jueves, 6 de octubre de 2011

Robert C. Wilson. Spin

Tras publicar la reseña de La chica mecánica, el excelente libro de Paolo Bacigalupi, algún amigo me pregunto en petit comité acerca de mi referencia a Spin, de Robert Charles Wilson. Le llamaba la atención la valoración negativa que expresaba, cuando lo cierto es que fue una novela muy valorada por casi... no, en realidad por absolutamente todo el mundo. Bien, ahí van mis razones.



Las referencias que acompañaban a Spin eran inmejorables. Más que el Premio Hugo ganado en 2006, un galardón que en los últimos tiempos había malgastado el prestigio que tuviera antaño, era la etiqueta de “más literaria”, concedida por algunos críticos y lectores, lo que la hacía interesante. Tras la inclusión de las temáticas del género en las últimas novelas de algunos de los mejores autores contemporáneos, cabía esperar una respuesta de algún tipo por parte de los escritores de ciencia ficción, algún indicio de influencia o integración, algún signo de mejora. En ese orden de cosas Spin es, sin duda, un intento loable, pero también fallido.
Robert Charles Wilson ha sido, durante los últimos años, uno de los pocos escritores que han sabido mantener con acierto los valores de la ciencia ficción más clásica. En la estela de autores como Arthur C. Clarke, Frederik Pohl o Charles Sheffield, Wilson ha sabido conjugar en sus historias, con notable habilidad, misterios cósmicos, personajes sencillos y buenas dosis de sentido de la maravilla, creando con ello novelas amenas, exentas de esa sobrante complicación que muchos de los escritores actuales han confundido con sofisticación. Se trata, seguramente, de quien mejor ha sabido adaptar al siglo XXI la dorada década de los 50. Ideas “maravillosas”, exposición clara y sencilla, y personajes al servicio de un misterio de origen científico.
Su modus creandi parte siempre del mismo punto, la aparición o desaparición de algo colosal de forma sorprendente. El relato suele dividirse, así, entre la resolución del enigma y el efecto que éste causa en la Humanidad, un doble juego que posee la virtud de captar el interés del lector. Sin embargo, las novelas de Wilson presentan también una deficiencia característica, un error radicado en la estructura narrativa que a la postre trastoca el disfrute completo de la obra. Ambas facetas están presentes en Spin, junto al intento de crear una historia de mayor empaque literario, una obra en la que los personajes cobren más protagonismo que el propio misterio científico. Lamentablemente, el libro sólo se queda en eso, en un intento prometedor, pero decepcionante. La usual aparición misteriosa viene dada esta vez por una esfera que aparece repentinamente alrededor de la Tierra, una membrana que opaca el firmamento por las noches e ilumina como un Sol falso los días. Encerrado en ella, como una mariposa en un capullo, el planeta adquiere velocidad temporal debido a la ralentización de su propio tiempo con respecto al del resto del universo. Así, mientras en la Tierra transcurren días, el cosmos envejece miles de años. La historia es narrada en primera persona por uno de los vértices del triángulo conformado por Jason y Diane Lawton, dos hermanos mellizos y Tyler Dupree, hijo de la sirvienta de los padres de aquellos. En realidad, parecen tres hermanos, e incluso así se llega a proponer en cierto momento.
Como lector bregado en el género, la idea de situar a estos tres personajes anónimos, hermanos y amigos desde la infancia, en el centro de un misterio mundial, me produjo de inicio un cierto incomodo, pues me recordó otras lecturas (el Ender de Card, Paz interminable de Haldeman) en las que el artificio resultaba al final demasiado forzado. Afortunadamente, la impresión resultó ser errónea, pues sólo uno de los personajes tiene una relación decisiva con la resolución del misterio. Aunque a Wilson se le escapan ciertas implicaciones del suceso (no hay, por ejemplo, una sola alusión a la claustrofobia que podría producir un hecho semejante en muchas personas), muestra una cierta originalidad al presentar sus consecuencias, pues huye de la usual visión apocalíptica del género. Al contrario, describe un futuro pragmático en el que se conjugan los intereses económicos y políticos con el fanatismo religioso, dosificando con cuenta gotas los datos científicos. En todo caso, la originalidad no es tanta si miramos el sustrato temático de ciencia ficción propiamente dicho, pues aunque alguna idea nueva hay, está conformado en su mayor parte por elementos de reciclaje mil veces vistos. Uno se maravilla con las posibilidades que ofrece el desfase temporal, con la utilización de Marte como campo exterior de pruebas, con la imagen de un Sol envejecido y con el posterior proyecto para recabar información estelar. Pero también decepciona la enésima aparición de máquinas Von Neumann, las drogas alteradoras que elevan a la persona a un nivel superior, y, sobre todo, el artefacto final, que sólo se diferencia en tamaño de una de las creaciones más conocidas del género.
La novela cuenta además con dos problemas aún más reseñables. El primero, al que ya me he referido, es el viejo enemigo de Wilson, su incapacidad para estructurar correctamente las novelas. Spin no es una narración ab ovo, sino más bien in extremis, que comienza al borde de su finalización. Eso hace que el lector parta con una información que resta suspense a la trama (por ejemplo, se sabe desde el principio que Tyler y Diane acabarán juntos, siendo ese, sin embargo, uno de los principales suspenses propuestos a lo largo de la narración). Por otro lado, la mayor parte de la historia que transcurre en el presente carece casi por completo de nueva información y se desarrolla con una morosidad que rompe el ritmo de lo que ocurre en el pasado. El segundo asunto negativo tiene que ver aún más directamente con las limitaciones del escritor. Wilson quiere, desde el primer momento, poner a los personajes en el eje de la historia, hacer buena literatura en el sentido estricto del término. Pero para ello, en vez de talento utiliza páginas, lo que sumado al problema anterior da una obra sobredimensionada que, para colmo, no es mas que la primera parte de una serie, y que por tanto termina justo cuando debería comenzar lo realmente interesante, la resolución del misterio de la esfera, el siguiente paso de la Humanidad y, seguramente, su Primer Contacto. Si Wilson hubiera logrado dotar a sus personajes de una gran profundidad, eso no habría sido un problema, pero no es así.
Tras 500 páginas de caracterización, ¿qué conclusión sacamos de ellos? ¿Qué complejidades se nos hacen evidentes? Jason no es mas que un estereotipo mil veces visto en el género, el tipo súper inteligente sin vida personal cuya única motivación es la ciencia, un cerebrito que le hace ascos incluso al sexo; de Diane desconocemos al completo sus motivaciones, por qué una persona dotada de una gran inteligencia decide malgastar su vida en una fe que no profesa y al lado de quien no es su verdadero amor; el protagonista, Tyler, carece de personalidad propia, su vida es atender a los dos hermanos, sin iniciativas personales. En realidad, su devoción por la chica que nunca le hace caso es un rasgo con el que se identificarán bastantes lectores adolescentes. La construcción de los personajes funciona mejor en su infancia que en la época adulta. Buena muestra de ello es la imagen de Jason sobre una bicicleta, lanzado a tumba abierta por una inclinada pendiente. Ese detalle dice más sobre su manera de ser que decenas de páginas dedicadas a él posteriormente. O el primer recuerdo de infancia de Tyler, unas cortinas mecidas por la brisa, que se repetirá alguna vez más. Cuanto más avanza la novela, menos  cuidado pone Wilson en los detalles. De hecho, el precipitado final, en el que en apenas unos párrafos, inesperadamente, Jason desvela el resultado de ciertos misterios planteados a lo largo de toda la novela, tiene, por lo acelerado, un efecto anticlimático.
El trabajo realizado en la edición española tampoco ayuda. La traducción deja mucho que desear y no sólo por la errónea (o inexistente) traslación al castellano de algunas palabras ("dipolares", "IQ"). En bastantes ocasiones, el traductor construye mal las frases, muchas veces cayendo en la anfibología, y hay bastantes errores de concordancia. Sumándolo todo, la calidad media de la novela y su peor edición, no dejo de preguntarme cuál es el motivo por el que Spin ha obtenido la consideración de tanta gente. Robert C. Wilson tiene novelas bastante mejores, como Los cronolitos o incluso Darwinia, a pesar de su enorme error estructural. Volviendo al principio, creo que ese deseo compartido por todos de ofrecer algo en respuesta al reciente bombardeo mainstream ha provocado una sobrevaloración de este libro. 



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