita por Jack McDevitt e iniciada con Las máquinas de Dios. La acción de esta floja novela avanza por medio de dos líneas argumentales complementarias pero desiguales. Las peripecias de una expedición varada en Deepsix, planeta próximo a la destrucción, pierden interés debido a la anodina e innecesariamente exhaustiva descripción de las maniobras de rescate desde la órbita. Narrada con una sorprendente falta de pasión, ni siquiera la búsqueda final del sentido de la maravilla aporta interés a la obra.
De las nubes Omega y los artefactos alienígenas, elementos que convertían el inicio de la serie en una estupenda novela, apenas hay noticias. Lo más destacable, sin duda, se encuentra en las sentencias de Gregory MacAllister, un misántropo personaje al que el mismísimo Swift rendiría pleitesía, tan interesante como para disputar a la piloto Priscilla Hutchins el protagonismo en las siguientes novelas. La edición de La Factoría de Ideas, a pesar de la firma de un corrector de estilo, por donde suele: profusa en erratas, leísmos y errores de traducción.

  

Noches de Nueva York, de Eric Brown


Mientras que obras señeras del cyberpunk tales como Dr. Adder, de K. W. Jeter, o la trilogía Eclipse, de John Shirley, continúan siendo unas absolutas desconocidas para el lector español, algunas editoriales insisten en importar sucedáneos del último gran subgénero de la ciencia ficción mucho menos interesantes. Es el caso de Noches de Nueva York, novela escritoa por el británico Eric Brown que, con una prosa escuálida (empeorada en este caso por una paupérrima traducción), presenta un pseudocyberpunk que se queda en near future descafeinado.
Dos detectives privados se enfrentan a varios esclavos humanos manejados por una pérfida Inteligencia Artificial. Eso es todo, no hay más. Ni atmósfera ni ideas novedosas. Un escenario futuro mil veces visto y una trama que se aproxima  al noir con la misma escasez de fuerzas con la que acomete el elemento tech. En la misma línea de insignificancia que la peor de las novelas del Budayén, la presentación de la trilogía Virex es una novelita matarratos que perdura poco tiempo en la memoria.



Los textos originales de estas reseñas fueron publicados en los números 38 y 41 de la revista Gigamesh respectivamente.